Crítica una pastelería en tokio (2015), por albert graells

Publicado el 03 diciembre 2015 por Matias Olmedo @DragsterWav3

La última película de la directora japonesa Naomi Kawase resulta una propuesta sobria y modesta, nada pretenciosa, que permite lucirse a los actores principales, sobretodo una veterana Kirin Kiki, a quien ya pudimos ver y disfrutar de su trabajo interpretativo en films como "Returner", "De tal padre, tal hijo" o "Kiseki (milagro)".
La máxima de "Una pastelería en Tokio" reside en una historia de tono mayormente dramático, pero con unos personajes principales entrañables con los que es muy fácil sentirse identificado. La historia gira en torno a una pequeña tienda de dorayakis prefabricados, regentada por un deprimido pero honesto tendero, y a la que suele acudir una joven estudiante con problemas en casa. Un buen día aparece una misteriosa anciana que sabe como cocinar de manera casera y tradicional auténticos dorayakis. Insiste tanto al tendero en trabajar para él, y son tan ricos sus pastelitos, que éste se rinde ante el regalo que le ha caído del cielo. Pero la anciana esconde en sus manos el rastro de un dolor de su pasado que se irá revelando poco a poco.
"Una pastelería en Tokio" termina por ser un interesante retrato de la sociedad japonesa en general y de la fauna urbana de Tokio en concreto. Los tres protagonistas se ven prisioneros en una urbe asfixiante, en pleno movimiento constante, como el canario que la estudiante tiene en su casa en una pequeña jaula. El tendero y la estudiante están atrapados por los problemas que tienen cada uno, se ven desbordados por las situaciones negativas a las que les hace enfrentarse la vida, son prisioneros de sus propios miedos, son prisioneros del miedo que tienen a liberarse de aquellos problemas que les hacen ser tan desgraciados. Las deprimentes vidas del tendero y de la estudiante cambian drásticamente con la llegada de la anciana, que con el sencillo acto de hacer dorayakis caseros consigue transmitir felicidad al tendero y a la estudiante. Que el canario de la estudiante finalmente sale de la jaula y vuela hacia la libertad no deja de ser un simbolismo de que el tendero y la estudiante han conseguido vencer sus miedos y superar su problemas.

De éste modo es imposible no sentirse identificado con los protagonistas. Todos nos hemos sentido o nos sentimos abrumados por los problemas que podamos tener o haber tenido y que nos han impedido o nos impiden ser felices. Pero también hay gente, como la anciana de la película, que no te soluciona los problemas, pero te ayuda a superarlos. Hay gente que con simples actos cotidianos o mundanos, pero hechos con amor y alegría, consigue que las personas que tiene alrededor sienta felicidad. En palabras del escritor estadounidense Steve Maraboli: “En cualquier momento dado la opción de ser feliz está presente; sólo tenemos que elegir ser feliz”. Eso es lo que viene a explicar "Una pastelería en Tokio", que a veces ser feliz no es complicado, que lo difícil muchas veces es atreverse a ser feliz, superar nuestros miedos y sobrellevar nuestros problemas.
Hay una secuencia de diez minutos, la mejor de la película, en la que la anciana enseña al tendero a hacer dorayakis caseros. Es brillante. La manera en que Kawase filma esa secuencia es maravillosa, consigue que la anciana transmita felicidad no sólo al personaje del tendero, sino también al espectador. Los protagonistas transmiten tantas emociones, y Kawase consiga que se transmitan tan bien, que el espectador se ve partícipe de dichas emociones.
Un buen pero a la vez agridulce final sirve para terminar de manera acertada la historia de una de las mejores propuestas de éste año.
Mi calificación es: