Crítica La Era del Rock

Por Cinéfilo Criticón @cinefilocritic

No acepten imitaciones

 ★★☆☆☆ 

Con las facilidades que existen en nuestros tiempos para poder escuchar éxitos musicales del pasado, uno puede pensar lo inútil que resultan este tipo de películas donde aparecen actores haciendo karaoke. Sin embargo, con el talento del elenco y una buena trama, todavía se puede disfrutar un género que inevitablemente se encuentra en vías de extinción.

La película cumple con lo primero, que es ofrecer un elenco de reconocidos actores y hasta el siempre polémico Cruise que funcionan más como cebo para atraer público al cine. Es por eso que resulta lamentable que todo el potencial actoral se desperdicie en un libreto que grita de desesperación por algo de relevancia. Y eso de buen elenco se limita a los actores secundarios, no tanto a los protagonistas que bien pudieron salir de algún ‘reality show’ de baile y canto.

El bosquejo de trama se puede resumir a un romance en dos jóvenes con aspiraciones de estrellas musicales. El destino les permite conocerse y emplearse en el legendario ”The Bourbon Room,” donde grandes del rock iniciaron su meteóricas carreras, uno de ellos es Jaxx (Tom Cruise), por quien las mujeres se desvanecen en su presencia. Producto de circunstancias absurdas, Sherrie Christian (Julianne Hough) y Drew Boley (Diego Boneta) siguen sus nada agradables destinos con tal de lograr sus sueños, hasta llegar al predecible desenlace.

No hay ningún problema con reciclar el mismo cuento de siempre, es sólo que no existe ni la mínima importancia por la pareja y mucho menos cuando se la pasan cantando sus desgracias en medleys musicales que al menos que no sean interpretados por sus autores originales, no tienen el sentimiento necesario para trascender a simple sonido. Un segmento tras otro, se sienten lentamente el pasar de los minutos lentamente y lo peor es que se nota el esfuerzo en vano de los actores por que la cinta funcione.

Cuando tienes a Catherine Zeta-Jones, Bryan Cranston, Alec Baldwin y Paul Giamatti; vagando en sus respectivas subtramas como muertos vivientes, esperando acaparar la atención un poco menos de cinco minutos para la siguientes pieza musical, entonces tienes un serio problema. El único que irónicamente sale librado de todo este embrollo es Tom Cruise, quien ofrece una “interpretación” de un rockero solitario y muy necesitado de “amor”. Podrá a instantes parecer exagerada su versión, pero no deja de ser interesante cuando se encuentra en pantalla. En cierta forma hasta el director Adam Shankman lo sabe y por eso le favorece con una buena cantidad de minutos para hacer su magia.

Otro detalle, es que varias historias de los personajes se sienten obligatorias para rellenar la película.  Mejor ejemplo lo tenemos con Patricia Whitmore (Catherine Zeta-Jones), en un personaje que permite a la actriz desplegar todo su talento en brincar, bailar y sonreír a la cámara, para terminar en un montaje tan trillado como inútil. Lejos de ser una caricatura puritana, representa una oportunidad perdida.

Sin ser maestro de canto, existen ciertos límites de los cuales uno puede tolerar y estos se cruzan cuando escuchamos la nada melódica voz de Cruise o hasta de Alec Baldwin, quienes no debieron de haberlo tan siquiera intentado. No se si fue para probar aguas o de plano como todo actor que piensa que cantar es su siguiente paso evolutivo, lo cierto es que resulta ser un insulto para el talento de las los cantantes y autores de los éxitos musicales que se atreven a interpretar.

Si de plano el escuchar música no es su fuerte, entonces no esperen demasiado del departamento de comedia. Con mucho esfuerzo se intenta sorprender a la audiencia con algunas escenas y actos provocadores que hacen más evidente la desesperación por llamar la atención. Todo esta impregnado de una ambientación tan artificial, cada detalle meticulosamente planeado en una fórmula tan desgastada, que poco o nada puede sorprender.

Tanta escenografía, escenarios y sobre todo el papeleo para poder obtener los derechos de tan recordados éxitos musicales, sólo sirven para recordarnos que no existe nada mejor que lo original.  El colmo, es que ni como remembranza u homenaje se puede justificar el desperdicio.