Críticas exprés: En el oscuro corazón del bosque / Todo irá bien / Ana el once de marzo / Parsifal

Publicado el 09 abril 2016 por Universo De A @UniversodeA

Me ha encantado la publicidad de esta obra, hay que ver lo mucho que se puede conseguir con tan poco: unos cuantos trajes elegantes y la sala de la primera actriz (o sala de paso ahora) del Teatro Español.

Excelentísima atención al público en el Matadero, algo tradicional, por otra parte.

Me gustó el programa de mano, más extenso de lo habitual. Aunque sigue siendo mejorable.

Tiene gracia, me paso la vida alabando las actividades paralelas de muchos teatros, y también hablé de los “Encuentros” en alguna ocasión… pero hace tiempo que no iba, de modo que no sabía como habían degenerado.

El encuentro con el público de esta obra fue de vergüenza ajena, paso a describir:

En primer lugar tuvimos que esperar al menos 20 minutos a que los integrantes de la compañía se dignasen a presentarse ante nosotros… lógicamente, en semejantes condiciones, sólo se quedan los amiguetes o aquellos que estén muy interesados, porque ya me dirás quién, pasadas las 22.00 de la noche, va a estar en esa sala mirando las horas pasar (excepto los coleguitas, y luego claro, pasa lo que pasa, como describiré abajo), sin mencionar los que creen que ya se ha cancelado porque el aviso se da al principio de la obra en vez de al final, como sería lo lógico y correcto. Lo normal sería que se produjese el “Encuentro” nada más haber terminado, sin tener que esperar a que los actores se cambien en el camerino, pues no me dirás que es mucho trabajo que lo hagan después, y así no se hace esperar al público innecesariamente y se quedan más personas.

En cualquier caso, hay una mujer rubia (con un peinado del estilo del de Anna Wintour, el típico que no habrá cambiado en su vida), muy raquítica ella, que no sabemos quién es, porque jamás dice ni eso ni qué pinta en todo ese fregado, aunque se supone que será alguien del teatro porque se pone en el medio y trata de presentar a los demás, de un modo no muy eficaz pues carece de todo carisma y autoridad para ser la moderadora de tal actividad (sólo hay que fijarse en su postura -siempre cerrada- y en lo poco que interviene).

Así pues, toda la actividad está descontrolada, la gente habla sin saber cuando hacerlo y todo es en plan libre albedrío, improvisado y nadie prepara nada, creándose en ocasiones situaciones incómodas o forzadas porque se nota que no se sabe qué decir; y nadie se ocupa de hacer las preguntas adecuadas porque, como ya digo, la moderación es nula: no hay coloquio, no hay debate, no hay conferencia… no hay nada, es un desastre.

Desgraciadamente, la mala organización no es lo peor de estos “Encuentros con el público”, puesto que se han corrompido de tal modo que deberían de ser renombrados como “Encuentros con coleguitas y amiguetes varios”, o incluso como “Concurso de peloteo gratuito y autoensalzamiento”; aquello no era normal: los participantes hablando de lo genial que es todo y lo maravillosos que son, sin ningún tipo de sentido crítico (y ya no hablemos de modestia… aunque visto lo visto, no creo ni que sepan siquiera lo que significa la palabra); y el “público” (todos, y repito, todos, los que hicieron algún comentario o pidieron el micrófono reconocieron en algún momento tener algún tipo de relación con alguno de los integrantes de la producción) loándoles todo el rato y diciendo que todo había sido ultraperfecto y que no se había visto nada mejor desde que el mundo es mundo… pero qué vergüenza, de verdad, qué vergüenza; yo sería incapaz, juro que sería incapaz, de ser ellos, de estar ahí escuchando tanta adulación tan evidente.

Y yo me pregunto, ¿de verdad eso les sirve de algo a todos los integrantes de esta obra?, ¿en serio oír halagos baratos les va a ser útil para mejorar o para avanzar en algún sentido?, ¿Por qué la verdad está tan infravalorada?, ¿por qué ninguno de ellos fue capaz de pedir, exigir, sentido crítico? (bueno, vale, con el “público” que había, eso hubiese sido imposible…).

Algunos de los momentazos fueron cuando el actor Manuel Galiana afirmó que si no te sentías conmovido por esta obra tenías que ir al médico porque te pasaba algo dentro (a él si que le pasa algo… y se cura adquiriendo cultura)… y poco después el propio autor, José Luis Alonso de Santos (que no paró de presumir de lo mucho que sabía, lo culto que era, y lo mucho que se había documentado… aunque era evidente que todo era superficialidad) comentaba que aquel texto no significaba nada para él, y que era uno más de los que había escrito; todo ello sin mencionar al reparto joven, que en cuanto les quitaron el texto que se habían memorizado ya no sabían ni que decir en el “Encuentro”… la nota de humor la puso Luisa Martín, con sus comentarios irónicos que fueron lo más hábil y crítico de toda la actividad.

En definitiva, José Luis Alonso de Santos comentó también que toda opinión ajena le traía al pairo (algo muy lógico si quieres progresar, mantenerte en tus trece por siempre jamás, así se han conseguido grandes cosas en la historia de la humanidad, no escuchando a nadie -y sí, estoy siendo irónico-), excepto la del público, pues bien, mi opinión la tiene abajo, pero además, agrego la de otra espectadora que oí a la salida (y que resumirá totalmente, las muchas e innecesarias líneas que yo, como siempre, dedicaré a explicar porque no me ha gustado, aunque esta mujer lo haya conseguido en un breve comentario): “me cago en los gatos… si llego a saberlo… la próxima vez leo algo sobre el tema antes de venir”. Pues eso.

-En el oscuro corazón del bosque: espeluznante, así es como defino la experiencia de ver esta obra: espeluznante.

Dijeron en el “Encuentro” que no va a salir de gira, y citando al autor “si no nos vemos más, pues no nos vemos más”… pues menos mal, ni falta que hace, gracias a Dios y al cielo si desaparece para siempre y nunca más volvemos a saber nada de semejante obra. Bien está lo que bien acaba, y aquí el fin es muy necesario, por el bien del arte y del teatro.

Aunque reconozco que tenía ganas de verla porque, por una serie de circunstancias vitales, la obra de Alonso de Santos ha tenido un peso en mi vida (aunque no necesariamente porque me entusiasmase -todo lo que he visto me ha parecido bastante superficial y poco talentoso, y me da igual que sea un autor muy considerado en este país-, que no, simplemente ha estado presente por una serie de circunstancias); pero quedé horrorizado.

El texto es insufriblemente predecible desde el minuto 0, los diálogos parecen escritos por un niño de cinco años, los personajes están fatal definidos y todo lo que no es un estereotipo insoportable está directamente mal.

Tal vez podríamos reflexionar largamente sobre que la perfección en el antropocentrismo de los gatos ya se alcanzó con “Cats” y difícilmente se puede superar eso a ningún nivel… pero es que esto ya ni lo intenta.

Por otro lado, el texto se puede dividir fácilmente en dos: lo referido a los gatos, que es una parte insufriblemente pretenciosa y cursi, plagada de citas de Marco Aurelio que no vienen a cuento y de reflexiones estúpidas; y la de lo referido a los personajes de la mudanza, que es un intento de imitación de un cuento, que resulta tan cansino como infantiloide, y cuyo único interés es el cierto homoerotismo que contiene (porque resultaría mínimamente original en este caso), pero, dado que no se desarrolla, hasta en eso se fracasa. En definitiva, el texto es necesariamente un plomo aburridísimo.

La dirección, llevada a cabo por el mismo autor, es igual de poco efectiva, pues Alonso de Santos es incapaz de insuflarle dinamismo y vida a su propio texto, pues debe creer que va a cobrar vida sólo con que los actores se pongan a soltarlo como si fuesen billetes en el cajero de un banco… y no. La falta de un buen tempo, un ritmo absurdamente lento, hacen que la obra se hunda incluso más.

Sin embargo, a nivel técnico mejora, pues, aunque la iluminación es muy mejorable, la verdad es que tanto la escenografía por parte de Llorenç Corbella como el vestuario del gran modisto Lorenzo Caprile resultan sumamente interesantes; este último, aunque deja totalmente de lado la idea de intentar disfrazar a los personajes de animales, crea un vestuario efectivo, quizás mejorable en muchos aspectos, pero desde luego atractivo y estético.

Pero bueno, contando con tan pésimo material, era muy difícil que los actores consiguieran salvar la función… y efectivamente, no lo logran. Salvando a Luisa Martín que tal vez se mete algo más en personaje y nos facilita un poco el creer que es una gata (y tampoco te creas que hace nada excepcional, pero “en el país de los ciegos el tuerto es el Rey”), el resto son un completo desastre: Manuel Galiana no actúa, suelta parrafadas interminables como si estuviese diciendo la tabla de multiplicar; Pedro Miguel Martínez hace una versión exagerada de sí mismo, como siempre por otra parte; y el reparto joven… ¡ay, el reparto joven!, ¡qué cosa más infame!; a Mariano Estudillo ya lo conocíamos en esta misma sala, dónde demostró todo su “talento” como actor (¡y además “compositor”!) en aquella inefable y repulsiva versión de “Las amistades peligrosas” del siempre estéril Darío Facal; y en la obra de Alonso de Santos, vuelve a repetir personaje… bueno, no lo repite, pero él los hace todos exactamente igual, así que como si lo hiciera. Horrible. Y superando lo insuperable, su partenaire Marta guerras, hace una interpretación tan vergonzosa, tan espantosa, tan infantiloide, tan repugnante y repulsiva, tan insoportablemente falsa… que hace que el resto del reparto parezcan sólo malos y no muy malos, con eso lo digo todo.

En definitiva, estás teniendo todo el tiempo la impresión de que te la han colado pero bien, y te has metido a ver una obra infantil… pero en la que se habla de asistencia a puticlubs y de suicidios, entre otras variadas temáticas del estilo, que, y a lo mejor yo soy muy mojigato, pero no me parecen muy aptas para los tiernos infantes… vamos, que “En el oscuro corazón del bosque” son los dignos sucesores de los famosos títeres de Carmena. Así que, bueno: no es una obra para los adultos y no puede ser vista por los niños; ¿entonces a quién está dirigida?, pues supongo que al ego de los que han participado en ella, porque otra cosa no se explica.

A pesar de que mis últimas referencias no fueron muy allá, e incluso hablé de preferir alejarme del Fernán Gómez… le tengo cariño a este teatro subterráneo, para que voy a mentir. Así que aproveché una obra que me interesaba para volver, y me reencontré con todas las cosas que me gustaban de él: excelente atención al público nuevamente y un espacio que me gusta. Tal vez habría que mejorar algo los programas de mano (aunque la información que encontré en él me pareció instructiva), pero tiempo al tiempo. Decididamente tengo que seguir viniendo, tal vez mi mala experiencia anterior sólo fue una mala racha. Seguiré informando.

Muy a punto estuvo esta obra, de la que voy a hablar, de tener una crítica completa… pero finalmente no me acabó de convencer del todo, lo que no significa que el resultado no haya sido igualmente muy bueno (sin mencionar que tampoco tengo mucho tiempo últimamente).

-Todo irá bien: muy buena, desde luego no es (y tal vez no aspira) a ser una obra maestra, pero es sumamente divertida y está muy bien hecha en todos los aspectos, yo sólo puedo recomendarla.

Si bien el texto de José Manuel Carrasco (especialmente al final) se deja llevar demasiado por la amargura y la desesperanza, algo que contradice el género de la comedia al que pertenece, también es cierto que todos sabemos que no hubiese sido realista si todo acabase en plan cuento de hadas, tal vez el público sí lo agradecería y apreciaría, puesto que el arte no deja de ser un escapismo, pero ciertamente no sería verosímil, tal vez por eso el final abierto también funciona bastante bien.

Ciertamente el texto posee defectos, que sin embargo consigue convertir en virtudes, así, aunque sus personajes no dejan de ser estereotipos, se logra el nada desdeñable mérito, de conseguir que parezcan personas reales.

Muchos elementos destacables se usan para conseguir eso, quizás el más meritorio sea precisamente el no usar un lenguaje perfecto e impecable, ese que sólo oímos en determinados ambientes y que no es el de la calle, que tan desterrado está del teatro porque todo el mundo le tiene miedo a cualquier cosa que no resulte neutra y que pueda denotar cualquier tipo de origen, ya sea de un lugar o de una clase social; sin embargo en “Todo irá bien” tienen la inmensa inteligencia de jugar con acentos, modos de hablar, un lenguaje coloquial… todo suena real, todo suena verosímil, creíble.

En definitiva, el texto convierte todos sus defectos en virtudes de una manera absolutamente ejemplar de la que muchos tendrían, y deberían, tomar nota. Y lo que es lo más importante para una comedia: es muy gracioso e ingenioso.

La puesta en escena es también sorprendentemente efectiva, aunque, el escenario, a pesar de resultar efectivo simbólicamente, se convierte en un estorbo para ver bien la función… no digo que la metáfora del ring de boxeo no sea inteligente, que lo es, pero las cuerdas impiden o estorban la visibilidad al público en muchas ocasiones, y eso no es buena idea.

En cualquier caso, la dirección de escena, que lleva a cabo el mismo autor de la obra, consigue darle un ritmo absolutamente excelente a esta, y más no poniéndoselo fácil a él mismo, pues los actores tienen que superar todo tipo de pruebas en tiempo record: cargar con objetos, vestirse y desnudarse… etc; sin embargo, en ningún momento hay falta de ritmo, nunca decae el interés y todo funciona perfectamente, como un reloj suizo.

A todo ello ayuda un reparto artístico excelentísimamente elegido, pues funcionan genial en sus papeles, todos los actores resultan creíbles, verosímiles, naturales… ves y reconoces a las personas que representan, e incluso, algunos hasta te suenan, pues más de una persona de ese estilo ha pasado por tu vida casi seguro. Y por supuesto, resultan increíblemente divertidos. Quiero decir que a mí me gustó especialmente Laura Barceló, por su gran desenvoltura, pero eso ya es para gustos; porque lo cierto es que todos los actores están absolutamente perfectos, siendo un auténtico “dreamteam” en esta producción.

En definitiva, “Todo irá bien” indudablemente no llega a ser tan profunda, incisiva o trascendental como para convertirse en una obra maestra, pero no albergo ninguna duda cuando la recomiendo totalmente, pues es extremadamente divertida, y funciona muy bien a todos los niveles; lo pasas genial viéndola, y siendo así, ¿para qué pedir más?.

Buena atención al público. El programa de mano horrible, la misma sinopsis que puedes leer en los folletos y en la web… bueno, si no hay nada qué decir acerca de la obra, por algo será.

No estaba muy tentado yo de ir a esta obra, no me tenía muy buena pinta, pero finalmente quería descansar y despejarme, así que me forcé a ir porque me gusta el teatro y, en el fondo, disfruto con la sola asistencia; incluso aunque luego no me guste lo que se representa (como tantas veces habréis visto aquí en el blog).

No era tampoco una temática fácil, la de los atentados del once de marzo, y más con la que está cayendo… en realidad, creo que son unos temas que se deberían de evitar tratar hasta que no haya suficiente perspectiva histórica, hasta entonces siempre habrá una inevitable confusión emocional y será imposible valorar estas obras debidamente.

-Ana el once de marzo: cursi a más no poder.

El texto de Paloma Pedrero aún tiene un pase, es bastante bueno; incluso a pesar de qué en múltiples ocasiones se regodea en su propia teatralidad (hay monólogos que dan risa, con una falta de naturalidad tan tremenda y literaria que dan ganas de vomitar), qué es extremadamente predecible y no contiene ningún tipo de sorpresa; qué sus personajes son muy tópicos, estereotipados (la mujer árabe es el colmo, y encima la propaganda de “no todos son iguales” es demasiado evidente) y aún así terriblemente mal definidos (y algunos totalmente innecesarios, como la enfermera)… pero con todo eso, los diálogos y el argumento general son bastante aceptables, ¿incuestionablemente mejorables?, ciertamente, pero el texto está en un buen punto de partida que, con un mayor e importante trabajo de dramaturgia podría llegar a ser algo muy bueno o incluso una obra maestra; aunque hace falta mejorarlo y trabajarlo mucho. Pero al menos está en camino, que no es algo que todos puedan decir o hayan conseguido.

Y sin duda, si el resto de los elementos de la producción hubiesen estado a la altura, o hubiesen sido geniales, se hubiesen ocultado con enorme facilidad todos los defectos del texto… pero desgraciadamente no es así.

La dirección de escena, tanto de la autora como de Pilar Rodríguez es un ejercicio de autolucimiento infame, pretencioso, vergonzoso, e incluso de amateur total (que se entretiene con las lucecitas porque le hace gracia, y es su nuevo juguete); de hecho, llama tanto la atención, que casi les quita protagonismo a las actrices: es imposible no darse cuenta de qué marcas hay, de qué tiempos se han establecido y en general de lo calculado que está todo; no hay naturalidad, sólo un gran artificio barroco; y nada podría perjudicar más a este texto (que precisamente busca la verosimilitud y la realidad) que esa dirección rococó que se empeña en llamar nuestra atención a cada segundo con todos los elementos que tiene a mano. El momentazo es precisamente al final, cuando las actrices se ponen a jugar con una bola del mundo en uno de los momentos más cursis, demagógicos y ridículos que jamás he presenciado en un teatro.

A pesar de todo, la escenografía y vestuario me parecieron estéticos y agradables, nada del otro mundo, pero sí apropiados.

Para rematarla, las actrices son horribles, y compiten a ver quién sobreactúa más y consigue hacer una versión más teatral de su texto (en plan Aurora Bautista), destrozando frase por frase, acabando con toda la verosimilitud y naturalidad posible, parece que estén jugando a (mal)intepretar una tragedia griega… pero en plan paródico. La verdad es que todas son muy malas y no soy capaz de salvar a ninguna de la quema, quizás tienen la oportunidad de estar peor, por tener personajes más protagónicos, María José Alfonso y Marta Larralde. Horribles.

En definitiva, una producción muy mala, probablemente oportunista (teniendo en cuenta el contexto histórico actual), y sobre todo y ante todo, insoportable y repulsivamente cursi.

Mucho voy a tardar en volver al Real, mis circunstancias personales van a provocar que vaya a ir mucho menos… de hecho casi nunca, lejos quedan los tiempos en los que no me perdía casi ninguna producción. En fin, es lo que hay.

Resulta curioso que la última vez que vaya a pisar el Real en mucho tiempo sea precisamente con la última ópera de Wagner… un gran final, lo reconozco.

Para mi sorpresa, buena atención en taquillas en esta última ocasión. En el resto del teatro, bastante aceptable, aunque en el guardarropa como dejes más de una cosa, no se enteran de la misa la mitad y tienen que volver varias veces porque no se dan cuenta de ello aunque lo hayas dejado en el mismo número.

José Luís Téllez ha estado maravilloso, como siempre en su conferencia por otra parte, me encanta lo bien que sabe diferenciarse de la información del programa de mano y hacer sus propias aportaciones. Escuchar a ese hombre tan ducho y tan versado siempre es un absoluto placer; espero que no lo quiten nunca jamás pues es un puntal de la buena experiencia que supone acudir al Teatro Real, debería estar siempre, no sólo en las óperas montadas sino también en las versiones en concierto y los ballets.

El nuevo número de la Revista del Real me ha parecido un tanto superficial, se supone que su meta es aportar información sobre las producciones que llegan al teatro, pero no consigue desentrañarlas suficientemente bien y hacerlas más accesibles al público como debería.

El programa de mano, absolutamente excelente: lleno de información, imágenes, y me encanta la nueva sección con las anécdotas del Real, con motivo del bicentenario, que debería de continuar una vez terminada la celebración, pues es algo que realmente se aprecia y maravilloso.

También tuve la oportunidad de degustar algunos de los aperitivos que prepara Ramón Freixa para los intermedios, y aunque admito que no están del todo mal, no dejan de ser un tanto caros por ser, en realidad, en el fondo, cosas un tanto vulgares (mortadela, patatas fritas, frutos secos…) y a las que se puede acceder fácilmente en cualquier tienda de alimentación barata que esté cerca del teatro. Sí, vale, están muy diseñados y todo lo que quieras, el aspecto no está mal, pero no dejas de tener la sensación de que te la están dando con queso (nunca mejor dicho).

-Parsifal: pues no me gusta “Parsifal”, lo siento mucho.

Es lo bueno que tiene tener un blog anónimo, que puedes decir lo que te de la gana sin consecuencias y sin perder crédito alguno: no me gusta “Parsifal” de Wagner, y lo repito con la boca muy grande.

El libreto ya es un caos horroroso, narrativamente espantoso, que es la perfecta demostración de todos los defectos de Wagner como libretista: en la ópera no sucede una historia, te la narran; no ves una sucesión de hechos, te los cuenta un personaje; la mayoría de las cosas emocionantes no suceden ante ti, las comenta alguien… imagínate el inevitable aburrimiento; ¿qué eso es lo más práctico para crear largas arias?, pues no te digo que no, pero desde luego no es lo más efectivo para contar una historia (acordémonos de “Tristan e Isolda” y sus diálogos interminables), y desgraciadamente, en Parsifal se alcanza el súmmum en ese aspecto: apenas hay movimiento, apenas hay acción, y la que hay se paraliza rápidamente para contar otras que pasaron hace décadas.

La música tampoco ayuda, es lenta hasta la extenuación, ni siquiera hay uno de esos famosos finales espectaculares de primer acto de Wagner (aunque el que hay es bastante bueno, y me sorprende que la Iglesia no se haya apropiado ya de él y no se esté usando en todas las eucaristías y comuniones o en grandes celebraciones eclesiásticas, porque es todo un ensalzamiento a esa ceremonia, independientemente de las cosas que luego dijese el compositor), y llega incluso a resultar cansina… casi cinco horas escuchando música lenta, y para mí no demasiado emocional, pues ya me dirás tú.

Y por encima, la producción que nos han traído al Real es inicua; la dirección de escena de Claus Guth, intenta algo que resulta totalmente fallido apenas se han pasado unas pocas hojas del libreto, pero se empeña en mantener su error hasta el final (típico); de modo que consigue que nada de lo que se ve sobre el escenario tenga sentido (si ya tenemos un libreto bastante malo a nivel narrativo, y además le sumamos unas decisiones artísticas fatales… imagínate el resultado); y lo que es peor, que pierdas todo interés y no quieras buscárselo.

El director musical, Semyon Bychkov, el pobre hace lo que puede con el material que tiene, de ahí que le hayan aplaudido tanto.

Y ningún cantante me impresionó en absoluto, estuvieron a la altura, pero no vi nada extraordinario.

En definitiva, yo no la recomiendo, francamente, ni esta ni otra producción, no creo que merezca la pena ver “Parsifal” de Wagner, así de claro.