Crítica el ultimátum de bourne (2007), por albert graells

Publicado el 28 julio 2016 por Matias Olmedo @DragsterWav3

Sinopsis: Jason Bourne sigue investigando quién es y qué hay realmente detrás del programa secreto de la CIA llamado Treadstone. Un reportero británico de "The Guardian" le pone sobre una nueva pista facilitándole el nombre de Blackbriar. Bourne dará con él en Londres, en un intento de encajar las últimas piezas de ese pasado que él aún intenta recuperar.
“El ultimátum de Bourne” termina por estar al mismo nivel que su antecesora, “El mito de Bourne”, y en algunos aspectos incluso la supera, como en las escenas de acción, destacando las que suceden en Tánger. Es en esa parte en la que vemos las persecuciones y peleas más espectaculares de la película, como Bourne huyendo de la policía en motocross o la cámara siguiendo a Bourne saltando de una ventana a otra rompiendo el cristal. Ambas cosas las copiaron descaradamente en “Quantum of solace” (les salió bien la segunda), lo que fue una muestra de lo explotado que resulta un estilo de acción cuando sorprende y resulta tan aparentemente innovador, como ya le pasó a “Matrix”, y de lo malo que resulta el abuso del copiar ese estilo, pues muy contadas veces se hace bien y sale bien.
En general la película ofrece lo que su antecesora; acción muy bien rodada, una historia interesante, verosímil y creíble, tramas bien entrelazadas, una muy buena composición musical, un buen reparto que ofrece estupendas actuaciones, y un montaje muy bien realizado.
Cabe destacar el trabajo de John Powell componiendo la música de la película. Nada más verse el logo de Universal, antes siquiera de que podamos ver el primer plano, Powell ya nos mete la melodía característica de Bourne caminando deprisa. Powell nos dice: “al tanto, que empieza Bourne”. Powell nos introduce en la historia desde el principio con su música, consigue situarnos en la gravedad y urgencias de las situaciones, no sólo en los momentos de acción, sino también en los momentos de tensión, de conspiración y de tormento.
Matt Damon vuelve a ofrecer una muy buena actuación, mostrando la situación emocional por la que pasa su personaje a lo largo de la película. Hay momentos en que en Bourne no habla y aun así el espectador puede suponer lo que siente y piensa el personaje por como lo interpreta Matt Damon.

En el reparto hay tres actores que se incorporan a la saga: David Strathairn, Scott Glenn y Albert Finney. Los tres interpretan personajes antagonistas muy bien construidos. Ezra Kramer, interpretado por Scott Glenn, es un maquiavelo que mueve los hilos del poder que se otorga a sí mismo para beneficio propio, y no le importa si para ello tiene que asesinar a ciudadanos de su propio país. Noah Vosen, interpretado por David Strathairn, carece de ninguna moral, está dispuesto a pasar por encima de todos y de cualquiera, incluso de sus propios compañeros, estando dispuesto a traicionarlos o incluso matarlos. El Dr. Albert Hirsch, interpretado por Albert Finney, antepone sus investigaciones a cualquier ética y legalidad, incluso las antepone a la vida humana. Los tres personajes son malévolos, y los tres actores mencionados consiguen interpretar esa maldad de manera realista, verosímil, contenida, sin exagerar. Resulta interesante como dan vida a sus personajes, mostrando escalofriantemente como sus personajes se justifican de algo que no tiene justificación, sus personajes no se creen malvados, se creen legitimados para hacer lo que hacen, y los tres actores consiguen mostrar eso de sus personajes con su actitud.
Daniel Brülh también aparece, en una escena. No es mucho, pero es buen actor y aquí lo hace bien, se agradece su aparición.
Resulta interesante “El ultimátum de Bourne” como una extrapolación de la situación de paranoia que ha ido atravesando Estados Unidos desde los atentados del 11-S, obsesionándose tanto por la seguridad hasta el punto de anteponerla al sistema de derechos y libertades de los ciudadanos, de éste modo resulta fácil justificar la retención o ejecución ilegal de ciudadanos civiles “por el bien de la seguridad nacional”, la expresión favorita de los regímenes con déficit democrático para justificar sus políticas represivas y poco democráticas, casi siempre con el fin de enriquecer mucho a unos pocos. Por eso resulta un poco molesto que el personaje de Pamela Landy se indigne ante el hecho de que la CIA se cargue a ciudadanos estadounidenses arbitrariamente, pero no parece importarle que se cargue a ciudadanos británicos, alemanes o rusos.
Mi calificación es: