“LA PILARCITA”
TEATRO LARA DE MADRID
ORLANDO TÜNNERMANN. WWW.EL-HOTEL-DE-LAS-ALMAS-PERDIDAS.BLOGSPOT.COM
(Muy divertida, un buen elenco de actores donde refulge con luz propia Anna Castillo)
Me planto en el patio de butacas del añejo teatro Lara de Madrid para ser testigo de unos sucesos de gran comicidad y algo de dramatismo que acaecen en un escenario aldeano, de aquella España profunda del siglo XX, de una España profunda que entonces sonaba a canciones de Joan Baptista Humet, Luis Llach, Betty Missiego o Massiel. Muchas risas y mucha llantina arrecian en ese minúsculo hábitat que es escenario, convertido en fachada cochambrosa de una calle cualquiera de un villorrio sin nombre ni historia. La trama no me engancha inicialmente con anticipo de aliciente novedoso, no se me antojaba trepidante o particularmente atrayente. Tenemos a una bordadora “compulsiva” que prepara su traje regional para la fiesta local, también a una amiga de esas de toda la vida que regenta un “hotel” que parece haber sobrevivido a duras penas a un cataclismo. Como colofón, Selva (MONA MARTÍNEZ), una mujer de porte altanero que luce y se comporta con ínfulas de una gran baronesa a la que hubiese que dar gracias y reverenciar, con genuflexión incluida, cada vez que nos dirigirse la palabra. Como un espectro invisible, que se presiente e intuye pero jamás se revela, está Horacio, la enigmática pareja de la endiosada Selva. Horacio es inaprensible, imaginable como uno imagina el color del viento o de los versos más bellos. Hasta aquí las costuras. La definición propia de esta creación humorística con tintes de tristeza flotante gira con efecto centrípeto (que se mueve hacia el centro o no puede escapar de él) en torno a Anna Castillo (Lucía), una fuerza de la naturaleza brutal cuyo talento mana de manera espontánea, sin esfuerzo, como un don divino que fluye a su libre albedrío. Anna Castillo es el “Astro Rey” por antonomasia y el resto de actores, magníficos en sus roles, rotan a su alrededor como satélites cautivos en su órbita. Como digo, grandes actores, todos ellos, pero ciertamente, Anna Castillo, merecida ganadora de un Premio Goya por su papel en “El Olivo”, es la montaña sagrada que se iza majestuosa sobre el resto de las colinas.
Anna Castillo, nuestra Lucía, es como una metralleta de palabras que no cesa de parlotear, divertidísima, dicharachera como un mercachifle, un torbellino de inquietud que no para quieta, que cotillea a través de la persiana para descubrir la faz del espectral Horacio. Anna Castillo está en su salsa y parece dispuesta a improvisar y reescribir el guión para incluir “payasadas” de cosecha propia. Se ríe con su voz y su donaire y así, aguanta el tipo su amiga Luisa (FABIA CASTRO), que hace esfuerzos ímprobos para no “partirse de risa” y centrarse en su papel, en el cual, por cierto, está magnífica. Una interpretación verosímil como amiga del alma, vehemente en su ardor y retratista perfecta en la emoción y la expresividad. Las dos actrices captan a las mil maravillas el acento y dicción que necesitan estos personajes un tanto “silvestres”, rudos, casi iletrados, sin pulir, con ese lenguaje casi incomprensible de algunas zonas rurales donde a algunas letras de las palabras se las ha tragado el viento o las propias palabras van tan deprisa que parecen participar en una carrera de relevos. La vida monótona y muerta de aburrimiento de las amigas pueblerinas se ve interrumpida por la llegada de Selva, que como antes decía, tiene el porte y elegancia del ave del paraíso. Habla lo justo, como si temiera que cada palabra utilizada fuese a fabricar arrugas en su rostro mimado. Es este personaje el trasunto de la marquesa de turno que gasta un potosí en tratados faciales para que al mirarse al espejo, éste le cuente que tiene 30 años, cuando la partida de nacimiento habla poco menos que de los bolcheviques o los primeros cuplés de Sara Montiel. Eso sí, ¡qué gran actriz! Está muy bien en su perfil, y me encanta cómo se escandaliza con cada nuevo descubrimiento en este poblado, donde el agua corriente y la luz en las casas parecen en sí mismos verdaderos milagros.
Momentos magníficos son prácticamente todos en los que Anna Castillo se suelta a bramar disparates. Sus coreografías en ese escenario no tienen desperdicio. En bikini luce esplendorosa, pero con plumas y guirnaldas regresa el tono más surrealista de estevillorrio irreal, surrealista, en efecto, algo que desmorona a Selva por completo. Las habilidades de Lucía para la hostelería son casi tan indescriptibles como las que ostenta para tejer muñecos de trapo. Todavía me estoy preguntando qué diantres es lo que tratade prepararle a Selva, que se queda alucinada viendo cómo la otra no para de remover algo en un tazón: ¿Será un desayuno continental popular llamado “desayuno mareado”?
Ya le he puesto nombre. Sigamos. En ocasiones, los fragmentos de la función los va sembrando Joaquín (ALEX DE LUCAS) con cancioncillas muy breves a modo de mesteres de juglaría que me recuerdan un poco a los cantautores que mencionaba yo al inicio de mi crónica. La idea está muy bien. Es un modo de narrar las historias que acaecen sobre el escenario con banda sonora. Joaquín es el típico chico majo de todas las pandillas, un tipo agradable con quien siempre se puede contar. Divertido, buena gente, tiene una voz amena y su actitud en el escenario resulta muy afable. Sin embargo no me acaba de conquistar, le falta algo. Están ahí los ingredientes, pero no acabo de ver en el resultado algo que me emocione o me hipnotice.
En definitiva, una corte de actores subalternos que pululan en torno a la grandiosa Anna Castillo, capaz de sacarle oro y lentejuelas a esta historia grisácea en un remedo de pueblo perdido que deprime nada más verlo.
ORLANDO TÜNNERMANN.