Crítica: "La vida de Pi"; agarrarse a la fe

Publicado el 26 noviembre 2012 por Banacafalata
LA VIDA DE PI


Título Original: Life of Pi Director: Ang Lee Guión: David Magee Música: Mychael Danna Fotografía: Claudio Miranda Interpretes: Suraj Sharma, Irrfan Khan, Rafe Spall, Gérard Depardieu, Tabu, Adril Hussain, Shravanthi Sainath, Ayush Tandon, Vibish Sivakumar Distribuidora: FOX Fecha de Estreno: 30/11/2012
IMAGINACIÓN
Hablar de Ang Lee, no es sólo hablar de uno de los cineastas más importantes de las últimas décadas, si no posiblemente el más global de todos. El hecho de haberse criado en Estados Unidos no ha arrancado de él su lado más tradicional por las enseñanzas y la filosofía china, al revés, le ha permitido usar este contraste de culturas a lo largo de su filmografía para perfeccionar sus obras. Esto se ve desde los primeros compases de su cine, en El Banquete de Boda, Lee contaba los problemas de la fuerte tradición familiar china, a la hora de que su hijo, afincado en Estados Unidos y homosexual, pudiera confesar a sus padres su tendencia sexual. Tradicionalidad contra contemporaneidad, uno de los máximos que siempre han aparecido en el cine de Lee, siendo quizá su máximo exponente su ‘magnus opus’ Brokeback Mountain, una de las mejores películas filmadas en lo que llevamos de siglo.
Las raíces de Brokeback Mountain son puramente americanas, un western ambientado en los años 60 en el que los protagonistas, dos hombres, se enamoraban. La rudeza de los protagonistas que por antonomasia ha tenido siempre el western aparecía en los personajes de Ennis del Mar y Jack Twist, pero a su vez les hacía vivir una historia de amor prohibida, intensa y a ráfagas fugaces. Lee le daba a la cinta una estética sucia y desgastada, pero a la vez narraba lo sucedido con una sensibilidad y un calma cercana al zen. Los protagonistas se comportaban como personajes de raíces asiáticas mientras vivían la pasión, pero afrontaban el dolor de una forma física y más arraigada al violento estilo de vida americano.
En La vida de Pi, aúna de nuevo dos vertientes muy distintas de su cine, por un lado tenemos una historia de una fuerza visual tremenda, que nos recuerda a Tigre y Dragón, una de sus obras más puramente asiáticas. No cabe duda de que Lee siempre disfruto mucho del gran despliegue visual, como contemporáneos suyos como Zhang Yimou demostró tener una gran versatilidad para contar historias pequeñas y grandes epopeyas. Pero desde el fracaso artístico de un Hulk, que es su peor trabajo hasta la fecha, no se había atrevido a volver a poner un pie en la grandilocuencia visual. Pero vuelve a lo grande, firmando uno de los 3D más bellos que se han hecho hasta la fecha, haciendo del inmenso océano que rodea a los protagonistas durante gran parte de la película un personaje más. Filmando el agua como un gran espejo azul, cristalino y vulnerable. Además Lee rueda un accidente marítimo espectacular, y la vida que toman esos animales, de los que cuesta creer que están rodado en CGI es maravillosa. Destacando además de ese tigre que acompaña al protagonista, una ballena que protagoniza uno de los momentos más bellos y misteriosos de la cinta. Una isla llena de suricatos, que oculta un oscuro secreto cuando cae la noche, vuelve a traer la belleza visual a una cinta que explota al máximo estos terrenos.

Pero en La Vida de Pi, hay un comportamiento y filosófico que nos trae al Lee más intimista. El protagonista, un niño llamado Piscine y que tiene que soportar las bromas de sus compañeros por la similitud que su nombre tiene con “pis” se las tiene que arreglar para salir de ese embrollo y cambiar todo su ser. La personalidad de Pi queda marcada desde su infancia, una infancia que Lee rueda con un realismo mágico que inevitablemente nos evoca a Amélie. Pi es hindú, pero en su afán por encontrar algo que le arraigue al mundo y de encontrar un sentido a la vida, Pi estudiará también en cristianismo y el islamismo, aceptando todas las religiones sin que unas creencias afecten a las otras.
Y llega el momento de sobrevivir en un bote a la deriva en el mar. Ahí se encuentran dos seres totalmente opuestos, Pi, una persona espiritual, cultivadora de la mente, vegetariano. Cara a cara con Richard Parker, un tigre de bengala, un depredador que actúa por instintos y que al igual de Pi, se preocupará siempre por su supervivencia. Pi se siente indefenso a la hora matar a ningún animal, da gracias a Dios mientras llora cuando mata a un pez para poder alimentarse, la opción de intentar desprenderse de Richard Parker no es viable, pese a que se le presente en más de una ocasión la posibilidad de hacerlo. Pi, cree en la vida y tendrá que tardar por todos los medios de sobrevivir junto a ese animal, que al contrario de lo que podría ocurrir en otras películas, nunca se humaniza, siempre es un animal, y no llega a ser amigo de Pi más allá de la ocurre en la mente del chaval.
Pero La Vida de Pi no acaba en ese maravilloso viaje de supervivencia que los dos protagonistas tienen que tratar de sobrevivir. La relevadora confesión que se produce en el último acto de la película eleva su significado dando a todo lo ocurrido una vuelta de tuerca. Así La Vida de Pi se convierte en una oda a la imaginación, en un homenaje a la literatura y el cine y todas las artes que nos hacen sumirnos en un mundo que no es real pero que creamos con facilidad. Ang Lee se luce creando una magna obra visual que, para que negarlo, tiene ciertos toques de la tendencia más ‘mainstream’. Pero a la misma vez dota a la historia de un toque místico y filosófico, convirtiéndolo en un cuento maravilloso sobre las ganas de vivir.