Crítica exprés: La dama duende

Publicado el 07 diciembre 2017 por Universo De A @UniversodeA

¡Pero qué ego tiene que tener Helena Pimenta!, ya no hablo de cosas más o menos superficiales como que su nombre aparezca hasta cuatro veces en el programa de mano, sino del hecho de que las obras dirigidas por ella ocupen hasta seis meses de la temporada de la Compañía nacional de teatro clásico; teniendo en cuenta que una temporada teatral no dura un año (es decir, doce meses), sino, generalmente de septiembre a julio (depende del teatro), y en el caso concreto del Teatro de la Comedia esta temporada se desarrolla de octubre a junio, o lo que es lo mismo, siete meses, nos topamos que, el 90% del tiempo habrá una obra dirigida por Pimenta en cartel… no lo digo yo, tal información está al alcance de cualquiera según consulte la programación de la temporada de la CNTC o en una leve mirada en su web.

Sin duda es cierto, que muchos directores ven como un peso, como un castigo la gestión cultural de una institución, como una manera de salir adelante en malos tiempos… ¡pero Helena Pimenta ha conseguido reinventar esta situación!, ¡sí, al igual que Mary Poppins, ella sabe poner un poco de azúcar para tomar la pildora!; ¿cómo?, ¡pues viendo sólo las ventajas de la gestión!, ¿qué me entregan todo el poder sobre una institución cultural?, ¿qué tengo que elaborar una programación de una temporada completa?, ¡genial!, ¿quién mejor que yo misma para rellenarla por completo?, ¿para qué buscar a otros cuando yo misma soy capaz de autoprogramarme noche y día, día y noche como la canción de Cole Porter?, ¿Por qué buscar nuevos talentos?…

Así pues, no nos extrañemos cuando el Teatro de la Comedia pase a llamarse Teatro de Helena Pimenta y la Compañía nacional de teatro clásico, Compañía nacional de Helena Pimenta… ¿absurdo?, no te creas, ya estamos en camino; y es que esta mujer ha descubierto que la gestión cultural no sólo no es un castigo, sino el medio perfecto para asegurar tu permanencia en la cartelera teatral indefinidamente y sin mesura, para hacerte con el control absoluto de una institución y hacer lo que te de la gana sin disimulo ni modestia alguna… ¿quién quiere esperar a que le llamen para ser contratado cuando te dan dinero público a manos llenas y puedes hacerlo todo tú mismo sin complicaciones?… hay que reconocer que esta mujer ha sido brillantemente astuta; no vamos a entrar a hablar en si ello es justo o si se está aprovechando del cargo… porque es que no hace ni falta ante tanta evidencia.

¡Ay!, así funciona nuestro mundo, ¡que drama! (y no me refiero a la obra de la crítica).

Por otro lado, encontré la atención al público sumamente deficiente, muy especialmente en el guardarropa.

-La dama duende: preciosa y conocidísima obra de Calderón de la Barca que no necesita presentación, pero, para eso estamos en Universo de A.

La historia claramente ha tenido mucha influencia en la literatura y en las artes posteriores, y sin duda está sumamente bien trazada, con esa deliciosa comedia que se mete en el tema fantástico y en las supersticiones que no han desaparecido del todo en absoluto. Por otra parte, los versos de la Barca, no siempre fáciles, se presentan en esta ocasión muy accesibles. Plagada de encanto de principio a fin, la versión de Álvaro Tato es muy aceptable.

En lo que respecta a esta producción, a cargo de Helena Pimenta, tiene todas las virtudes y defectos de esta directora; de las primeras, su gusto por la música (una pena que esta vez no sea en directo); de los segundos… un montón, comencemos la enumeración: es absurdo ubicar una obra del siglo de oro español a finales del siglo XIX, ¿qué pasa?, ¿qué Pimenta se ha creído que es Kenneth Branagh o qué?, la verdad es que es una decisión sin sentido… no negaré que la estética está muy cuidada, o que los decorados (aunque no sean siempre utilizados correctamente o con imaginación) y especialmente el vestuario destacan por resultar agradables a la vista… pero, es una decisión artística ilógica. Como no, la dirección de escena se presenta torpe y poco dada a evitar la sobreactuación en los actores; sus soluciones escénicas no terminan de cuajar y requieren un esfuerzo del espectador para ser aceptadas o comprendidas.

En cuanto a los actores, pues están los favoritos, “prefereti”, enchufados habituales de Helena Pimenta que están en casi todas sus obras (o producciones en las que se vea implicada… no olvidemos quién hace la programación de la CNTC y cual es su política para ello -para más detalles, leer los párrafos antes del comienzo de la crítica-), como: Rafa Castejón, Marta Poveda, Nuria Gallardo… etc. Pero a Pimenta poco le importa lo inadecuado de este reparto artístico, o que todos ellos superen hasta el ridículo las edades de sus personajes, que resulten imposibles de creer las relaciones de parentesco que implica la obra original por el simple hecho de que no hay suficiente distancia de años… o que todo sea simple y absolutamente inverosímil. A Pimenta le gusta trabajar con esta gente y ahí los pone, a dedo, independientemente de que se adecuen a los personajes o que tengan el más mínimo talento, porque, ¿para qué pedirles tal cosa a gente que te cae bien?, ¡qué tontería!, ¡uno no puede serlo todo: simpático, buen actor y adecuado para el papel!, ¿por qué buscar esos perfeccionismos absurdos?, y además, si la obra pierde dinero, lo pierde el estado, no yo, así qué mas da, ¡problema resuelto!.

Todo lo anteriormente dicho se puede aplicar al reparto artístico al completo, aunque, me gustaría destacar especialmente a Marta Poveda, que de tanto verla hacer de sí misma e interpretar los más distintos y variados papeles exactamente de la misma manera, ya me he memorizado todo su escaso registro, tics y manías escénicas varias; es más, creo que hasta podría programar un robot que actuase exactamente igual que ella en escena: la voz no sería un problema, pues es absolutamente monotonal, así que no sería una dificultad imitarla digitalmente; respecto a la gestualidad y movimientos de escena varios a reproducir, podemos poner como ejemplos: si el personaje está en estado de excitación y alegría, entonces comienza a dar vueltas sobre sí misma; si está enfadada se gira con fuerza; si está triste se inclina hacia delante; si se siente derrotada se tira al suelo y grita; si quiere recriminar algo a otro actor/personaje, lo señala con el dedo índice a distancia estirando el brazo… etc. Pues nada, como veis ya tengo realizada mi programación para la versión robótica de Poveda, ¡a Japón a fabricarlo, pronto tendréis su versión autómata sobre los escenarios!… y lo que es peor y más triste, seguramente, nadie notará la diferencia con la original.

Quizás, al único del reparto al que puedo excluir de todo lo anterior es a David Boceta, que hace el esfuerzo de hacer un acento madrileño recitando los versos de Calderón… lo que, evidentemente, no es nada fácil; pero sí apropiado pues la obra se desarrolla en Madrid y le da al personaje un toque especialmente lugareño (aunque no deja de llamar la atención que él sea el único de su familia ficticia que tenga ese deje tan castizo, pues los otros hablan con el acento neutro habitual).

Con todo y a pesar de todo, “La dama duende” es una gran obra de teatro que Pimenta y sus secuaces no terminan de destrozar, y que no se puede negar que funciona sobre el escenario, tal vez sea la potencia del material original o que hay algunas cosas bien hechas (como el uso de la iluminación); pero en cualquier caso, si la suma parcial es un suspenso, la suma total es un bien; por lo tanto, concluyo recomendándola, es una obra bonita, divertida y agradable de ver que es además uno de nuestros clásicos imprescindibles; no es una producción perfecta o maravillosa, imprescindible o genial, pero está bien y es suficientemente disfrutable por cualquiera que no se ponga exigente… tampoco se les puede pedir más o cosas imposibles a los que la hicieron… como dice el refrán “no le pidas peras al olmo”, es decir, si sabes a lo que vas, luego no te quejes.