Análisis episodio final de The Walking Dead
La quinta temporada de The Walking Dead confirma el viaje interior que todos los protagonistas están llevando a cabo, pero sobre todo confirma que la línea argumental de la serie está completamente definida, a cada paso que los personajes de The Walking Dead están realizando en su búsqueda continua de la felicidad.
The Walking Dead denostada por algunos críticos y premios es una serie intimista que busca ahondar en el drama interior de unos personajes perdidos, a los que se les ha arrebatado el mundo en el que viven. Los que busquen casquería y acción sin sentido se pueden ir por dónde han venido, aquí no les queremos, o que busquen mejor suerte en series teen o quién sabe, en Z Nation.
Quizá ese sea el principal problema de la serie, el cartel que colgó de ella como serie típicamente zombie o gore le está haciendo más mal que bien a la producción. Durante algunas temporadas intentó mantener contentos a los fans más sedientos de vísceras dejando de lado las tramas y las reflexiones sobre los personajes, si algo ha quedado claro con el segundo tramo de la cuarta temporada y con esta quinta temporada al completo, es que eso se acabó.
En esta quinta temporada de The Walking Dead, vivimos el viaje desde el infierno (Terminus) hacia una especie de paraíso terrernal, que nunca pensamos que llegaría. La dicotomía entre la naturaleza más brutal y salvaje del ser humano y la civilizada domesticación del Hombre que abandona su vida nómada para ubicarse en un lugar y encontrar acomodo.
Es la evolución de la raza humana, con un elemento transgresor (siempre subyacente en la atmósfera The Walking Dead) que siempre hace saltar todo por los aires. Y es que tras el apocalipsis zombie, el mundo ha cambiado, las reglas del juego han cambiado. Lo único importante es la supervivencia, y todo lo demás no importa.
La serie parece establecer que en ese nuevo orden moral, sólo van a sobrevivir los más fuertes. Los que quieren permanecer anclados en el pasado, seguir guiados por las estúpidas reglas sociales y clichés tienen sus días contados. Rick y Carol son los máximos exponentes de la corriente que empieza a darse cuenta que habrá que hacer cualquier cosa para sobrevivir, incluso llevarse por delante a los domesticados "seres" humanos que habitan en la nueva urbanización a la que llegan.
Esos humanos, viven en un mundo de confort, alejados de la nueva realidad mundial, basta con que un zombie atraviese las puertas de ese paraíso ficticio para que todo salte por los aires. Como siempre, el climax máximo de la serie se alcanza en un impresionante último episodio, y sobre todo, en unas últimas escenas de infarto. En las que Rick plasma toda esa lucha que el ser humano está librando consigo mismo.
Al tiempo, que volvemos a ver al viejo amigo de la primera temporada. Al que vimos como estaba completamente enloquecido en la tercera temporada, pero que ahora parece haber recuperado la cordura, su cara de asombro lo dice todo cuando sorprende a Rick ensangrentado, realizando el trabajo sucio que nadie quiere hacer, pero que todos piden a gritos con un ensordecedor silencio. Parece como si en algún momento de la serie, casi sin darnos cuenta, ambos amigos se hayan intercambiado los papeles.
Por el camino de ese viaje interior, por las boscosas carreteras de la América más profunda, hemos visto la muerte de muchos personajes importantes y queridos, es el precio que hay que pagar por la supervivencia del grupo. Las personas, al igual que los animales, cuando pasan demasiado tiempo en estado salvaje, anhelan ese instinto que todos tenemos, que nos hace parecernos peligrosamente a los animales. Pero que no nos engañemos, siempre ha estado ahí.
El hombre es un lobo para el hombre...