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Crítica | “Dos días, una noche”, la misericordia laboral

Publicado el 23 octubre 2014 por Pandora Magazine @PandoraMgzn
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Título: Dos días, una noche (Deux jours, une nuit)

Dirección: Jean-Pierre Dardenne & Luc Dardenne

Guión: Jean-Pierre Dardenne & Luc Dardenne

Reparto: Marion Cotillard, Fabrizio Rongione, Pili Groyne, Simon Caudry, Catherine Salée, Batiste Sornin, Alain Eloy, Myriem Akeddiou, Fabienne Sciascia, Olivier Gourmet

Género: Drama

Duración: 95 minutos

Año: 2014

País: Bélgica

Fotografía: Alain Marcoen

Productora: Co-producción Bélgica-Francia; Les Films du Fleuve / Archipel 35

Distribuidora: Wanda Visión

En un contexto de crisis en el que nos encontramos, donde las empresas están continuamente abaratando costes a base de despedir a gente sin tener en cuenta los dramas personales que crean, nos encontramos con el último trabajo de Jean-Pierre y Luc Dardenne, en la salas a partir de mañana. Una visión fidedigna de lo que supone un posible despido y sus consecuencias en la familia de Sandra, una trabajadora cuyo puesto de trabajo dependerá de un hilo por una votación el próximo lunes donde los empleados tendrán que elegir entre una paga extra o que conserve su empleo.

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Los miedos de encontrarse en la nada, llevaran a Sandra (Marion Cotillard) a un colapso emocional donde su familia tendrá que estar presente constantemente, para afrontar este duro revés que la vida les acaba de dar. Sin embargo, estas adversidades, lejos de amilanarla, le darán las fuerzas justas para reunirse con todos sus compañeros de trabajo y convencerles, como buenamente pueda, de que renuncien a su paga extra a cambio de que ella pueda seguir en su puesto de trabajo. Durante el fin de semana visitara a todos ellos, mientras se desmorona el suelo por el que camina, problemas con la hipoteca, enfermedades, sus hijos… todos estos problemas se acrecientan y se hacen más grandes mientras las horas pasan rápidamente ante ese fatídico lunes donde se decidirá todo.

No hay nada más ruin en el mundo laboral, que las decisiones que vengan de arriba sean supeditadas por empleados, con la responsabilidad que eso conlleva, generando sentimientos de culpabilidad totalmente injustificados y donde nadie sabe cuál es la decisión correcta de algo que no les atañe a ellos. En circunstancias como estas uno no sabe si está obrando por el corazón o por la razón. Sentimientos como la hipocresía, llevaran a Sandra a descubrir que en este mundo está lleno de malas personas y bondadosas a partes iguales y que en ocasiones la misericordia hacia el prójimo, produce escenas de lo más incomodas, sobre todo cuando uno se encuentra en una encrucijada como esta.

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Un número, eso es lo que es la pobre Sandra para su jefe, el cual meterá cizaña para que no continúe trabajando en su fábrica de paneles solares. Una marioneta cuyos hilos que la sustentaban se han desprendido, dejándola al libre albedrio y pasando de la complacencia a la depresión, con una facilidad pasmosa, ante las diferentes personas a las que visita puerta por puerta. Las cosas son como son, nos encontramos ante una confrontación de dramas familiares, con sus propios problemas donde el egoísmo y la nobleza se mezclan constantemente para redimirse de forma “preciosa”.

Alguien que conozca la extensa de los hermanos Dardenne, vera estupefacto los paralelismos que tiene “Dos días, una noche” con su gran obra “Rosetta” (1999) y es que no le falta razón, ya que su última película se asemeja a la ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes, pero con pequeños matices. Por ejemplo, el papel femenino recae en nuestro caso en Marion Cotillard, que cruza el charco a tierras europeas, sustituyendo a la joven e inexperta Rosetta por una madre casada con dos hijos y una hipoteca a sus espaldas, por otro lado esta Fabrizio Rongione, repitiendo rol de hombre que está a las buenas y a las maduras con la protagonista. Para finalizar y ya entrándonos un déjà vu nos topamos con el actor fetiche de nuestros directores, Olivier Gourmet que sorprendentemente hace de jefe, repitiendo rol, como ya hizo en “Rosetta” (1999).

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Los hermanos Dardenne siguen por sus fueros, prácticamente no han cambiado mucho tras sorprender en el Festival de Cannes hace más de 15 años, tenemos lo de siempre pero con sus cambios frutos de la edad y del buen hacer de sus directores. Una sencillez sin artificios con un guión sin florituras donde la música es sustituida por sonido ambiente y donde toda la atención se la lleva la protagonista principal, sin desmerecer al resto de actores.

La Europa del despilfarro y el consumismo exacerbado que vimos en “Rosetta” da paso en esta película, a una Europa en decrepito donde prima la externalización de fábricas a países donde pagan menos por más, una visión perturbadora de como este absurdo capitalismo tan arraigado, lleva a las personas que más queremos hacia un precipicio en estos tiempos de crisis tan lamentables que nos ha tocado vivir. Estamos ante una carrera de una mujer para sobrevivir, por evitar ser excluida de un sistema más enfermo que ella misma si cabe y que está tan desesperada por las trabas que la han impuesto los demás, que acabara por llevarnos a la desesperación de que sociedad estamos creando para futuras generaciones.

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“Cuando el dedo del sabio señala la luna, los imbéciles se quedan mirando el dedo” es el mejor dicho popular que se le puede aplicar a la víctima Sandra, mientras los empleados se tiran los trastos por conservar sus bonos, nos encontramos con un dedo acusador, por parte del jefe a Sandra que nadie ve en ningún momento, mostrándonos lo ciegos que estamos en este mundo.

Lo mejor: Las transformaciones que sufre el personaje de Marion Cotillard, muy fieles a la realidad sin irse a las exageraciones. Lo peor: Puede pecar de ser muy lineal en su estructura, aunque habrá gente que encontrará en su simpleza su mayor virtud. Personajes que quedan en 2º plano sin motivo aparente.

Crítica: Iván Heral


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