El espionaje, y más concretamente el asociado a la traición, ha sido recurrente en la cinematografía mundial. Con miradas clásicas, casi cotillas, el traspaso de información y las fuentes confidenciales han sido recursos seguros para los cineastas. Recuerdo esa sorprendente película enmarcada en la Alemania dividida, "La vida de los otros", que mostraba con agudeza e ingenio la labor del espía como un oficio al margen del sentimiento.
"El topo" repite en cierta forma esa manera de transmitir la labor de las Agencias secretas de información. El sentimiento, aunque sea imposible desligarlo del ser humano, queda aparcado por un trabajo "distinto" pero necesario. Adelantarse al rival, conocer sus secretos y tomar decisiones gracias a labor de los infiltrados se reduce a una carrera de obstáculos donde sólo el primero merece premio.
En esta ocasión es el Servicio Secreto de Inteligencia Británico, en plena Guerra Fría, el que debe descubrir quién está pasando información confidencial a los soviéticos. George Smiley (Gary Oldman) inicia una serie de pesquisas para encontrar al traidor teniendo en cuenta que la lista de posibles candidatos se reduce a cinco personas (incluído el propio Smiley).
La trama obliga a un ejercicio de atención y análisis muy detallado. El cómo se dice gana enteros sobre lo que se dice y los gestos y miradas derrotan al diálogo. Tomas Alfredson plantea una complicada historia con la firme intención de mantener al espectador entre la ignorancia y el despiste. Abusando en ocasiones del flashback y con continuas idas y venidas temporales, su conciso y embriagador relato consigue encajar como un gran puzzle.
Mucho mérito del éxito de este film se encuentra en el casting. Gary Oldman se despega de esos personajes tan histriónicos a los que nos tenía acostumbrados en "El quinto elemento", "El clan de los irlandeses" ó "Leon, el profesional". Siguiendo la línea al más puro estilo Comisario Gordon (su papel en "El caballero oscuro"), vuelve a retratar un personaje sin fisuras, sin alardes, para demostrar una vez más que lo cotidiano no es fácil. Apoyado en un grupo de actores ingleses de alto nivel como Colin Firth ("El discurso del rey") y John Hurt ("Los crímenes de Oxford"), el escenario final es uno de los mejores repartos de 2011.
Mención especial a la música de Alberto Iglesias que vuelve a encajar con sabiduría una melodía que acompaña y seduce, demostrando el por qué es uno de nuestros profesionales más reconocidos dentro y fuera de la Península Ibérica.
Los Globos de Oro no han sido generosos con esta atractiva historia pero quién sabe si alguno de los actores tendrá su sitio entre los nominados a los Oscar. A mí no me sorprendería.
José Daniel Díaz