Billy Taggart (Mark Wahlberg) es un policía que un día comete un fallo, mata por venganza a un chaval que ha violado y matado a la hermana de su novia. Le obligan a retirarse del cuerpo de policía, no sin antes caer en gracia al alcalde Nicholas Hosteler (Russell Crowe), que le declara su admiración. Tras siete años, y ya como investigador privado, recibe la llamada del alcalde Hosteler para que investigue a su propia mujer (Catherine Zeta-Jones), pues sospecha que le es infiel.
Evidentemente las cosas que en un principio parecen claras luego son totalmente distintas, todo el mundo está corrupto y Billy decidirá investigar por su cuenta para llegar al meollo del asunto.
Quien tras leer esta sinopsis-resumen le haya entrado sueño o tenga una vaga sensación de déjà vu, que sepa que no es el único. Y es que estos pseudo thillers conspiranoicos, visto uno, vistos todos, y más si los dirigen en modo piloto automático como hace Allen Hughes. Un alcalde malo malísimo, un “héroe” que velará por la verdad y la justicia y desenmascarará los trapos sucios... ¿A quién le puede parecer interesante con los tiempos que corren estas tramas? Si las vemos todos los días en las noticias, más impactantes y con gancho que La trama.
Y, no me malinterpreten, no es que la película de Hughes sea mala, simplemente es insustancial, sin nervio, carente de interés, puesto que te la sabes antes de entrar en la sala.
Los actores, ponen sus caras famosas pensando que eso servirá para traer dinero a la taquilla, pero no veo el compromiso en ellos de sacar una actuación solvente, una implicación más allá de cumplir con el contrato y retirarse pronto del rodaje.
Precisamente estos errores ya los tenía Hughes en El libro de Eli, solo que Denzel Washington le echaba algo más de ganas y lograba entretener lo suficiente como para no pensar que se ha perdido el tiempo, siempre y cuando no te la tomases muy en serio, claro. Pero un thriller político no es una cinta de aventuras, y Walhberg ni se acerca al carisma de Washington, y por mucho que produzca la cinta, si no llenas la pantalla y eres el que sale el 80% del tiempo en ella... mal vamos.
También es cierto que es el primer trabajo de Hughes en solitario, ya que hasta entonces siempre había trabajado junto a su hermano gemelo Albert, pero no se justificar la impersonalidad del filme a este hecho, ya que el origen no está en la dirección, sino en el guión del novato Brian Tucker, que seguramente no ha querido arriesgar demasiado y, desde luego, tampoco Hughes ha querido saltar a la piscina.
Y la falta de ambición en el proyecto es lo que hace que llegue a las pantallas carente de emoción, como si de un producto congelado se tratase, esperando que el espectador coja sus palomitas, meta la película en el microondas y la devore sin devanarse mucho los sesos.
Una película rellena-salas, del montón, y que, según la ambición del espectador y su humor ese día, puede que le cumpla las mínimas expectativas o le disguste, pero que seguramente a la mayoría, como a un servidor, le deje indiferente y con la misma sensación de déjà vu que aporta la sinopsis.