La cuarta temporada de The Walking Dead, que tuvo un estreno bueno pero poco espectacular -que, eso sí, arrasó en audiencias- continúa avanzando, y lo hace in crescendo: cada capítulo es mejor que el anterior. En esta ocasión nos toca analizar el que ha sido el sexto episodio de la temporada, que ha roto la regla que venía marcando la serie desde hacía un tiempo; los últimos cuatro capítulos se habían titulado siempre con una palabra que empezaba por I ('Infected', 'Isolation', 'Indifference' e 'Interment'). El cambio de esta tendencia es simbólico y coincide con el fin de una trama en el episodio anterior y con el comienzo de una nueva en este, en "Live Bait": el regreso de un señor que, seguro, va a liarla parda.
A partir de aquí, ¡spoilers!
El Gobernador -o el churri de Andrea, como lo prefiráis- ha vuelto. Aunque, en realidad, sería más correcto decir que nunca se fue. El capítulo retoma su historia desde el momento exacto en que le perdimos la pista, tras esa ida de pinza brutal que tuvo en la que exterminó a casi todos los activos valiosos de Woodbury, a excepción de Karen que, recordemos, se escondió bajo un cadáver. Su personaje tenía potencial y siento que lo han desaprovechado al matarla tan pronto, pero esa es otra historia. La que nos interesa es la de Philip. Él se va junto a dos hombres, el latino y el grandullón, y pasan la noche acampando. A la mañana siguiente, nuestro Philip se encuentra con que sus compañeros se han marchado. ¿Qué esperaba, que se quedaran y le hicieran el desayuno? Lo que me extraña es que no le hayan asesinado antes de irse. En cualquier caso, ambos siguen su propio camino lejos del perturbado señor con parche. Él se queda solo, vagabundeando por los bosques, hasta que pasados unos meses... ¡sorpresa! Una cabecita rubia humana se asoma desde una ventana.
Un hombre que ha asesinado a un viejo amigo (ese Milton que nadie recuerda), que persigue, ata y condena a muerte a una mujer con la que mantuvo una relación amorosa y que aniquila a su pueblo es lo que un psicólogo calificaría como una persona "altamente inestable que se siente tan desapegada de la realidad que apenas es capaz de empatizar con otros seres humanos." En realidad no sé si un psicólogo diría eso, me lo he inventado, pero ya me entendéis. Philip está como una regadera y en más de un momento temí por la vida de la familia feliz. Sin embargo, por diversas razones terminó ayudándoles, conviviendo con ellos y salvándolas en cierto momento del caminante en que se convirtió el viejete tras su muerte natural. Todo un lujo poder morir de esa forma en tu cama en los días que corren, sea dicho. Philip se hizo colega de Tara y llegó a tener un contacto muy íntimo con su hermana mayor. Con Andrea y con las demás mujeres de Woodbury, a mi modo de ver, solo mantuvo sexo, pero con ella se trató de una necesidad no solo física, también de una necesidad de cariño, de una necesidad de sentir muy cerca a otra persona.
Genial episodio, ha sido muy redondo y nos ha presentado de forma correcta a un buen puñado de personajes nuevos con potencial, además de que ha retomado la historia de uno que pensaba que se me haría más cansino pero que, en realidad, no ha perdido ni un ápice de interés; al contrario, se ha vuelto aún más interesante. Así sí, The Walking Dead. Así sí.