Críticas exprés: Los caciques / Al galope

Publicado el 18 octubre 2015 por Universo De A @UniversodeA

Es curioso, pero a pesar de mi frecuente asistencia a estos (de hecho, como comentaba recientemente a un comentarista, son a los que suelo ir), nunca me había parado a pensar en la gran cantidad de teatros públicos que hay en Madrid; supongo que es en parte porque es la capital, y al fin y al cabo, quién más quién menos, cualquier capital de provincia tiene su propio teatro público también (a veces los tienen hasta pueblecitos).

Cuando repentinamente eres consciente de que algo es público, y de que se gasta por tanto dinero de los contribuyentes en él, comienzas a reflexionar más… por una parte, es muy cierto que yo creo en la necesidad de este tipo de instituciones, pues (como comentaba recientemente en mi crítica sobre el último estreno del Teatro de la zarzuela) de no ser por la preocupación pública, determinado tipo de cultura desaparecería de los escenarios por desinterés privado (que no necesariamente por no tener viabilidad comercial, yo creo que un buen ejemplo de esto es la televisión en este país: sí, Telecinco y su ingente programación de telebasura tendrán muchos espectadores; pero “Isabel” -serie mil veces alabada en este blog, y por gente de todo tipo y condición-, arrasó en audiencia; demostrando así, sobradamente que a la gente, si le das un producto de calidad, responde) o quedaría reducida a unas pocas obras famosas y emblemáticas, con mucho nombre y que todo el mundo conociera para evitar cualquier tipo de riesgo.

Sin mencionar el tema social, cuánta gente vive y trabaja de ello, y normalmente con unas condiciones bastante buenas, o al menos con más seguridad en comparación a lo privado….

Sin mencionar el que nunca haya unos precios muy excesivos, o que al menos haya descuentos para los espectadores, fijándose en algunas de las personas con más necesidades; y que si bien, nunca suelen ser suficientes, y es una asignatura pendiente a mejorar en muchos casos, al menos existen, y ya es mucho más de lo que puedes encontrar en la mayoría de los privados.

Aunque por supuesto, también creo que un teatro público debe hacer un esfuerzo extra para diferenciarse de lo privado, no sólo teniendo una programación de calidad, sino volcandose más con la cultura con la que se ha comprometido (por eso hablo tanto de los programas de mano, de si se hacen actividades o no, y como se desarrollan… etc); pues de no ser así, no tienen sentido; pues, a la hora de la verdad, al espectador hay que proporcionarle una vivencia diferente y única frente a lo que encuentran en lo privado; y eso, será lo que este aprecie a la hora de la verdad.

Pero por otra parte, también es sabido que la mayoría de los teatros públicos fueron comprados hace décadas (argumento que no deja de ser un tanto relativo, ciertamente, puesto que en la comunidad de Madrid se han construido teatros públicos nuevos no hace demasiado tiempo, así que no todo ha sido restaurar, salvar, y supuestamente intentar dar uso a teatros antiquísimos que no se sabía qué hacer con ellos), y quizás con el tiempo se han convertido en una carga presupuestaria; lo que, claramente, en muchos casos se ha debido a una mala gestión (sabemos sobradamente, en el caso del Teatro Real de las quejas de Matabosch por la herencia envenenada que le ha dejado Mortier en forma de deudas debido a que sólo unas pocas óperas hacían caja y otras fracasaban escandalosamente –recordemos aquella temporada en la que prácticamente sólo “Tristán e Isolda” conseguía ser un éxito masivo de público, lo que, por otra parte, hay que agregar, también se debió a los actos oficiales que hubo, lo wagneriano que es Madrid, y que rápidamente se convirtió en el imprescindible social de la temporada… y todos sabemos lo que gustan las apariencias en este teatro-; de modo que se vivía en una permanente balanza compensatoria en las que unas producciones tenían que salvar a otras… y evidentemente, no se conseguía), lo que siempre es un pozo sin fondo porque luego nadie quiere asumir responsabilidades. Y lo peor de todo, es que esto, mirado con una más amplia proyección, puede aplicarse a niveles mucho más altos, incluso mundiales.

No obstante, no quiero terminar esta, ya larga (como todas las mías, por otra parte), reflexión acerca del teatro público (que bien podría merecer un artículo por sí solo), sin decir que, después del todo, el teatro es una de esas cosas que se lleva años diciendo que está en crisis y se muere… pero si tantas instituciones públicas mantienen teatros, y no uno solo, sino varios, si además existen los privados… es evidente que la actividad es rentable; si no fuera así, la iniciativa particular no existiría directamente; y la pública, quedaría reducida a un único local, o a uno por género como máximo, y las llevaría sólo una institución… pero no, está claro que puede ser algo rentable (bien gestionado), está claro que sí puede ser un éxito, que hay una audiencia interesada en esta actividad artística, y que no sólo los mantenemos a modo de museo, y de ejemplo de una cultura pasada de moda o ya irrelevante en el día de hoy… me alegra decir, que el teatro sigue muy vivo, y cuando visito uno de estos lugares, caigo en la cuenta de ello, y me hace feliz.

Independientemente de que a la salida no necesariamente lo esté tanto… pero eso ya es otra historia.

A todo esto, el concepto de la crítica exprés se me ha ido totalmente de las manos… jajajaja.

Hacía mucho que no pisaba este teatro, y es curioso, porque cuando tienes un blog, de repente puedes registrar con bastante exactitud cuanto tiempo llevas sin hacerlo… y me parece mentira.

De hecho, será la primera vez que hable de él en Universo de A (y esperemos que no sea la última, aunque ya veremos si consigue entrar entre mi gira de teatros habituales, ya os habréis fijado que suelo ser muy leal, y casi siempre voy a los mismos a menos que haya alguna obra que me llame la atención esporádicamente en otro teatro), y como siempre que lo hago, comentaré sobre el lugar.

El Teatro María Guerrero es uno de esos lugares de la escena a los que vale la pena ir ya sólo por el sitio en sí mismo (bien es cierto, que en Madrid tenemos la suerte de tener múltiples e interesantes lugares en ese aspecto… es lo maravilloso que tiene vivir en Europa): un teatro decimonónico bastante restaurado, aunque muy bien conservado, que conserva todo su encanto en su sala principal (pues desgraciadamente, no hay muchos salones por los que pasear en un hipotético entreacto, aunque eso, a lo grande, sólo lo tiene el Real), y es que es volver (especialmente si ha sido después de un tiempo) y no puedes evitar fijarte en todos sus maravillosos y encantadores detalles, el uso de los colores, el preciosismo que se ve en pequeñas cosas como el cambio del diseño de los palcos en cada piso… hasta culminar en el espectacular techo neomudejar con espejos en lo alto… es algo realmente bello y encantador, a lo que acudir, al menos una vez, aunque sólo sea por el sitio en sí mismo (tengo entendido que también realizan visitas guiadas, con lo que no es difícil hacerlo).

Y todo ello aderezado de una historia no menos fascinante, ligada, curiosamente, al edificio que tiene detrás, hoy la siempre interesante sala de recoletos de la fundación Mapfre (que en la última exposición permiten ver algunos de los techos originales del palacio que normalmente están tapados, por cierto), pero originalmente, el palacio perteneciente a la Duquesa de Medina de las Torres (título originalmente también vinculado a una mujer, curiosamente, la hija del famoso Conde-Duque de Olivares), que apoyó a su hijo, el Marqués de Monasterio para que construyera un teatro que, en su momento, se consideraba demasiado a las afueras de Madrid. Sería un teatro de sociedad, sin entrada de gente vulgar… paradójicamente, fue esa misma alta sociedad la que lo acabaría hundiendo, con los rituales de luto por Alfonso XII. Con una nueva gestión, pasaría a ser el Teatro de la Princesa (siglas que aún se mantienen en su escudo, en homenaje a la “destronada”, por su hermano póstumo, Princesa de Asturias María de las Mercedes), y bajo la gestión de la icónica actriz María Guerrero, alcanzaría algunos de sus momentos más álgidos; y sería con ese nombre con el que sería rebautizado al caer en poder público tiempo más tarde. Pero aún hoy en día, en los más pequeños detalles (¡incluso en las lámparas!) se pueden atisbar detalles de su larga historia… fijaos, fijaos….

Y como curiosidad final, y ya dejando de lado el tema histórico-artístico, contar una famosísima anécdota que aún hoy en día sigue muy viva en el mundo de la farándula y que, al parecer, sucedió entre sus paredes: el caso es que Luís Escobar y Kirkpatrick, VII Marqués de las marismas (aunque la gente en general lo conoce por otro “título nobiliario”, que es el de haber interpretado al marqués de Leguineche en la famosa saga cómica de Berlanga de “Patrimonio Nacional”); dirigía una producción de Yerma con Aurora Bautista al frente del reparto. Cualquiera que conozca a esta actriz sabe de su estilo siempre sobreactuado y exagerado (para más referencias, ver las películas “Locura de amor” y muy especialmente “Agustina de Aragón”); el caso es que estaban comenzando los ensayos de la obra, y concretamente la primera escena, y entonces, justo en ese principio, salió Bautista actuando así:

-¡¡¡Juan, Juan, Juan!!! (todo de forma muy dramática, con mucho sentimiento, y muy exagerada).

A lo que el Marqués-director reaccionó ingeniosamente diciendo:

-Aurorita, Aurorita, ¡que aún no ha pasado nada!.

A día de hoy, sigue siendo un chiste oficial en el mundo del espectáculo, la anécdota mil veces contada, y de hecho, muchas veces, cuando un actor sobreactúa, se le suele decir la famosa frase mítica de: “Aurorita, Aurorita, ¡que aún no ha pasado nada”.

Por lo demás, en cuanto al personal y la atención al público, aparentemente es encantador (es la misma empresa que contrata al personal del Pavón), al menos en una primera impresión, pero trataremos de seguir pendientes….

Ya por último, también comentar que este teatro también se unió a la Semana de la arquitectura, con bastante menos éxito que el de la Zarzuela (¿quizás por ser más desconocido?, pues no será por la alta inversión en publicidad que hace el Centro dramático nacional, que empapela medio Madrid… aunque la verdad, su estilo sea muy poco sugerente y muy poco interesante, no motiva especialmente a ver las obras… es tan simplista, tan poco agraciado estéticamente), pero mejor, así nos ahorramos colas terroríficas (y las guías estaban mejor informadas y documentadas); aunque lo peor es que no se nos dejó ver otra cosa que no fueran los espacios públicos; algo que al final resultó ridículo, puesto que supuestamente no se quería mostrar las zonas privadas y el escenario (bajaron telón antiincendios y todo) para evitar que se difundiese nada de la escenografía (una estupidez en mi opinión, en el de la Zarzuela abrieron el día antes del estreno, y hasta permitieron hacer fotos por todas las zonas, simplemente pidieron a los asistentes que no las difundieran por internet; y allí sí que había unos decorados bastante más potentes)… en consecuencia se levantó una expectativa absurda que no fue colmada en absoluto, y que ahora, vista con perspectiva, resulta completamente ridícula tal medida, y más cuando ves lo que se ha hecho a nivel escenográfico, pero eso ya es tema de la crítica, así que vamos allá….

-Los caciques: ¡que manía con las actualizaciones de los clásicos, con las adaptaciones fuera de lugar!, ¿es qué nadie se da cuenta de que si los clásicos lo son, es precisamente porque no necesitan ser actualizados?, ¿qué no es necesario, y cito literalmente el programa “hacer posible su retorno a los escenarios en 2015” porque ellos solos no necesitan ningún tipo de tarjeta de presentación?, ¿y que cuánto más se les toca para como esta gente suele decir, hacerlos accesibles al público de hoy día, peor suele ser?.

Rara vez he visto algún caso que saliera airoso de la “profanación” de un original, y he visto muchos desastres por el medio… así que, señores adaptadores y directores de escena, se lo ruego por favor, dejen de pensar que el público es estúpido y no lo va a entender, porque, aunque les sorprenda, el sistema educativo y el nivel cultural ha evolucionado bastante a lo largo de la historia y no son ustedes los únicos que se han beneficiado de tales ventajas; por lo que no necesitamos que nos masquen la comida antes de tragárnosla; y menos cuando, demasiado a menudo, queda impregnada de sus repugnantes babas. Más mucho me temo que es ser demasiado biempensante el creer que estos señores buscan más satisfacer su sentido benéfico y de caridad al prójimo, en vez de su propia vanidad y megalomanía, que es bastante más probable.

No nos toquen los clásicos, que repito, por algo lo son y la gente seguirá asimilándolos por mucho tiempo que pase, y siendo perfectamente capaces de entender su actualidad (porque todos comprendemos que la gente no cambia), sin ningún tipo de ayuda por parte de adaptadores y directores de escena ansiosos de notoriedad. Por favor, se lo pido con buenas palabras (que las malas ya las utilizo muchas veces, como saben bien los lectores de este blog).

Toda esta introducción viene a cuento de que en esta obra tienes la sensación permanente de que falta algo, de que te faltan escenas; sí vale, el argumento se entiende y no llega a haber una tremenda incoherencia (aunque las hay, en pequeño formato, pero las hay), pero tanto la forma de contarla como el desarrollo de personajes deja que desear, y eso es culpa de la adaptación.

Por lo demás, la obra es muy divertida, me reí mucho, pero su actualización (a cargo del propio director y de Juanjo Seoane) no llega a dar resultado, pues el original no es capaz de ocultar sus orígenes ni la época en la que ha sido concebido (ni falta que le hace), por más que se haya intentado lo contrario. El resultado es un permanente descoloque del espectador que ya no sabe en que época se están desarrollando los hechos, si a finales del reinado de Alfonso XIII o el de Juan Carlos I… a lo que hay que aumentar una serie de símbolos que recuerdan al franquismo, de modo que el desconcierto es total; logrando además, definitivamente, el que en ningún caso se pueda considerar que la obra está en una especie de atemporalidad.

Pero a pesar de los fallos de la actualización y adaptación; el texto original se disfruta mucho, y, lo dicho, que es lo más maravilloso de los clásicos, te hace ser consciente de que, a pesar de las aparentes mejoras, en el fondo, seguimos tropezando con la misma piedra y una y otra vez.

Por lo demás, la dirección de Ángel Fernández Montesinos es fascinantemente contradictoria: usa una escenografía de lo más simplista y básica, en plan minimalista (todo de negro, formas geométricas por todos los lados…), pero con ella quiere hacer unos efectismos a lo Broadway (muebles y gente que sube del interior del escenario, espejos, proyecciones… sin mencionar el vestuario, que crea un contraste total y absurdo con lo que le rodea); ¿pero este señor que busca exactamente?, parece que estuviera en una indecisión permanente sin saber muy bien qué hacer, así que se quedó en una especie de indefinición extraña de la que no consiguió salir (a que va a ser por eso por lo que no quiso que viéramos nada en la Semana de la arquitectura… no tenía ni idea de qué hacer). En definitiva, se le ve muy perdido, indeciso, y sin saber qué hacer.

Alabar no obstante el mencionado vestuario (muy apropiado y bien elegido para todos los personajes), que si hubiera estado bien apoyado por una buena escenografía, habría dado una estética final excelente; pero así como ha quedado la obra, pues nada, resulta un tanto absurdo (como si lo hubieran invertido todo en eso y se les hubiera acabado el dinero para lo demás).

En cuanto a los actores, con un director completamente perdido, y sumergido en un mar de dudas y cuestionamientos vitales y teatrales (quizás se pasó todo el tiempo pensando en como mejorar lo inmejorable de un clásico, y por eso perdió el tiempo en tonterías en vez de invertirlo en su propio trabajo, en lo que debería de hacer, y a lo que prestar atención seriamente), pues están lógicamente, también desorientados y desatendidos; porque dirección de actores no hay, ahí cada uno hace lo que le da la gana y no hay ningún tipo de moderación, creándose un contraste en las actuaciones bastante notorio. Por suerte, en este caso (para que no se desigualen mucho), por lo general todos tienden a la sobreactuación, pero en este tipo de obra no les perjudica, pues ayuda a reforzar su comicidad (aunque siempre hay que tener mucho cuidado con esto, pues se puede acabar notando el artificio). En definitiva, que en conjunto salen bastante bien parados. Decir que me sorprendió especialmente Marisol Ayuso, que si bien en televisión nunca fue santo de mi devoción, me dejó impresionado su presencia en escena, fuerza interpretativa, y su vis cómica, natural y nada forzada (al contrario que otros del reparto, a los que se les notaba demasiado).

Pero concluyendo, en este caso podemos decir que el total es mejor que la suma de las partes; y se puede afirmar que esta es una obra cuyo resultado final es que resulta divertida, te ríes y hace reflexionar; ¿qué podría ser muchísimo mejor y una obra maestra?, por descontado, ¿qué podría haber sido absolutamente genial y un imprescindible absoluto de la cartelera? desde luego, pero a eso ya no hay qué hacerle; porque lo cierto es que el resultado final de esta producción en concreto es que resulta regular, aceptable, moderadamente recomendable, para pasar un buen rato; pero nada más.

Y lo ya dicho y comentado, los carteles, espantosos (aunque mucho me temo que es una larga lacra del CDN -Centro dramático nacional-, siempre son unos anuncios sosos, pretendidamente simbólicos, muy poco estéticos, y aunque lo intentan, irónicamente carentes de estilo y elegancia): ¿una corbata en blanco y negro?, ¿en serio?, ¿así pretenden llamar al público?… ya pueden ir mejorando la publicidad, que de nada les va a servir empapelar todo Madrid si no consiguen llamar la atención de la gente.

Bueno, últimamente el Teatro Español ha sido noticia permanente aquí en Universo de A… y no precisamente por lo que se escenifica en él (que también, es la base de la polémica), pues ha superado, ampliamente, los mejores tiempos de los escándalos del Teatro Real… no os perdáis todos los detalles en esta otra crítica, que se han ido actualizando.

Por lo demás, decir que aunque al ir, eché de menos “El minuto del payaso” (cuya crítica se publicará en un futuro) al volver a esta sala; decir que estaba extremadamente interesado en ver esta obra.

La razón es porque la moda es importante en nuestras vidas, queramos que sí o queramos que no, lo es, es algo absolutamente incuestionable; la mejor prueba de ello es la cantidad de gente que ama o odia este tema, pues, en el fondo, la gente que repudia la moda, está siguiendo otra.

Por otro lado, la prueba de su importancia histórica, y como forma artística y de expresión, se puede ver en que somos capaces de distinguir cualquier época con sólo ver como va vestido un personaje, y es que, nadie sería capaz de situar una mujer con un vestido de guardainfante en el antiguo Egipto.

Y ya que tiramos de argumentos históricos, no olvidemos que Napoleón dijo que “la revolución francesa fue provocada por tres cosas: los problemas con las cosechas, los desastres en la guerra… y el asunto del collar” (un complemento de moda); o los escándalos que provocaron las mismas pelucas de María Antonieta y de su corte, siempre más grandes y más espectaculares; o el como la mujer se libera definitivamente en los años 20 y se produce una extremada locura en el vestuario cuando se empieza a enseñar lo que hubiera resultado inconcebible años atrás, plasmación de unos años locos que culminaron tan malamente como bien sabemos… etc.

Pero no todo es pasado lejano, quizás, la novela y película que mejor ha plasmado este mundo últimamente ha sido “El diablo viste de Prada”, que, a través de la ficticia revista “Runway”, parodiaba realmente a Vogue y a su famosa, supuestamente dictatorial, y todopoderosa directora Anna Wintour (hay quien dice que también a Vreeland, personaje protagonista de la obra de esta crítica, pero lo cierto es que Weisberger no tuvo ningún contacto con ella, con lo que me parece una teoría creada a posteriori; ¿qué Vreeland influyera a Wintour?, eso ya es otra cosa…) cuya sosias en el libro y película (magníficamente interpretada por Meryl Streep) sería la exigentísima y temible Miranda Priestley; ambas obras fueron un éxito, lo que demuestra que, efectivamente, la moda nos interesa y nos importa. Guste o no.

Por otro lado, es innegable que como nos vestimos dice mucho de nosotros, que ayuda enormemente a crear esa famosa primera impresión, y que la ropa, a la hora de la verdad, queramos o no, nos condiciona a la hora de juzgar a una persona en primera (e incluso en segunda) instancia. Y eso es porque el vestuario, la moda, es y siempre ha sido una forma de expresión (cosa que se ha reconocido hace relativamente poco, especialmente si tenemos en cuenta, su impronta histórica, con la creación de tantos museos del traje), una forma de comunicación… lo que llevamos puesto, lo queramos o no, habla de quien somos o incluso lo que queremos ser.

Y como queremos saber más sobre esas gentes poderosas que dominan y deciden que llevamos puesto, me parecía sumamente interesante una obra sobre una directora de revistas como “Harper’s Bazaar” o “Vogue”, que vivió y trabajó en tiempos en los que la alta costura y los grandes nombres del diseño aún estaban realmente vivos. Sí, parecía un plan genial, parecía.

Como siempre reseñar la muy buena atención al público del Español, y un gran trabajo técnico (que no es por hacer la pelota -ahora que sé que me siguen-, pero es uno de los pocos teatros en los que no recuerdo un fallo en ninguna función, o muy vagamente y sería incapaz de decir en que obra -a lo mejor no existió-; y si los hay, saben disimularlos muy bien).

Comentar también que la disposición de la antigua “Sala pequeña” (ahora “Margarita Xirgu”) también ha cambiado, en mi opinión para mejor, pues, aunque ahora la entrada del público es algo más indirecta, también es cierto que diría que se ha ganado en espacio. Sin mencionar, y eso es clara mejora, que se ha cambiado la cabina de los técnicos, lo que es bueno tanto para ellos como para el público; pues en nuestro caso, nos resultaba inevitable tener a la derecha sus luces y percibirlas, sacándonos un poco de la historia; y para ellos debía de ser realmente terrible el tener que tener una visión parcial de la función, siempre de lado y de una forma un tanto complicada. Realmente este cambio ha sido para bien, creía que sólo había sido para “El minuto del payaso”, pero está claro que es permanente, y me alegro.

El programa de mano, aunque bien podría ser más completo (tener más páginas, más detalles: historia y progresión de la obra, textos de los autores e implicados … etc), me ha dejado bastante satisfecho, pues se dan muchos datos interesantes. Aunque su estética de color único (que encima suele ser un tono bastante espantoso) y resto en blanco y negro sigue dejando que desear, ojalá se vuelva al estilo anterior de las temporadas pasadas. No quiero tampoco dejar de comentar que ahora se han uniformado el estilo de los programas en el Español y en las Naves; algo que por una parte está bien (porque se ve que son parte de una misma cosa) pero que por otra parte, priva de esa identidad propia a unos escenarios con estilos, fines y metas tan distintos (o al menos deberían de tenerlos, aunque últimamente, ya no sé que te diga); siendo el Español el adalid de lo clásico, y el Matadero el de la vanguardia. O al menos eso sería lo lógico.

En el caso de la publicidad de esta obra, es especialmente excelente, con una fotografía de la protagonista haciendo del personaje, que bien podría pasar por uno de esos impresionantes retratos de algunos de esos grandes fotógrafos del siglo XX; pero en la mayoría de los casos de las otras producciones, no termina de cuajar, y lo dicho, esa estética de color único y foto en blanco y negro no funciona, no atrae, y mucho menos en medio de la calle; resulta muy poco atractiva.

-Al galope: al galope, sí, al galope pensé yo en salir a poco de comenzada la función. No quiero hacer una crítica muy sarcástica porque no creo esta producción lo merezca, aunque hay que reconocer que es tentador porque hay muchas cosas que se prestan a ello, y más cuando a mí me gusta tanto jugar con el lenguaje… en fin, habrá que contenerse y portarse bien.

Según el propio, e instructivo, programa de la obra, esta fue estrenada por primera vez hace veinte años en el off-Broadway, de donde no salió (vamos, que Broadway ni lo pisó), para después hacer un pequeño recorrido por varias capitales Europeas y volver a quedar olvidada hasta hoy (con, atención, porque cito literalmente “esta nueva versión catalana”… ¡española no!, ¡catalana!, ¡esta gente quiere hacer amigos en Madrid!); lo que, probablemente hubiera sido mejor así, y con casi total seguridad, sea su destino definitivo en un futuro muy cercano.

Y es que el texto tiene demasiados fallos: una estructura narrativa muy difusa o casi inexistente, y en todo caso, con muy poca fuerza (que hace que en muy poco tiempo pierdas el interés: no hay motivaciones, no se nos da la oportunidad de quedarnos fascinados por el personaje, no hay intriga… sólo una persona parloteando sin fin sobre frivolidades que nos importan más bien poco); nos lleva a la deriva por un montón de comentarios insustanciales que, para quién no le interese a matar el tema, y sea un superfan de la Vreeland a muerte, le aburrirá mortalmente (a la hora de la verdad, te recuerda tristemente a aquella iniciativa que también tuvo lugar en esta sala, de “Voces de Madrid”, en la que oías a gente irrelevante hablar de temas igualmente irrelevantes, y que debió de ser un fracaso porque no he sabido que nunca más se volviera a hacer… yo ya lo imaginaba); y es que por encima tarda demasiado en llegar un momento de climax (si es que consideramos que lo hay); la verdad, es que el gran problema de este monólogo es que apenas tiene momentos álgidos, de hecho muy pocos, es, como si estuvieras oyendo hablar a la típica persona que no tiene con quien, y que en el fondo le importa muy poco que la escuches o no, ella lo que necesita es desahogarse, y hablar, hablar sin medida, no quiere una conversación, sólo alguien que esté ahí fingiendo escuchar….

Otra de las mejores pruebas de lo mal contada que está la historia (y del escaso talento de los autores), es que a la hora de la verdad, si no lees el programa previamente a la función, no tendrás muchos de los datos más básicos y necesarios para entender el monólogo; lo que prueba, que este es absolutamente incapaz de hacer llegar bien la información al público (y siendo incapaces de algo tan básico, imagínate el poder distribuirla adecuadamente para que resulte ágil narrativamente… es un objetivo absolutamente inalcanzable)

Y todo eso ya sin mencionar el tema histórico, ¡ufff!, ¡qué sufrimiento!, ¡daban ganas de callarla!, ¡por Dios!, ¡si las cosas que decía no superaban la prueba de la enciclopedia escolar! (ni siquiera las de la cultura general más básica), ya no es que contara leyendas o pseudohistoria, ¡es que se inventa deliberadamente los hechos históricos!, horroroso. Yo entiendo que la obra original la escribieran unos americanos… pero por favor, al llegar a Europa, ¡dadle un toquecito, que la gente tiene un nivel, y no se traga tantísimas estupideces juntas y tantísima ignorancia e indocumentación!, ¡por favor!, hay que saber un poco a qué público nos dirigimos….

En definitiva, el texto original es muy malo e indigno de la persona a la que se quiere dramatizar, no puede funcionar a ningún nivel porque simplemente está pésimamente escrito y comete errores de novato desde las primeras líneas. Desastroso.

Pero no es la primera vez que un mal texto es salvado por una producción adecuada, cierto que es muy difícil, extremadamente complicado, pero alguna vez pasa (y en esta misma sala sucedió); lamentablemente, este no es el caso.

A pesar de que la dirección de Guido Torlonia es realmente buena y hace todo lo que puede y más para llevar a buen puerto este barco, e incluso se la podría calificar de talentosa (habría que ver más para llegar a una justa conclusión acerca de ese tema); a pesar de que utiliza medios maravillosos para conseguir mantener el interés (proyecciones de fotos, una buena dirección de actores, apropiados movimientos de escena, música de ambiente que nos introduce en la época -aunque dejar la canción entera de “you’re the top”, por más que me guste Cole Porter, fue una pesadez interminable y remataba definitivamente con el ritmo de la obra que ya era de por sí bastante deficiente debido al material original-… etc), le puede la mala suerte, y el tiro le sale por la culata: en el teléfono tendría que sonar una mujer y suena a voz de hombre; el espejo detrás del cual se proyectan las fotos refleja, y resulta molesto para el espectador… etc. De un modo u otro, todo se confabula para que el resultado sea de bajo nivel; a pesar de que, lo dicho, no parece que sea culpa suya.

Por otro lado, también es un acierto reducir el nivel de horterismo y kitsch de la salita roja original de la Vreeland al hacer su reproducción en la Sala Margarita Xirgu; de modo que, la verdad es que tanto la escenografía como el vestuario consiguen evocar lo que es imprescindible para esta obra: estilo. Gran trabajo, sí señor, pues en ese ambiente es perfectamente evocable el Nueva York de décadas atrás y su alta sociedad.

Lamentablemente, el pilar por excelencia que debe levantar un monólogo, no consigue hacerlo, la actriz principal y única: Carme Elías; en la cual, paradójicamente, su gran virtud y su gran defecto es exactamente el mismo: su gran parecido con Diana Vreeland; virtud, porque físicamente son parecidísimas, lo que está claro que se ha buscado, y desde luego se ha logrado totalmente; pero también defecto, porque lo único que vemos es eso, un parecido, una imitación, jamás a Vreeland.

Vamos a poner un ilustrativo ejemplo: cuando tú ves a alguien como Carlos Latre imitando a un personaje famoso, Latre, con esa especial capacidad vocal que tiene, conseguirá recrear tal cual la voz, e incluso se disfrazará para conseguir un gran parecido… pero en ningún momento dejamos de ver a Latre que imita a otra persona. Por eso nunca se considera a los imitadores actores, pues son disciplinas totalmente distintas, el imitador no pretende crear un personaje, sólo coger una serie de rasgos superficiales para caricaturizarlo, pero nunca llega a ser él, sólo lo finge, y todo el mundo lo sabe y participa en el juego pues eso es lo realmente divertido de ello, que somos conscientes de que es una imitación (porque una actuación siempre le da un tono más serio, pretende la mimetización con el personaje real, y por tanto no es una simple parodia).

Y lamentablemente, Elías se queda en una imitación en todos los aspectos, pues ni siquiera puede calificarse de una buena actuación, ya que incluso usa recursos extremadamente tópicos y manidos (soy una persona excéntrica y sofisticada, ergo, hago gestos grandes y ampulosos; soy encantador y sociable, ergo, hablo sin parar y atropelladamente… etc); aunque también la entiendo, porque está claro, tenía que hacer algo para siquiera conseguir intentar evocar algo de la mujer que pretende recrear, pues evidentemente carece del carisma y del estilo necesarios para interpretar a un personaje del que no consigue mantener las riendas en ningún momento, y mucho menos dominar, simplemente no está hecho para ella. En definitiva, una imitación vacua que nunca te llegas a creer.

Concluyendo, el conjunto total, al final, resulta un tanto largo y aburrido, estéticamente agradable, pero no es suficiente porque cuesta bastante mantener el interés, de hecho, hay que esforzarse en ello.