Para algunos, es difícil de comprender como el que está delante de las cámaras pasa a posicionarse tras ellas y comienza a contar una historia. Más si se trata de una de las mujeres más bellas del mundo del cine actual. Angelina Jolie se atreve a ponerse al mando de una gran producción con un guión del que han tomado gran parte los hermanos Coen y se mueve como pez en el agua en un tema más asociado a la masculinidad por la frialdad y el sufrimiento con el que se cuenta. Hemos visto la guerra retratada de múltiples maneras que generalmente acogen una sola idea: enaltecer a EEUU frente al enemigo. En este caso, Japón es el escenario en el que se sitúa la acción, que poco tiene que ver con esta palabra propiamente dicha.
Un biopic siempre es difícil de reflejar con total fidelidad. El metraje no da para tanto, ni para tan poco. En este caso, Jolie decide acercarnos la crudeza de la guerra bajo la figura de un ex atleta profesional, el italiano Louis Zamperini, afincado en EEUU junto a su familia. California no le sonreía cuando ni él ni nignuno de los miembros de su familia sabían hablar inglés, así que se convirtió en objeto de burlas y abusos. Era un niño rebelde que parecía no tener un futuro prometedor de no ser porque su hermano descubrió en él un talento innato. Le animó a que se convirtiera en una estrella del atletismo y lo hizo, a los diecinueve años, llegando a competir en los Juegos Olímpicos de Berlín en el 1936, donde Hitler se fijó en ese perdigón italiano que poco después se alistaría en el ejército.
Llega un momento en que ya no quieres que el protagonista sufra más, ya no sabes qué te queda por ver sin embargo, no quieres dejar de hacerlo. Desgaste físico y emocional a partes iguales. Por eso, hablamos de una película que podría haber ido más allá de no ser porque recuerda reiteradamente las penurias de la guerra en todas sus dimensiones. El guión firmado por los virtuosos hermanos de Minnesota no destaca por ser precisamente obra de ellos. No incluyen nada que les diferencie como siempre lo hacen , surgen y se mantienen en un estilo clasicista de cómo contar la guerra. Mantienen el ritmo de la película, alargando demasiado cierta escena a la deriva del mar que cumple 47 días naturales en total. Excelente fotografía de Roger Deakins y magnífica banda sonora de Alexandre Desplat, en su línea, recordándome las impecables creaciones del compositor desde mi descubrimiento en El curioso caso de Benjamin Button, allá por 2008.
Le ponemos un 7/10. Ni tanto ni tan calvo, ¡Angelina!.