"La villa" es el lugar elegido, una ocupación marginal en Argentina donde la miseria y la delincuencia son el pan nuestro de cada día. Los misioneros ponen todo de su parte por lograr mejorar la situación de sus habitantes pero ni los políticos ni las altas autoridades eclesiásticas parecen decididas a ayudarles.
Pablo Trapero pone la cámara con objetividad, sin entrar en el apartado puramente sentimental. Ése podría ser el error fundamental de la película, su carencia de alma. Su mirada es, en ocasiones, tan fría que el rastro documental que engloba a la cinta, pierde su fuerza emotiva. No despierta en el estómago todas las inquietudes que debería.
En su favor hay que decir que la dirección, en su apartado más técnico, es impecable. La dirección de actores y el ritmo del film son adecuados. Los tres actores, sin excepción, cubren sus papeles de una intensa humanidad aunque el guión no indague tanto en sus aspectos más profundos. Se manifiestan como un grupo al servicio del proyecto, más concienciados por el bien común que por el suyo propio.
Pero lo más importante de la película es su denuncia sobre la situación de ciertos colectivos olvidados. Esa voluntad es digna de elogio. Personas deshauciadas, sin recursos, abandonadas a su suerte. Lamentable y a la vez increíble en pleno 2012.
Un trabajo digno de elogio cuyas carencias no deben oscurecer un mensaje hecho desde la verdad de los acontecimientos que cuenta, la denuncia sin tapujos de situaciones denigrantes y el reconocimiento a esos seres humanos anónimos que luchan sin cesar por mejorar las condiciones de vida de sus iguales. Buen mensaje ante una realidad que nunca es la que nos gustaría.
José Daniel Díaz