Ya hacía tiempo que no veíamos un Molière en los municipales, y eso que la última ocasión fue gloriosa… sin embargo, parece imposible que lo podamos disfrutar en una versión completamente de época, y eso que el barroco en la Francia de Luís XIV es uno de los momentos más bellos estéticamente de la historia… en fin, resignación.
Curiosamente, y sin mal no recuerdo, también, la última vez que Ochandiano estuvo en los teatros del ayuntamiento fue con otro clásico francés… también versionado de una manera cuanto menos peculiar… curiosas coincidencias de la vida.
La atención al público en el Teatro Fernán Gómez me ha resultado sublime, nunca mejor.
Respecto al programa, es bastante completo, pues incluye textos del director, el adaptador, además de ficha… si tuviera más páginas, ya sería perfecto.
Y además están volviendo los habituales descuentos, si se conserva la entrada, para acceder a la exposición y a la otra sala teatral, ¿y qué otro sitio ofrece esto?.
-Tartufo, el impostor: me resulta muy difícil dar un juicio definitivo a esta obra (por lo general, suelo tenerlo totalmente claro al final… aunque en algunos casos, desde los primeros minutos, para bien o para mal…), así que voy a ir reflexionando a la vez que escribo, y a ver a qué conclusión llego.
Comencemos por la adaptación o versión de Pedro Víllora… que efectivamente es más lo segundo que lo primero (a pesar de que mantiene bien visible en toda la publicidad el nombre de Molière, no vaya a ser que se pierda en gancho comercial), pues su respeto al texto es el justo, de hecho, bastante poco, hasta el punto de que uno llega a preguntarse si lo hay; ejemplos de esto último: el cambio del final -y ya no voy a entrar en el debate del arte como algo sanador o “arreglador de la vida”– es infame y crea unas incoherencias totales con lo que se ha visto hasta el momento, sin mencionar que va totalmente en contra de la intención original del autor (y en mi caso personal, me dejó con una sensación muy desagradable cuando me fui); tampoco se puede dejar de mencionar que la obra tiene el buen sentido de no tomarse demasiado en serio, tal y como se ha realizado, no puede ser de otro modo, y esa continua autoparodia, terriblemente divertida, aunque muy vista, no se puede negar que ayuda a desacralizar y acercar a los clásicos… hasta cierto punto, y sólo si se hace con buena medida, porque en este caso es a cambio de burlarse del propio original, con la consecuente falta de respeto, que no sé hasta que punto llega a ser excesiva e incluso hiriente (como ya hemos visto anteriormente en algún otro caso); y ya no nos metamos en el tema de la reescritura, cuánto menos cuestionable, del original, que hace de manera cuanto menos agresiva. En definitiva, la versión de Víllora es un texto de puro autolucimiento, desvergonzadamente lenguaraz, que se empeña en rizar el rizo, ser más papista que el Papa, y pretender ser mejor que el autor por excelencia de la lengua francesa… sobra decir que no lo consigue, y que, de entre toda la oscuridad que esparce la adaptación sobre la obra original, el talento de Molière sigue brillando impoluto y brillante, pues ni la más infame de las versiones puede acabar con esas ideas originales y un ingenio tan sublime y agudo.
La dirección de Jose Gómez-Friha es un intento constante, tozudo, y evidente de llamar la atención, parece estar obsesionado con romper esquemas y hacer todo lo menos convencional posible (y decepción tras decepción, descubrimos que Gómez-Friha jamás descubrirá nada nuevo bajo el sol), lo cual hace, a costa de contar bien la historia y de que esta funcione sobre la escena. En realidad, tiene mucha gracia que él precisamente haya querido retratar a los narcisistas a través de Tartufo (patología que no encajaría demasiado bien con este personaje, por cierto, otro espantoso error que llena de más incoherencias esta producción), porque, viendo su dirección de escena, la conclusión a la que se llega es cuanto menos irónica, y los paralelismos evidentes… como se suele decir, “blanco y en botella, leche”. Y supongo que como estaba tan ocupado pensando en nuevas formas de que su labor resultase vistosa, no le dio tiempo a dirigir a sus actores, que están completamente despendolados. Tampoco podría dedicar muchos minutos a diseñar el espacio escénico (cosa que asegura haber hecho en la ficha del programa de mano), básicamente porque se ve tan caro como espantoso e innecesario (los anacronismos, como la presencia permanente y fastidiosa de un iPad -aunque es incluso peor cuando los actores lo usan… y te ponen cualquier canción absolutamente fuera de lugar e inapropiada-, o los molestos momentos en los que los actores cogen micrófonos para decir o cantar estupideces, resultan repugnantes).
En el resto de las cuestiones técnicas, en cambio, sólo puedo dar alabanzas, me encantó tanto el diseño de iluminación de Marta Cofrade como el vestuario de Sara Roma, maravillosamente simbólicos, con un uso de los colores perfecto, y en general, una cuidadísima y bien medida estética, totalmente dedicada a contarnos una historia o hablarnos de los personajes, en definitiva, absolutamente implicados con la narración de la historia; como debe de ser, por otra parte, así que no puedo sino reseñar y destacar enormemente su gran y excelente trabajo.
En lo que respecta a los actores, están haciendo teatro clásico… y lo saben; y como la gran mayoría de los intérpretes, están convencidos de que la única manera de que esos textos cobren vida (a pesar de que, en este caso, cuesta encontrar el original) y de que la gente no se aburra, es interpretarlos de una forma extremadamente expresiva, exagerada, extrema… en definitiva, que todos sobreactúan de una manera desmesurada. El reparto femenino está algo mejor (especialmente Esther Isla o Marián Aguilera), pero al masculino ya no hay quién lo salve, es algo pavoroso, pues no lo podrían hacer peor ni a propósito (y Ochandiano, a pesar de tener el rol protagonista, no consigue destacar entre sus compañeros). Todo ello, sin mencionar, que ninguno se ajusta realmente bien a su personaje (edad, perfil, maneras… etc), así que nunca llegas a ver tal cosa, sino a un actor soltando texto.
No quiero dejar de hablar de la publicidad, que no sé si pretende ser pornográfica y atraer a cierto tipo de público; o intenta evocar la idea de la desnudez psicológica a través de la desnudez física, y por tanto el revelamiento de un hipócrita… en cualquier caso es vulgar, ordinaria, nada artística y totalmente inapropiada, además de superflua. Todo ello sin mencionar que es absolutamente imposible encontrar en la web del Fernán Gómez una sola foto del espectáculo, las únicas que se ven son de los ensayos… quizás, no es para menos, al fin y al cabo no hay demasiado que enseñar.
En fin, al principio de la crítica dije que iba a ir reflexionando y escribiendo, juzgando y valorando… y mucho me temo que, finalmente, mi conclusión es bastante negativa. Sí, la obra tiene como virtudes lo que se discierne del original de Molière, el tener un gran sentido del humor, o que la iluminación y el vestuario estén muy cuidados… el resto no hay por dónde cogerlo, así que difícilmente puedo recomendarla.