El mundo está fraccionado. Por un lado nos encontramos con los zombies, muertos vivientes que se pasan el día deambulando sin apenas articular palabra y que, de vez en cuando, salen en busca de vivos para saciar su sed de sangre. Al otro lado, los pocos humanos que aún no han sido convertidos.
Jonathan Levine intenta crear ese clima ó sentimiento de atracción entre ambos personajes, pero la situación es tan descabellada que todo suena a falso y forzado. No desentonan los efectos visuales y alguna escena bien rodada, pero en general poco aporta al género que no estuviera ya inventado y reinventado.
El síndrome de Estocolmo se refleja de forma inmadura y superficial. Sabemos que la película no pretende mostrar ningún tipo de análisis psicológico de los personajes, pero su escasa profundidad resulta demoledora.
Se salva de la quema el actor protagonista. Nicholas Hoult cumple con elegancia en ese extraño papel de zombie con corazón. No se puede decir lo mismo de la que parece "la doble" de Kristen Stewart, la insulsa Teresa Palmer, que en ningún momento llega a transmitir el sentimiento del personaje. Ni siquiera la aparición de John Malkovich levanta un título olvidable e innecesario.
Los amantes de los zombies, de la saga "Crepúsculo" y de los telefilms de después de comer no pueden perderse esta cita. El resto.... seguro que encuentra algo más interesante en la cartelera.