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Crítica | “Mala Sangre”, Re-estreno de la vida fugaz

Publicado el 13 agosto 2015 por Pandora Magazine @PandoraMgzn
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Ficha técnica | Título original: Mauvais sang. Director: Leos Carax. Guión: Leos Carax. Reparto: Denis Lavant, Michel Piccoli, Juliette Binoche, Julie Delpy, Hans Meyer, Hugo Pratt,Serge Reggiani, Carroll Brooks. Género: Drama, Romance. Duración: 119 minutos. Año: 1986. País: Francia. Fotografía: Jean-Yves Escoffier. Música: Benjamin Britten, Serguei Prokofiev. Productora: Les Films Plain Chant, Soprofilms, FR3 Films Production, UNITE 3, CNC, Sofima. Distribuidora: Avalon.

Poster MALA SANGRE A4

En un Paris oprimido se encuentran Marc y Hans, dos ladrones de avanzada edad que deberán saldar sus deudas con una estadounidense que no dudara en ajustar cuentas para recuperar su dinero. Antes estos problemas económicos deciden perpetrar un robo como tabla de salvación, el suero STBO, un antídoto que cura una misteriosa enfermedad que algunos jóvenes contraen al hacer el amor con la persona equivocada. Al ser un golpe de difícil ejecución y no poder contar con uno de sus socios por estar fallecido deciden contactar en esta ocasión con su hijo Alex, una navaja suiza de las habilidades con unas extraordinarias cualidades en el arte del pillaje.

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Tras más de 30 años desde su estreno mundial, Avalon recupera esta película para el público, segunda película de Leos Carax que con tan solo 24 años rodo su opera prima “Chico conoce Chica” (1984) para ofrecernos dos años después “Mala Sangre” (1986) junto a su actor fetiche Denis Lavant, una obra experimental con algunas de las escenas más icónicas de los 80’s que aglutina tantas ideas creativas, que uno se puede llegar a perderse ante este ensayo bucólico. Podríamos decir que es una reminiscencia a los experimentos de Jean-Luc Godard, que junto a un grupo de cineastas franceses originaron esa corriente vanguardista denominada “Nueva ola” y que tanto marco a Leos Carax en su irregular e intermitente filmografía.

Sorprende por momentos la cantidad de temas que toca con mayor o menor acierto sin la obligación de agradar a todo el mundo y sin esperar la siempre consabida autocomplacencia del trabajo bien hecho. Dentro de esa vorágine de géneros podemos decir que como película romántica funciona más que bien, pero como thriller sale cuanto menos que mal parado, ya sea por falta de presupuesto o por la precocidad del autor, se queda bastante apagado en ese aspecto aunque lo resuelve con los escasos medios de los que dispone. De todos modos esto no tiene por qué espantar a nadie porque la realización es elogiable, ya sea con escenas mudas a lo Charlie Chaplin, planos donde unas miradas lo dicen todo o la voz en off por parte de Alex que se confunde con su voz de ventrílocuo para demostrarnos la madurez impropia que atesora este director.

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Como en todo experimento que se precie vemos como las líneas argumentales convencionales son aniquiladas nada más comenzar nuestro periplo dentro de los pensamientos bohemios del joven Alex, los planos intrascendentales se camuflan entre sombras chinescas tal elucubraciones mentales dispuestas de tal orden que uno no sabe cómo colocar las piezas del rompecabezas que tiene en el director en la cabeza. Lo que venía a ser una de gánsteres y ladrones convencional se redime en una amalgama de conversaciones inconexas sobre la soledad, el envejecimiento, el hastió de la juventud y fundamentalmente el enamoramiento en tiempos modernos.

Metiéndonos en la historia vemos que Alex decide romper con su novia y enrolarse en el urdido plan ideado por Marc y Hans. Las huidas no son siempre fáciles pero nuestro protagonista no es que corra, más bien galopa. Es tal su velocidad que los colores se van desprendiendo del celuloide volviendo a la película monocromática por momentos, hasta trasladarle a un pequeño local de un barrio subterráneo. Allí se reúne con el resto de la banda donde conocerá a la actual novia de Marc, una nota discordante en este mundo de delincuencia. Es precisamente en ese instante cuando Juliette Binoche nos regala un personaje como Anna, una chica enigmática que pondrá a Alex en una tesitura moral sobre el amor y la infidelidad, otorgándonos el mejor intervalo de la película en forma de noche de las que no quieres que terminen nunca para disfrutar de la fotografía de Jean-Yves Escoffier.

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Durante esa noche, la asfixiante monocromía da paso al rojo y el azul representando a Alex y Anna respectivamente, una alegoría colorida, un fovismo estimulante que nos prevé del tipo de personas que representan ambos. Si hay algo de lo que Alex no se le puede achacar es que es incansable y durante toda esa noche no hace más que agasajar a Anna de distintos modos, las botellas y caladas de humo dan paso a conversaciones extrañas en las que el tiempo parece haberse detenido para los dos con el cometa Halley en una noche estrellada como único testigo. La música de David Bowie o el surrealismo fruto de no pegar ojo se convierten en invitados inesperados en este resquicio de romanticismo entre tanta pesadumbre futurista que les ha tocado vivir.

Como en todo experimento que se precie vemos como las líneas argumentales convencionales son aniquiladas nada más comenzar nuestro periplo dentro de los pensamientos bohemios del joven Alex, los planos intrascendentales se camuflan entre sombras chinescas tal elucubraciones mentales dispuestas de tal orden que uno no sabe cómo colocar las piezas del rompecabezas que tiene en el director en la cabeza. Lo que venía a ser una de gánsteres y ladrones convencional se redime en una amalgama de conversaciones inconexas sobre la soledad, el envejecimiento, el hastió de la juventud y fundamentalmente el enamoramiento en tiempos modernos.

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Está claro que Leos Carax actúa como un trilero de cartas esperando a que nos arremolinemos a su alrededor, va moviendo las cartas de manera desenfrenada entre sus dedos de forma descontrolada con el único fin de generarnos una ilusión sin saber muy bien que sucederá hasta que la policía irrumpe y la magia corre veloz hasta desvanecerse. Pues algo parecido pasa con el tramo final de la película, tras unos momentos mágicos excepcionales y tras consumarse el golpe  aparece la policía para impregnar de convencionalismos lo que queda de metraje recuperando el color perdido para dejarnos ese poso de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Un anhelo a la vida de los momentos fugaces y de las personas que desaparecen fugazmente de nuestras vidas.

Lo mejor: Los momentos en los que están a solas Alex y Anna. Esas secuencias inspiradoras y experimentales que con el paso de los años no han perdido fuerza ni significado.

Lo peor: El convencionalismo de algunos tramos que no se encuentran en consonancia con el resto de la película. Algunos agujeros de guion sin importancia.

Crítica: Iván Heral


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