Críticas express: Don Juan Tenorio / Adalí / La sesión final de Freud

Publicado el 24 enero 2015 por Universo De A @UniversodeA

Últimamente no tengo tiempo para nada, es un milagro que pueda publicar estas críticas (y que tenga material con qué hacerlo).

En fin, diré de todos estos teatros que los programas de mano son mejorables, estaría bien que fuesen más completos y no sólo trajesen la opinión del director además de los datos artistico-técnicos.

La atención al público es excelente en todos, como es habitual.

Y decir, que cada vez me impresiona más la labor de los técnicos del Español, es todo un trabajo no siempre suficientemente reconocido (aunque en este blog lo recordemos de vez en cuando).

-Don Juan Tenorio: esta producción es tan desmesuradamente mala, que estuve a punto de dedicarle una crítica entera para despedazarla merecidamente… pero me da mucha pereza. No obstante, no quiero renunciar a algunos de los placeres que tienen las críticas completas. En este caso, utilizaré un nuevo y original (bueno, novedoso entre comillas, pues no es la primera vez que utilizo una cita del texto original para definir una producción o algo de esta, pero sí la única vez que lo haré para dividir apartados) formato en Universo de A, hablaré de cada tema anteponiendo primero una cita del “Don Juan Tenorio” de José Zorrilla, y serán frases que definan lo que a continuación se va a contar. Ya que el texto original es lo exclusivamente salvable de esta producción (pues milagrosamente, ha sido lo único que ha salido casi indemne, sólo casi -para que os hagáis una idea, tanto como salió el “Alceste” de Gluck en el Real-), me parece justo que, dado que tanto se le ha infamado y avergonzado de las maneras que abajo explicaré, ahora sea la propia obra la que cobre su venganza a través de mi modesta pluma. Comenzamos:

¡Cuál gritan esos malditos!
Pero, ¡mal rayo me parta
si en concluyendo la carta
no pagan caros sus gritos!

(mi venganza y la de Zorrilla… y maldita e infame manía de los altavoces en el teatro)

Últimamente, casi siempre que en el teatro Pavón se programa una gran obra conocida suele ser un fiasco; si a eso le sumamos que esta temporada está siendo sumamente decepcionante (con ejemplos como este o este; aunque ya comentaba que la programación no tenía muy buena pinta); pues últimamente no parece haber muchas razones para acercarse a este antiguo (aunque rehabilitadísimo) teatro de principos del siglo XX. Y mucho me temo que este montaje no es una excepción (es algo peor que eso, pero ya lo cuento abajo); con lo que adios al buen teatro clásico hasta bien entrado febrero. Y eso con suerte, que ya veremos, porque tal y como vamos… mejor no albergar muchas esperanzas.

Y es una pena, porque la gente está deseosa de ver estos montajes, los profesores llevan a sus alumnos… ¿qué derecho hay a destrozarles la experiencia?; todo el mundo está ansioso de ver algo magnífico y se nos presentan unas cosas… de verdad, a veces creo que deberían de volver los buenos usos del teatro clásico… pero por parte del público, y poder lanzar tomates, gritar de indignación, tirar las butacas contra el escenario, retar a duelo a los responsables, o al menos exigir masivamente el dinero de la entrada y que te lo devuelvan… etc; a ver si así reaccionan y dejan de presentarnos estos horrores.

Y es especialmente terrible, puesto que hace bien poco, nos presentaban en el Español un Shakespeare, cuya producción yo ponía verde, pues creía que no se podía hacer peor un clásico… no estaba del todo en lo cierto, seguid leyendo, seguid leyendo; pues, readaptando el conocido dicho, “siempre va a haber alguien peor que tú”.

“-¡Justicia por doña Inés!

-¡Pero no contra don Juan!”

(¿pero qué le hizo “Don Juan” a Blanca Portillo, ¿qué?, ¿qué?)

Es más, si no fuera porque es imposible, diría que este montaje del don Juan que nos presentan en el Pavón sigue la misma idea que el musical de “Los Productores”, que, para quien no conozca el argumento, se trata de unos profesionales del teatro que se dan cuenta de que pueden ganar más con un fracaso que con un éxito, así que su objetivo es llevar a cabo una producción en la que todo falle, en la que todo sea insalvable, en definitiva, que no haya por donde cogerla, y para ello buscan desesperadamente lo peor de lo peor (un autor nazi, un director pésimo, unos actores horribles…), con el único objetivo de que el resultado final sea infumable, y así poder llevar a cabo la estafa con éxito y cierta facilidad. Sino fuera porque ese argumento ficticio es inaplicable a la Compañía nacional de teatro clásico, diría que ese es también el objetivo final de Blanca Portillo, directora de este montaje

Portillo, para que la podáis identificar, es muy conocida como actriz por su personaje de Carlota en “7 vidas”, aunque está claro que nunca ha apreciado mucho la fama televisiva, pues ha evitado repetir en ese medio en todo lo posible… de ahí que (como Fran Perea, otro actor con un caso parecido) se mate a buscar proyectos “serios”… bueno, más o menos, porque no hay quien entienda esa obsesión de interpretar personajes masculinos; aparte de Torquemada en la película de Alatriste, hace hace poco interpretó a Segismundo en este mismo teatro, y no son los únicos; ¡como si los femeninos no fueran lo bastante buenos!, vale que ella no es el colmo de la femineidad, pero aún así….

En cualquier caso (si bien el hábil cartel con el que se anuncia la obra por todo Madrid engaña habilidosamente evitando que sepamos lo que se oculta detrás), según llegamos ya recibimos la primera provocación por parte de Portillo, leemos el programa (que aunque están bastante bien, son mejorables en este teatro) en el que pone verde al personaje don Juan Tenorio y suelta la demagogia más barata y desfasada (¡cita hasta la violencia de género!, ¿pero desde cuando se juzga algo fuera de su tiempo?) probando que no ha entendido nada de la obra que pretende dirigir.

“Uff, que mal empezamos”, pienso yo, pero decido darle el beneficio de la duda, puede que después del todo pueda aportar una visión novedosa. Poco me duró la posibilidad de dar tal beneficio y de borrar esa primera impresión, pues por desgracia, como casi siempre, mi primera intuición resultó terriblemente acertada.

“¡Ah! Por doquiera que fui
la razón atropellé,
la virtud escarnecí
y a la justicia burlé,
y emponzoñé cuanto vi.
Yo a las cabañas bajé
y a los palacios subí,
y los claustros escalé;
y pues tal mi vida fue,
no, no hay perdón para mí”

(Si alguien de esta producción puede decir justamente estas palabras, esa es la directora; porque no hay perdón para lo que le ha hecho a la obra de Zorrilla)

Pronto me di cuenta de que iba el tema, de buscar la provocación por la provocación, el escándalo por el escándalo; está claro que la señora Portillo se ha creído la supervanguardista del mundo mundial que va a aportar su visión inédita y nunca vista del Tenorio… por favor. Y si algo caracteriza a este montaje es precisamente la falta de originalidad y la vulgaridad creativa, producto de una mente que se ha creído que ir contracorriente totalmente con el texto que le han dado va a ser de una modernidad abrumadora.

No sé si es un problema de una profunda incultura e ignorancia absoluta (me cuesta creerlo, puesto que habría que estar aislado del mundo totalmente para que fuera este caso -como Segismundo, que ironía-) o de una total y absoluta falta de capacidad para la innovación y la creación; sea como sea, su búsqueda de la ruptura por la ruptura es tan cargante, como predecible y nulamente original; aún digo más, no diría que es pedante, pues su falta de inventiva para renovar el clásico (que se supone que es lo que intenta, vamos digo yo, porque me niego a creer que haya querido destrozar la obra porque sí o estafar deliveradamente al público… supongo) es tan baja, tan ordinaria, que ni siquiera puede calificarse de presuntuosa.

Sin mencionar su erronea interpretación del mito de don Juan, puesto que para empezar hay muchos don Juanes, y son bastante diferentes, tanto el de Tirso, como el de da Ponte (de la ópera de Mozart), el de Zorrilla (esos los más conocidos por la gente en general, pero no faltan autores más que reseñables que también hayan tratado el mito); y parece demasiado evidente que la directora no tiene ni idea del tema (o por lo menos, no lo demuestra)… pero a Portillo eso de documentarse le da igual, ¿para qué?, ¿qué tengo una obra que habla de un pecador redimido a través del amor?, ¿ah, sí?, ¿de verdad?, ¡vaya, que fuerte!; bueno, ¿a quién le va a importar?, total, yo voy a hacer lo que me de la gana, basándome en lo que sé de oídas….

Es más, durante toda la obra parece que la directora realizara su dirección pensando lo siguiente: “¿pero don Juan no iba de un seductor impenitente?, yo creo que sí, me da que eso es lo que me contaron en el colegio… la verdad es que no me entero de que va mi propia obra, la que tengo que dirigir, y encima está escrita de una manera tan farragosa… no la voy a leer ni en broma, ¡qué pesadez!, ni con la dramaturgia hecha consigo tragármela, ¡qué aburrimiento!, bueno, vamos a vestirlos a todos con vaqueros y a ponerlos a soltar los versos de formas extrañas, que así, al menos me entretengo en los ensayos y da la impresión de que hago algo. Además ya se sabe que todo lo que no entienden ni público ni entendidos… ¡es arte! (aunque sólo sea para no quedar mal), ¡viva el arte!, ¡y esta obra tiene que ser muy artística porque yo no entiendo ni palabra!… y además, si hago exactamente lo contrario a lo que dice el texto, ¡seguro que soy supervanguardista e indudablemente no lo ha hecho nunca nadie antes!, ¡pero qué lista eres Blanca!, ¡qué ideas únicas e insólitas tienes!, ¡que digo lista!, ¡qué artista! (y tengo que serlo mucho, porque ni yo misma lo entiendo)”.

En definitiva, tan vulgar como poco original, la directora demuestra no tener ningún talento y ser absolutamente incapaz de comprender su propia obra. Desastroso; he llegado a pensar que es un proyecto de encargo, pero es que ni así se puede hacer algo tan desmesuradamente mal. Es demasiado evidente que Portillo ni entiende ni sabe utilizar el material que tiene; simplemente, no es apta ni competente para el trabajo, así de simple y de sencillo, no vale.

Aunque quien sabe, puede que a alguien le guste, no en vano, yo cuando terminó la función, lo primero que pensé fue: “Mortier ha muerto, viva Portillo”, pues un montaje de este estilo no lo desdeñaría en absoluto el anterior director artístico del Teatro Real, con el que, de hecho, sufrimos algo con características muy parecidas.

Pero como mi deber como crítico es hablar a la gente de lo que va a ver, para que pueda decidir por si misma si ir o no, pues vamos al tema.

Callad, por Dios, ¡oh, don Juan!,
que no podré resistir
mucho tiempo sin morir,
tan nunca sentido afán.
¡Ah! Callad, por compasión,
que oyéndoos, me parece
que mi cerebro enloquece,
y se arde mi corazón.

(tal y como ves la obra, sí, también te hierve la sangre y desearías que se callaran… o morirte -y no precisamente por las mismas razones de doña Inés en la obra-)

El texto, a pesar de la dramaturgia, yo no lo noté demasiado tocado (es lo único que Portillo, sorprendentemente, respetó medianamente… esa suerte no la tuvimos con “Ricardo III” en el Español), con lo cual es una preciosidad, las palabras en sí, los versos… es lo único disfrutable de la función, y en lo que pasas todo el tiempo intentando concentrarte desesperadamente para evitar ver lo desastroso del resto; pero, al igual que pasaba en la última e infausta producción de “Alceste” en el Real, te lo ponen tan difícil que es terrible.

Supone un esfuerzo, incluso doloroso, tener que centrarte exclusivamente en las palabras dejando de lado todo lo demás (aparte del montaje en sí, también hay que quitar quien la dice, como la dice, el tono que utiliza… terrible… al menos en “Alceste” si cerrabas los ojos te quedaba la música), tragándo de olvidarlo, es un ejercicio de concentración realmente brutal que te deja absolutamente exhausto… ¡y que acaba por producirte un cabreo!.

En fin, será mejor que os describa más o menos lo que se ve:

Todo comienza con unas canciones espantosas, cantadas por una mujer entaconada y aparentemente embarazada, que es una sosias vocal de Ana Belén (y el estilo musical no se aleja mucho), ¿viene a cuento?, no, ¿tiene que ver con la obra?, no, ¿es una pesadez que se repite una y otra vez, y que cansa un mayor hastío y repugnancia cada vez que vuelve a suceder?, sí. Con lo que me gusta la utilización de la música en este tipo de obras, hasta eso lo destrozan.

Y por supuesto, ahí están los “preciosos” micrófonos y altavoces para acabar de convertir esto en un bodrio total; si nuestros clásicos levantaran la cabeza… convertirían Madrid en una película de zombies (o en un merecido “The walking dead”, partiendo del barrio de las letras), porque es inaguantable esta insoportable manía que le ha entrado a todo el mundo con utilizar este sistema, cuando en el teatro si algo se aprecia es la voz en directo; estoy harto de comentarlo, y sólo repetiré que suele ser una muestra de una absoluta inseguridad y falta de talento. No hay justificación alguna para poner altavoces o usar micrófonos en un espectáculo en directo, ninguna (¡y muchísimo menos teatro clásico!, ¡a donde vamos a llegar!, ¡esto ya es lo último!).

Así, la vil, mísera, y fatal dirección busca desesperadamente la antinaturalidad, el conseguir que nada pegue, que ninguna cosa quede bien, parece que incluso a propósito; es algo espantoso, un crimen, una villanía… o quizás yo soy tan estúpido que no he captado el quid de la cuestión, y resulte que la labor de Portillo es una brillante metáfora del don Juan porque también pretende escarnecer todo cuanto vio y envenenar las palabras de Zorrilla, porque otra cosa no se explica. Al final va a resultar que es una obra maestra puesto que la propia producción es la mejor alegoría del don Juan que no respeta nada. Aunque si ese es el caso, no se redime al final, bueno, ni al final ni en ningún momento: todo está asombrosamente mal: los movimientos en escena, las coreografías antinaturales, la pésima dirección de actores… nada se puede salvar, pero es que nada. Y no hay muchos casos en los que pase algo así, y encima, aburre profundamente.

¡Qué noche, válgame Dios!
A poderlo calcular
no me meto yo a servir
a tan fogoso galán.
¡Ay, Ciutti! Molida estoy;
no me puedo menear.

(pobres de las personas que trabajaron bajo el mando de la Portillo, bien podrían decir estas frases viendo el resultado final)

Por supuesto, este horror no se salva ni estéticamente, un mismo feo y aburrido escenario nos acompañará todo el tiempo y nos obliga a imaginar la obra, ya que la directora parece haberse decidido a que el público haga su trabajo.

Mejor no mencionemos el espantoso vestuario que bien pudo haber sido comprado en las tiendas circundantes del barrio cinco minutos antes de la función (y a mí no me extrañaría nada de nada).

“¡Ah, qué horror, (…) ¿Dó estás, don Juan, que aquí me olvidas en tal dolor?”

(es lo que imploras segundo tras segundo desde el comienzo, poder ver el “Don Juan Tenorio” de Zorrilla por el que has pagado una entrada)

En lo que respecta a los actores, ¡pobres víctimas!, inocentes atrapados por una dirección ineficaz y sin talento, se ven arrastrados en esta caída sin remedio de una producción que merece la condena absoluta que don Juan no tiene en la obra (supuestamente, hasta en eso la directora quiere ir contracorriente). Hacen lo que bien pueden, pero ¿qué poder tienen frente a una dirección que se ha empeñado en hundir esta producción a toda costa y bajo cualquier circunstancia, o que, en el mejor de los casos no tiene ni idea de lo que hace?, no se pueden salvar y no se salvan.

Es más, quizás, lo que levanta más compasión es que el reparto no podría haber sido peor escogido (otra de las maldades de Portillo), y a pesar de todo se esfuerzan en tratar de sacar el tema adelante.

Aunque no los exoneremos del todo, pues que Jose Luís García-Pérez se crea que puede interpretar a don Juan teniendo en cuenta su edad y características físicas… es pedirnos demasiada ingenuidad (y sobre todo, es demasiada pretensión por su parte). Y ya no menciono sus escasas capacidades para el medio teatral, pues ya lo he comentado anteriormente.

Lo mismo se puede decir de buena parte del resto del reparto, cuya inadecuación es totalmente notoria, pero lo dicho, ellos han sido contratados para hacer un trabajo, y cumplen, eso hay que reconocerselo; no hacen nada para evitar la terrorífica catástrofe, pero tampoco pueden. Probablemente actuan como profesionales, saben que lo que hacen es una mierda, pero pagan por ello, ¿y quien no ha trabajado alguna vez en algo que no le gusta? pues eso; cobrar, que ya es bastante hoy día, y ya surgirá algo, aunque no necesariamente bueno, al menos decente, por malo que sea, peor que este Tenorio no va a ser, eso seguro.

“Pesada me es ya la broma,
mas veremos quién asoma (…)
mas me ocurre en este instante
que nos podemos mofar
de los de afuera, invitándoles
a probar su sutileza,
entrándose hasta esta pieza
y sus puertas no franqueándoles.”

(debe de ser lo que pensaron del público al pretender estrenar y representar noche tras noche este bodrio vergonzoso)

Y el público, ¿cómo reacciona ante semejante desmán?, pues de forma lógica: pronto ves a los que miramos a cualquier sitio donde encontrar algo que capte nuestra atención porque el escenario es incapaz de lograrlo (además de que te daña los ojos ver como destrozan una obra magistral de la historia del teatro), aunque estos somos los que conseguimos mantener un mayor control sobre nosotros mismos; otros ya cabecean y les cuesta sostener los párpados abiertos mientras luchan por no apoyarse contra el de al lado y dormir en su hombro; también los hay que prefieren carraspear y toser sin parar, revolverse en el asiento… etc, haciendo ver su incomodidad psíquica a través de su físico; por supuesto está el recurso típico de sacar el móvil y ponerse a toquetearlo; e incluso otros directamente se ponen a hablar… etc.

¡Pero sí eso fuera lo más terrible!, no, lo más trágico es oír risas, carcajadas a mandíbula batiente, en los momentos más dramáticos (o que deberían de serlo), que la gente se parta de risa en el “Don Juan” de Zorrilla es algo tan infamante y horrible, tan vergonzoso, que hay que tener mucho, pero que mucho valor (más bien temeridad y poca vergüenza) para seguir presentando una producción como esa ante el público.

Vamos, que no me extraña nada que en el programa se ponga que son dos horas y media… sin descanso; porque si lo llega a haber, no queda nadie para el siguiente acto, hasta quizás yo mismo me hubiera ido (y no es algo que suela hacer).

“Yo mi alma he dado por ti,
y Dios te otorga por mí
tu dudosa salvación.
Misterio es que en
comprensión
no cabe de criatura:
y sólo en vida más pura
los justos comprenderán
que el amor salvó a don Juan
al pie de la sepultura”

(el don Juan de Zorrilla tal vez vaya al cielo… el de Portillo no tiene salvación posible)

Pero la obra sigue siendo insalvable, puesto que esta producción del “Don Juan” que se representa en el Pavón, metafóricamente, tiene más del de Mozart que del de zorrilla, pues ni pide perdón, ni hay contricción alguna (a pesar de que tiene el fuego del infierno presente todo el tiempo a través de los espectadores en estado de shock de aburrimiento total), ni puede ser amado por nadie… ¡con lo que directo al merecido infierno!.

Recordando lo que dice Portillo en el programa “creo que ya va siendo hora de que alguien llame a Tenorio por su  nombre”; pues bien, siguiendo su idea, si nos referimos a esta producción en concreto, tendremos que llamarla: muy mala, deplorable, pésima, nefasta… y considero que me estoy quedando corto.

-Adalí: es un espectáculo agradable al que le sobran minutos, quizás se deba a que la danza de por sí misma, sin un argumento, o sin pequeñas historias, no se termina de sostener mucho tiempo; o tal vez sea impresión mía.

Sea como sea, el espectáculo empieza muy bien, es alegre, bonito y comienza teniendo muy buena pinta; pero va decayendo a medida que pasa el tiempo. Así, aunque 80 minutos no son muchos por lo general, a esta función con una hora le hubiera llegado; los muchos solos son excesivos, y parece como si no vinieran a cuento; por otra parte, lo dicho, es como si la alegría decayera a medida que pasa el tiempo, y como llega a cansar, pues eso no beneficia a la percepción final.

Quizás también se deba a que quizás no se pueda hablar de que es un espectáculo como tal, un conjunto en si mismo pensado para ser indisoluble y en el que una parte no se entiende sin la otra, sino en múltiples números musicales que se siguen el uno al otro sin necesidad de coherencia.

Tal vez, y eso sí parece notarse, el teatro se le queda grande al espectáculo, puesto que exceptuando el comienzo (con esa espectacular tela roja que lo cubre todo, y el uso del telón, ¡novedad!, para el Matadero), no se rentabilizan ni se aprovechan nada los recursos que este medio ofrece, ni se hace nada porque el espectáculo sea más grande. Hablando claramente, esta representación bien se hubiera podido hacer en cualquier tablao flamenco (el Café de chinitas, por poner un ejemplo madrileño) sin que se notara mucho la diferencia ni alterara demasiado la calidad del resultado final; y eso, todo hay que decirlo, es malo, muy malo para la valoración final del espectáculo, que claramente necesita una talentosa dirección de escena para progresar, dejar de ser un simple baile de flamenco y convertirse en un espectáculo teatral de verdad, porque en este momento, la verdad sea dicha, sólo se trata de un tablao instalado en el Matadero.

Por otra parte, he investigado minimamente esta compañía, y parece tener una única componente fija, la bailarina que le da nombre (cosa que siempre pensaré que es de una gran pretensión, ponerle tu nombre a tu propia compañía, aunque se haga mucho) y tengo la impresión de que al resto se les contrata por espectáculo. Sea como sea, resulta muy curioso e irónico que a pesar del narcisismo de Gómez (siempre es la protagonista) casi todos sus bailarines la eclipsan.

No hay mucho más destacable, el resto del apartado artístico es aceptable, aunque la cantaora que nos tocó, Carmina Cortés, no me entusiasmó demasiado.

Y como no, ahí están los espantosos micrófonos y altavoces para amargarnos la experiencia del directo, debemos de tener los teatros con peor sonoridad del mundo, porque no se explica; así que, una vez más, se nos priva de la voz en riguroso directo.

Por lo demás, es un espectáculo agradable, aceptable y quizás recomendable si no se es muy exigente, que hace lo que calificaría de una poco arriesgada fusión de flamenco clásico y contemporáneo. No obstante, debo aclarar que sólo me parece interesante para aquellos que les interese este tipo de música y espectáculo (no en vano, se ve mucho turista entre el público), puesto que no me parece ni tan imprescindible ni tan fácil de soportar para alguien que no le interese; ni tan interesante para una persona que simplemente quiera iniciarse en el conocimiento de esta disciplina. Es, lo dicho, un espectáculo bonito, aceptable, agradable de ver, pero nada más.


-La sesión final de Freud: con toda probabilidad, esta obra merecería una crítica completa y no una express; pero entre el poco tiempo que tengo últimamente, y lo perezoso y vago que estoy, pues tendrán que pagar justos por pecadores.

Poco malo se puede reseñar de esta obra (regular tal vez, pero malo, realmente malo no hay nada, eso es la verdad), quizás uno de sus pocos puntos medianamente negativos es que el texto no es muy original en su puesta en escena, pues se trata de la típica y habitual obra de actores que basa su drama en el enfrentamiento dual, y que, a menudo, suele utilizar creencias enfrentadas; por poner algún ejemplo reciente (y nacional) en esta misma sala, tenemos el caso de “El encuentro”.  Ahora bien, todos tenemos formatos, plantillas, ideas preconcebidas, influencias… etc, y eso significa bastante poco, lo importante es lo que conseguimos hacer con ellas, de donde partimos y a donde llegamos, etc.

Y “La sesión final de Freud” consigue algo grande, no sé si una obra maestra, tendría que volverla a ver y analizar más detenidamente, pero desde luego, sí algo muy bueno y muy interesante; incuestionable teatro de calidad.

Y es que el texto está escrito con una gran naturalidad teatral, con una magnífica profesionalidad, bagaje, conocimiento y amor por el medio; sabe como funciona el teatro y lo utiliza, y ahí está el gran triunfo de este texto.

Hasta que punto la obra es veraz históricamente, personalmente lo he investigado muy por encima, aunque está claro que algo había (sin mencionar que un psiquiatra llamado Nicholi publicó un libro titulado “La cuestión de Dios: C. S. Lewis y Sigmund Freud debaten acerca de Dios, el amor, el sexo y el sentido de la vida”)… de todos modos, tampoco es muy relevante, puesto que la obra evita deliveradamente centrarse en el tema histórico, lo que es quizás (sólo quizás) otro de sus fallos, pues no saldremos de la sala sabiendo más ni de Freud ni de Lewis; aunque como ya digo, la calificación de “fallo” se puede cuestionar, puesto que dado que tampoco hace falta ser un entendido o tener alguna idea de quienes son estos personajes para entender de que va la obra, también esta resulta más accesible y comprensible para todo el mundo en general (aunque siempre ayuda saber algo: Freud es el famoso inventor del psicoanálisis -en resumen exagerado para entendernos todos: esa disciplina psiquiatrica que lo asocia casi todo al sexo- y C.S. Lewis es un escritor especialmente famoso por haber escrito “Las crónicas de Narnia” -hace muy poco adaptadas al cine-, que curiosamente formó parte de un reto que llevó a Tolkien a escribir “El señor de los anillos”).

¿pero entonces (preguntaréis) de que va esta obra con personajes históricos si no nos cuenta su vida?, pues es una continua y fascinante reflexión vital centrada especialmente en cuestiones religiosas, éticas y morales; sin dejar de lado un poderoso humor. El texto tiene además la gran sabiduría de conseguir ser bastante neutral (aunque diría que el ateísmo gana la partida, no es nada fácil escribir algo que no sea parcial… y por eso aquellas que lo consiguen alcanzan el grado de obras maestras).

Así, durante todo el tiempo de duración de la obra, vamos enlazando interesantísimas reflexiones y vemos todas las partes del conflicto, las formas de ver y entender la vida… etc, de una forma brillante y amena con un magnífico texto que, como ya digo, es todo un reflejo de gran capacidad y conocimiento teatral.

Y no hay duda, cuando salgamos de la sala, tendremos la oportunidad de debatir, con mayor o menor acaloramiento (recomiendo mesura y buena elección de las personas con que debatir, que son temas siempre delicados y peligrosos), con aquellos con los que hayamos visto la función; porque lo cierto es que este texto tiene muchas de las virtudes de una gran obra, entre ellas, que no se acaba cuando termina la representación, sigue quedando algo que decir, y es cuando el público toma la palabra.

La dirección, por parte de la británica Townsend, es clásica, académica, no arriesgada pero cuela, es apropiada; dicho de otro modo, no te deja deslumbrado, pero lleva bien la obra; diría que pasa incluso desapercibida, cediendo el protagonismo a otras cuestiones.

Magnífica la dirección artística, de gran belleza la escenografía y su disposición; especialmente porque vamos a pasar un tiempo viéndola (obviamente no hay cambios de escenario, aunque sí una hábil utilización de los recursos),  es algo muy agradable a degustar y en la que sumergirse durante un buen rato.

Ya sólo queda hablar de los actores, que trabajan con gran química y en perfecto binomio; algo especialmente importante en una obra en la que las interpretaciones son especialmente cruciales.

Ambos realizan un buen trabajo; ahora bien, el que destaca totalmente (aunque da la impresión de que involuntariamente, y que se contiene para evitar destacar ante la interpretación de más bajo nivel de su compañero al que bien podría devorar) es Helio Pedregal en el papel de Freud, y lo hace tan magistralmente bien, que me daba la impresión de estar viendo al propio doctor Sigmund Freud; su dominio del personaje se vuelve tan absoluto, es tan verosímil, que desaparecen personaje y actor, y sólo eres capaz de ver que tienes ante ti  al propio doctor Freud. Indudablemente el parecido físico ayuda bastante, pero no es lo único; ha construído tan perfectamente bien al personaje a todos los niveles, que te parece ver a una persona real, ha logrado asumir de tal modo a Freud que bien podría hacerse pasar por él, y lo hace, vaya si lo hace (es más, no me extrañaría nada que destrás de su interpretación hubiera una labor de documentación previa para conseguir ese resultado final tan veraz).

Por su parte, a Eleazar Ortiz sólo me resultó aceptable, veo más una actuación (un actor haciendo un personaje) que a Lewis; no sabría decir que falla: quizás usa recursos gestuales y tonales muy manidos, o tal vez no se cree suficientemente su personaje, o no ha conseguido identificarse con él; sea como sea, es incapaz de conseguir y transmitir verosimilitud para aquel a quien encarna. No digo que, dejándote llevar por la obra, no aceptes que él sea Lewis, pero pedir ese esfuerzo de imaginación al público, es la perfecta demostración de que su interpretación deja que desear, aunque, como ya digo es pasable.

En conclusión, una muy buena e interesante obra de teatro (quizás incluso una obra maestra, pero lo dicho, tendría que volver a verla y reanalizarla) que merece muchísimo la pena ver; aunque ya os lo advierto, no es nada fácil conseguir entrada, no es la primera vez que se ven carteles de que todas las localidades están agotadas; no sé si es que la gente ha olido la calidad de la obra y se ha lanzado a la compra de localidades como enloquecidos o que pasa…. sea como sea, parece otro argumento más en favor de la gran calidad de la producción que se representa en la sala pequeña del teatro Español, y que bien merece la pena disfrutar… y reflexionar.