Crítica exprés: La ciudad de las estrellas (La La Land)

Publicado el 21 enero 2017 por Universo De A @UniversodeA

Existe algo que los científicos llaman la “maldición del conocimiento”, que consiste en el hecho de que, cuando se adquieren unos ciertos saberes, uno ya es incapaz de librarse de ellos y transforman inevitablemente la visión del todo que se había tenido hasta ese momento.

En ocasiones, me acuerdo del comentario de un conocido, que me dijo que, aunque le gustaba la ópera, no solía ir mucho porque no quería convertirse en una de esas personas a las que al final no son capaces de apreciar nada… al fin y al cabo, cuánto más sabes, más exiges, puesto que ya tienes precedentes con los que comparar… es decir, la maldición del conocimiento.

Sin embargo, cualquier auténtico amante del arte, sabe que este es como una droga, una droga exageradamente adictiva que, cuando es realmente buena, produce un placer incomparable… y como todo adicto sabe, una vez que se consume algo que produce ese efecto, ya sólo quedan dos caminos: intentar dejarlo o dejarse atrapar totalmente; si se opta por lo segundo, ha de saberse que la intensidad de las sensaciones irá bajando gradualmente, a medida que vayamos consumiendo más, con lo que habrá que aumentar la dosis para asegurarse el volver al subidón original y evitar frustraciones… pero, rara vez se consigue algo tan bueno como las primeras veces. Y por eso, uno se convierte en un yonqui del arte, yendo, buscando desesperadamente algo nuevo y emocionante que le produzca ese éxtasis, ese orgasmo incomparable, puro e intelectual, que produce toda gran obra maestra… pero como ya he dicho, cuánto más se ha conocido, cuánto más grande sea la adicción, más difícil es que encontremos algo nuevo que nos complazca. Y de ahí que el amante del arte se convierta en un yonqui desesperado, que sólo reacciona ante el mejor material… porque si no lo es, le deja como estaba, y eso siempre es desagradable y frustrante.

Como todos sabéis, me encantan los musicales, y como me gustan tanto, soy especialmente exigente con este género, que siempre analizo pormenorizadamente (como se puede ver en múltiples críticas anteriores), pues me fascina.

Así que, cuando vi el póster de “La ciudad de las estrellas (La La Land)”, (que al igual que el resto de su publicidad y promoción, no tiene ningún miedo de dejar claro y demostrar que es un musical, cuestión por la cual se merece todas mis alabanzas… pues en demasiados casos anteriores hemos visto todo lo contrario), me emocioné por la llegada de otro nuevo filme de mi género favorito.

También me gustó que fuera de Damien Chazelle, el cual, poco después del sorprendente éxito de “Whiplash” (que no vi, pues no estaba seguro de si sería de mi género favorito… y el resto del argumento me daba pereza y no me llamaba la atención), ya declaraba que su próximo proyecto sería un musical (a pesar de las dudas y temores de gafapastas y pseudointelectuales varios).

Si a eso le sumamos su reciente record histórico en los Globos de oro con la película de la que haré la crítica, que hace que me enorgullezca aún más que un filme de ese gran género haya alcanzado tan gran nivel y honor absoluto… pues ya es el no va más.

Así que me preparé para disfrutar… pero lo dicho, la maldición del conocimiento y mi drogadicción artística estaban agazapados esperando desilusionarme.

-La ciudad de las estrellas (La La Land): me pasé toda la película con una permanente, constante e interminable sensación de déjà vu… “¿dónde he visto yo esto antes?, ¿dónde, he visto yo, exactamente esto mismo antes?”, no dejaba de preguntarme… por supuesto vi las referencias (o más bien plagios descarados) al dorado Hollywood de los 50 y sus grandes musicales (muy especialmente a los de Gene Kelly… hay algunas secuencias que son reproducciones absolutamente desvergonzadas, lo dicho, no son referencias, son plagios, apropiaciones indebidas), y por supuesto, a todas las versiones de “Ha nacido una estrella” (que siempre consiguen arrasar en los premios, mira tu que casualidad), … pero sabía que había algo que se me escapaba, un algo más evidente… y según llegó el final ya lo vi claramente: había visto un plagio descarado de “Los paraguas de Cherburgo”.

¿Qué estoy paranoico?, de acuerdo, vamos a juntar casualidades: el director y guionista Damien Chazelle es de origen francés… exactamente igual que la película de Jacques Demy, que, por cierto, fue nominada a un Globo de oro y cuatro Oscars, y supondría la internacionalización y salto a la fama de muchos de los que la hicieron, con lo que es más que probable que Chazelle conociera el filme de Demy; el argumento y la estructura del guión (incluyendo, muy especialmente, el giro final, que fue lo que hizo que cayera, definitivamente, en la cuenta del plagio descarado), viene a ser una versión en Hollywood del guión que Demy desarrollaba en Cherburgo: amor imposible y maravilloso que por circunstancias de la vida se ve truncado. El resto, exceptuando las referencias o copias de otros estilos o películas anteriormente mencionadas, plagia totalmente el estilo de la filmografía musical de Demy (porque también hay obvias apropiaciones de “Las señoritas de Rochefort”): la colorista fotografía; los tonos pastel de la dirección artística… hasta la música es una imitación descarada del estilo de Michel Legrand (es más, yo al acabar el filme me puse la banda sonora de “Las señoritas de Rochefort”, y juro que apenas conseguí diferenciarla del estilo de Justin Hurwitz en “La ciudad de las estrellas (la la land)”).

En definitiva, a todos los niveles, “La ciudad de las estrellas (la la land)” es una obra carente de originalidad, un vulgar plagio del sublime estilo con el que Jaques Demy hizo que Europa volviese a soñar (y se quedó en eso, pues desgraciadamente no se consiguió, y EEUU seguiría ostentando el monopolio de la perfección en la realización del género) con volver a ser el gran origen de los más sublimes musicales. No tengo la más mínima duda de que a muchos desmemoriados e ignorantes del cine europeo, la película de Chazelle les deslumbrará… pero a los que sabemos algo más, nos resulta más que evidente que es un engaño en el que no estamos dispuestos a caer.

No digo que, hasta cierto punto, la película no sea disfrutable… aunque la duración es excesiva para el argumento que se quiere contar, todo sea exageradamente tópico y los personajes sean muy planos… pero también es cierto que hay números musicales aceptablemente agradables con algunas buenas coreografías. Y no se puede negar lo cuidado de la plagiada estética (a la cual, y sus largas secuencias obsesionadas con la idealización del mundo, debemos muy en parte la excesiva duración del filme).

Y lo cierto, es que hay que reconocer que al final el filme divierte y entretiene… no es, en ningún caso, una obra maestra, pero cumple su función como distracción… y hasta tienes sus toques de superficial pseudointelectualidad y falsa crítica al sistema (lo que, siempre tiene éxito en los premios).

En cuanto a los actores, apenas vemos a dos (ninguno de los cuales es santo de mi devoción… y nunca imaginé que fueran a hacer un musical), así que hablo de ellos, y dado que he visto más de un producto en el que salen, todo lo que comento es aplicable en general, y no sólo para esta película:

-Emma Stone: feúcha como ella sola, no sé como será en directo, pero la cámara no la quiere, no tiene carisma y sus recursos como actriz son sumamente escasos.

-Ryan Gosling: no es un actor, sólo una cara bonita, probablemente sería un gran modelo, pues no sabe actuar, sólo poner cara de palo, un gesto imperturbable, tan aséptico como carente de emoción, ya puede estar ante un tsunami o se le puede caer un lápiz de la mano que su gesto es exactamente el mismo para ambas hipotéticas situaciones dramáticas.

En definitiva, no dejo de considerar imprescindible el apoyar al género musical (y más cuando son creados ex profeso) acudiendo a ver “La ciudad de las estrellas (La La Land)”, pero también digo que no hay que dejarse deslumbrar en absoluto por todo el circo mediático que se va a montar a su alrededor, pues es un producto que deja muchísimo que desear y carente de toda originalidad… ¿se podría calificar como “obra maestra”, “sobresaliente” o siquiera “notable”?, ni pensarlo, “aceptable” y muchas gracias… y todo ello, siempre denunciando su plagio descarado del estilo de Jacques Demy.