Críticas express: Los justos / En el desierto

Publicado el 10 octubre 2014 por Universo De A @UniversodeA

-Los justos: hay que reconocer que la obra pintaba bien por lo poco que sabía de ella, el cartel moderademente interesante, título grandilocuente (que al contrario que el ya comentado de “El loco de los balcones”, sí suena a obra maestra), sinopsis que también lo resultaba, y finalmente, el programa de mano en el que aumentaba mi buena disposición hacia lo que iba a ver.

Una obra sobre planear el asesinato del Zar en plena efervescencia de la revolución rusa de 1905 suena muy interesante; aunque nada correcto históricamente, de hacerlo bien, hubiera sido mejor, y mucho más atractivo (pues la realidad siempre supera a la ficción, con lo cual, cuando nos mantenemos en ella, y si se hace bien, suele dar muy buenos resultados dramáticos), que tratara sobre el asesinato de la Familia Imperial (y los pocos que los seguían acompañando) a sangre fría en aquel sótano de la casa Ipátiev de Ekaterimburgo (así, la obra hubiese podido tratar todas las formas de ver la revolución: la necesidad de la eliminación de un símbolo frente a la idea del asesinato de incluso niños; el precio de la revolución, todas las caras de esta y sus múltiples ideologías o formas de verla… etc). Y de querer mantenerse la idea de la planificación del asesinato de un Zar, también hubiese sido sumamente interesante una obra sobre Alejandro II de Rusia (y si me apuras, sobre nuestro Alfonso XIII de España, cuyo intento de atentado por el anarquista Mateo Morral, no tiene nada que envidiar en intriga, interés, fuerza dramática y espectacularidad a nada de lo anterior; de hecho, quizás esto es más para el cine que para el teatro), con todas las contradicciones que supondría, pues este monarca terminó con la servidumbre, sin mencionar el espectacular final de la construcción de la preciosa Iglesia del Salvador sobre la sangre derramada de San Petesburgo como conmemoración….

Pero este no es para nada el caso, así que vamos a dejar el tema, puesto que en la obra que aquí criticamos, no se utiliza siquiera el texto de Camus tal cual, sino que se adapta, supuestamente a nuestros años ochenta, y los terroristas (etarras, concretamente) pasan a atentar contra un alto político nacional; que nunca se sabe quien es, sólo se le menciona como “el fascista”, así que podría ser cualquiera. Muy a pesar de que hubiera sido sumamente interesante que hubieran mantenido la idea antimonárquica (cosa que tampoco estaría fuera de la realidad, ETA intentó atentar contra el Rey en varias ocasiones -cosa que ya se trató en la ficción, por ejemplo, en la no muy efectiva miniserie “Una bala para el Rey”), lo que hubiera permitido interesantes reflexiones, que hoy día serían de lo más actuales, acerca de lo que supone un símbolo de estado, el concepto de nación… etc; pero no tomaron esa decisión.

En cualquier caso, por lo que tenemos hasta ahora, la cosa sigue sin sonar nada mal (unos etarras y sus conflictos internos acerca de lo que es un ideal y hasta que punto está legitimado o si estos pueden y deben tener límites), e incluso bien hecha, tiene posibilidades de ser una obra maestra… impresión que rápidamente se derrumba cuando han pasado cinco minutos de la representación, o menos.

Para empezar, la adaptación es algo realmente penoso, una especie de corta y pega escolar, en el que, aparentemente quieren sacar lo mejor del texto original pero ni siquiera consiguen algo medianamente coherente y cohesionado; digamos que es como ver una especie de collage cubista o una película con un montaje de carnicero (por poner un ejemplo muy gráfico, el “Hamlet” de Kenneth Branagh reducido a dos horas para salas comerciales que originalmente dura cuatro en el vídeo doméstico); es un desastre, es como si estuvieras en una carretera llena de baches en la que vas dando saltos una y otra vez, como si te hubieras montado en la atracción del Saltamontes. Lógicamente, tampoco se puede esperar congruencia de unos personajes que están desdibujados y difusos, como a medias, abocetados.

Luego claro, como la obra tiene tantas pretensiones, se mete en camisas de once varas tremendas para intentar adaptarla a la ETA de los años 80, y por supuesto, es incapaz de salir adelante, de modo que es como si estuvieras viendo una especie de antología, de selección de textos de Camus reescritos, porque ahí nada coincide ni tiene demasiado sentido, no pega ni con cola; Es un “quiero y no puedo” en toda regla.

Esto es totalmente culpa de la compañía, que se ha querido meter en algo para lo que no estaban preparados y, es demasiado evidente, para lo que no poseían talento, pues, como se seguirá comentando en esta crítica, esto es precisamente lo que acaba definiendo esta producción: la ostensible falta de talento.

Como decía, partiendo de un texto, ya de por sí, muy difícil de sostener, llega una dirección con un único objetivo: el autolucimiento (por algo se metió también en la dramaturgia), de modo que empieza a desarrollar todo tipo de recursos a cada cual más pedante. Para empezar, mediante unas cuerdas, intenta desarrollar una especie de simbolismo (como si en vez de una obra de teatro dramática estuviese haciendo danza cotemporánea) que nunca termina de funcionar, se comprende perfectamente, pero no da resultado en absoluto, mientras el público no puede dejar de bajar la mirada con socarronería.

¡Y si aún esto fuera lo más espectacular que nos tiene reservado!, el señor director utilizará todos os recursos habidos y por haber para llamar la atención sobre si mismo (y porque no tenía más medios y presupuesto, sino aún habría más… tiemblo si esta obra se hubiese representado en el Teatro Real), y que nadie olvide que hay alguien que está dirigiendo; así, con un efectismo que envidiaría cualquier ópera barroca europea del siglo XVIII, el hombre utiliza de todo: la luz, el sonido… en forma de focos que cambian de colorines o que bajan, puertas que se abren… todo ello sin mencionar los movimientos en escena, una especie de espantosa coreografía que acaba convirtiendo esta obra en una de las mejores comedias involuntarias que jamás he visto en teatro (quizás la mejor; eso en cine es relativamente habitual, en teatro mucho menos). No digo que el hombre no pueda tener un potencial talento, pero su trabajo en esta obra es tan pedante, inapropiado, desmesuradamente exagerado y fuera de lugar, que hunde totalmente su puesta en escena.

Visto esto, un director tan narcisista, y tan preocupado porque se vea su trabajo, se pensará que la dirección de actores es impecable, ¿no?… ¡pues por supuesto que no!; el director parece reunir dos de las características básicas de dos grandes directores: Visconti y Hitchcock; del primero coge su amor por la escenografía, y su obsesión porque todo sea estético y perfecto (está claro que este hombre se equivocó de profesión, Hernández-Simón -el director- tiene alma de escenógrafo), y del segundo, su desprecio y odio acérrimo hacia los actores, que son ganado, frente al auténtico artista que es el director.

Así pues, y quizás con el único objetivo de garantizarse el autolucimiento seguro (a mí tanta egolatría, visto lo visto, no me extrañaría nada), pasa de los actores y deja que hagan lo que les da la gana, no le importa en absoluto, por él, como si dicen misa, mientras respeten los movimientos de escena, ya pueden cantar la canción de “La gallina turuleca”, que al señor Hernández-Simon le da igual.

Ahora bien, no hay que quitarle mérito al reparto artístico, porque ellos solitos, a pesar de que Hernández-Simon les haga la vida imposible, se ganan a pulso lo que diré de ellos, no es todo culpa sólo de una perversa dirección de actores (difícilmente puede calificarse de otro modo). A ese respecto, las cuerdas son lo mejor: los actores están intentando soltar textos con pretensiones dramáticas, y a la vez, se ven obligados a hacer de todo con las cuerdas: se las ponen, quitan, anudan, golpean, juegan con ellas… jajaja, y todo eso, una y otra vez, una y otra vez.

El reparto artístico es lo más espantoso que he visto en mucho tiempo (o quizás en toda mi vida, pero tampoco me he querido parar a pensarlo demasiado), consiguen una colección de las peores interpretaciones posibles e imaginables haciendo cosas que ya casi no ves ni en el teatro aficcionado (es más ves grupos de teatro amateur que están muy, pero que muy por encima de algunas producciones profesionales… y mejor no comparar con esta, puesto que hacer esto siempre es odioso, como dice el refrán), por ejemplo, se ven cosas tan básicas como que los actores no sepan que hacer con las manos (rasgo por excelencia del mal actor, y que denota que ni está pensando en el personaje ni en nada); ahora bien, ¡si esto fuera todo!, los actores de esta producción consiguen proezas, hasta ahora inimaginables para mí, como, ¡sobreactuar con las manos!, ¡sí, tal cual lo digo!, que los movimientos resulten tan antinaturales que sea imposible creerselos. A nivel gestual, he de reconocer que uno de ellos me deslumbró especialmente, consiguiendo algo que yo consideraba totalmente imposible hasta el momento, algo que nadie hubiera creído que se pudiera hacer: sobreactuar respirando; sí, tal cual se lee, a mí si me lo cuentan y no me lo creo, ¿cómo es posible (y supuestamente sin hacerlo a propósito) que una persona consiga hacer nada verosímil y totalmente antinatural un acto tan lógico, tan normal, habitual, tan propio de cualquier ser vivo como es inspirar y espirar aire?; hay que reconocer que conseguir eso tiene mucho mérito, ¡un premio para este chico!, en serio, porque es toda una hazaña, debería de haber unos anti-premios del teatro, y Alex Gadea se merece uno, y sino, soy capaz de montarlos yo, porque algo así tiene que recibir algún tipo de reconocimiento o galardón, ¡menudo triunfo!.

Y todo lo anterior, ya sólo tratando de las cosas más exageradas  y vistosas, pero no es lo único que es fuente de la mejor comedia involuntaria que he visto en muchos tiempo, por favor, si váis, no os perdáis las reacciones y las caras que ponen mientras otro está hablando, ¡son para enmarcarlas!.

En cualquier caso, normalmente, cuando uno o varios actores me parecen malos o sin tablas, a menudo digo que parece que estén actuando en su escuela de interpretación… pero es que estos ni eso, parece que estén en su función de fin de curso de primaria.

Desgraciadamente, sería imposible citar todo lo que hacen mal, así que vamos a quedarnos simplemente con algunos de los “highlights”, de los mejores momentos a “disfrutar” durante la obra: Baldrich fumando como si fuese Bette Davis intepretando a una femme fatale (atención a los momentazos en los que expulsa el humo, con un dramatismo desmedido); tema en el que no se queda atrás su compañero Ramón Ibarra, que celoso de que su partenaire haya conseguido incrustar tanto patetismo en un cigarrillo, se dedica a hacer movimientos ampulosos con el suyo, cuanto más mejor (¡ni Tallulah Bankhead!) , para ver si olvidamos el anterior momentazo, en una competición en la que resulta difícil entregar la palma de la victoria; y por si fuera poco, este actor tiene uno de los grandes chistes de la obra, con el que pude dejar salir la risa que llevaba conteniendo toda la representación (al igual que buena parte del público), dice así, en una escena de un policía a un etarra encarcelado:

“-es la única forma de obtener la gracia.

-¿qué gracia?

-¡la que tu tienes!, ¡joder!, ¿¡tú que te crees!?”

¡Inmejorable!.

Por su parte Gadea, que parece un actor de cine mudo interpretando una tragedia griega (no hay que perder de vista las múltiples veces en las que se lleva las manos a la cabeza -y sí, no estoy hablando figuradamente, literalmente se lleva las manos a la cabeza en la mejor tradición del dibujo animado, ¿te lo puedes creer?-, en el gesto más típico, más tópico y más poco natural, pero con una capacidad expresiva que tanto John Gilbert como Buster Keaton envidiarían); y todo ello complementándolo con voz, en directo y en color, y sin un texto ultradramático… no os costará imaginar el resultado; además de que está siempre en lo más alto, como si se hubiese tomado algún tipo de estupefaciente antes de la representación.

Tampoco hay que perderse el momentazo de Rafael Ortiz con la escoba, por instantes yo temí que se pusiese a cantar eso de “si yo tuviera una escoba, si yo tuviese una escoba… cuantas cosas barrería” (y no me extrañaría nada que estuviese entre las intenciones originales de la producción… pero que al final no tuvieron el dinero suficiente para comprar los derechos), y al que, cualquier día de estos, un ama de casa cuarentona le gritará desde las butacas eso tan típico de “¡como se nota que no has cogido una escoba en tu vida!”. Pablo Rivero Madriñán, a pesar de estar casi siempre en escena, y también hacerlo de forma horrible, da la impresión de que sólo pasaba por allí, pues no es capaz de competir con sus compañeros de escena, decididos a eclipsar al otro a cualquier precio. Para terminar, Patiño por su parte, hace un lucimiento de pluma (que, por supuesto, no le va nada al personaje… aunque quizás pretendía darle una especial profundidad a su intepretación y se trata de un recurso actoral para que podamos imaginar como le han tratado en la cárcel… casi me lo creo), de modo que parece que en cualquier momento le vaya a salir cola como a un pavo real, y vaya a salir volando al programa ese de Cazamariposas, donde podrá competir, y muy legítimamente, con el resto del reparto masculino en su brutal contienda por ver quien es más gay.

Por supuesto, no pude contener el investigar, aunque sólo fuera por encima, de donde habían salido estos señores (a cualquiera no le entra curiosidad, visto lo visto), cuyas caras además me sonaban… y entonces lo entedí todo, claro, cuando tu gran formación práctica ha estado en un culebrón de sobremesa donde prima más el entregar el producto a tiempo que su calidad (pues su público objetivo no va a ser muy exigente que digamos), pues claro, entiendes que no tienen ni idea de teatro, se han metido de esta guisa en el tema, y así han salido parados.

Y no puedo dejar de referenciar su acto cómico final: salir a hacer reverencias ante un público que aplaude por pura compasión, y hacerlo… ¡hasta tres veces!, lógicamente, lo tuvieron que hacer a todo correr (pues nadie se atreve a dejar de aplaudir con el actor delante aún en el escenario), mientras las decadentes aspirantes a ovaciones se apagaban de la forma más triste imaginable (en plan “en serio, ¿de verdad es necesario aplaudir?”)…. Por si esto no fuera suficiente reflejo de la impresión final en el público, lo mejor es observar las caras, todas ellas con la misma expresión de “¡Madre de Dios!, ¿pero qué ha sido esto que acabamos de ver?”, mientras la vergüenza ajena que nos había acompañado buena parte de la obra, se apodera de nosotros definitivamente.

Finalizando, la verdad es que la obra se desarrolla de esta manera: principio espectacular con la puerta; los actores empiezan a hacer cosas raras y tú ya comienzas a temerte lo peor, mientras el homoerotismo campa a sus anchas y poco tardas en imaginar, y más teniendo en cuenta una única presencia femenina, que pronto esos tipos empezarán a luchar en la tierra esa del escenario, que ya se habrá convertido en barro después del agua que se han tirado encima… pero afortunadamente, las cosas parecen volver al redil, y los actores empiezan a soltar texto, ¡por poco tiempo!, puesto que pronto empiezan a jugar con las cuerdas… con las cuales te pasas toda la representación deseando que se tropiecen, para poder reírte a gusto, ya que lo peor, y a pesar del supuesto dramatismo de la obra, es que hay tantísima comedia involuntaria que te pasas toda la obra conteniendo la risa, y claro, cuando haces eso, las ganas de reírse aumentan, y así todo el rato, mientras combinas eso con otros momentos de taparte la cara de pura vergüenza ajena o en plan “Dios mío, ¿pero qué es esto?”. Lo que no significa que se deje de mirar la hora cada pocos minutos.

En definitiva, me cuesta decir si recomiendo o no esta producción; puesto que, obras mediocres hay a cientos, pero la mayoría aburren muchísimo (reciente ejemplo hasta hace poco en las naves)… ¡en cambio esta es divertidísima! (es más, yo he vuelto a reírme un montón recordándola mientras hacía esta crítica express, y no dejo de hacerlo cuando la comento con alguien). Supongo que no me queda sino dejarlo a vuestro juicio, siempre teniendo en cuenta que es una producción mediocre, que de alguna forma acaba resultando una obra maestra de la comedia involuntaria, dudoso mérito, pero mérito al fin y al cabo.

Y ya saliéndonos del tema de la crítica, no quiero dejar de comentar otras cosas de las Naves del Matadero.

Resaltar los interesantes programas (aunque siempre apena que no sean más extensos), que tienen como muy buena característica el que suelen contener siempre algo escrito por alguien de la producción, lo que te permite acercarte más a ella, y entenderla mejor (otra cosa, es que luego lo compartas), un bravo por este detalle que, aunque mejorable, es una de las cosas que legitiman la existencia del teatro público.

También decir que cada vez estoy más sorprendido con el buen trabajo de los técnicos de este lugar (sobre todo viendo las cosas que se ven obligados a hacer, y las “visiones artísticas” que tienen que aguantar), otro bravo por ellos, pues no creo que su trabajo se reconozca siempre como se debería.

No quiero dejar de comentar tampoco que ha cambiado la atención directa al público, la misma empresa que se hace cargo del Teatro Pavón, y que también ha acabado haciéndolo del Español, era raro que no acabase en el Matadero. Una curiosidad que sí se mantiene, mientras que en los “grandes teatros” sigue el perfil del acomodador entrado en años; para las naves prefieren los jovencitos… ¿será por una cuestión de imagen?, no deja de resultar algo interesante a analizar (no olvidemos el cambiazo del Real hace unos años a ese respecto).

En cualquier caso, no parece que hayamos salido perdiendo al respecto: agradables, educados, complacientes y amables, estos trabajadores facilitan que la asistencia al teatro sea toda una buena experiencia… aunque de momento sólo es una primera impresión, seguramente, seguiremos pendientes.

-En el desierto: cuando me decidí a ir a esta representación sabía que era de danza… lo que no me molesté en consultar era de quien, lo que probablemente me hubiera hecho pensármelo más de una vez, pero ya he tropezado en dos ocasiones con la misma piedra, y dudo que lo vuelva a hacer una tercera, Chevi Muraday se convierte en sinónimo de salir corriendo para mí.

Y es que sólo hay que ver mi crítica de “Return” del año pasado para hacerse una idea de las impresiones que me causó en ese momento, todas malas.

Sin embargo, esto me ha permitido reflexionar; recientemente, un comentarista habitual de este blog, calificaba a determinados pretendidos aspirantes a artistas de “vividores”, algo que yo contesté que quizás era excesivo… sin embargo, acabaré teniendo que darle la razón, porque el señor Muraday es el mejor ejemplo de vividor que he visto nunca jamás.

¿Por qué? bueno, imaginaos, el “espectáculo” (acabaré poniendo comillas en esta palabra durante toda la crítica, porque es que me rio con solo escribirlo) no ha empezado, y el hombre, absurdamente travestido, quizás por sus más que evidentes ansias de protagonismo y egolatría desmedidas (o por la evidente pluma que tiene), se dedica a sentarse con el público, a decírles idioteces y a aburrirles con su discurso político personal y más bien poco documentado… ¿resultado? en apenas unos minutos ya se ha puesto en contra a la mitad del público, cosa que ya no le hacía mucha falta, puesto que en mi función, la mayoría huyó despavorida al final, debido a lo espantoso que era lo que habían soportado.

En cualquier caso, me llama mucho la atención que un señor que ha sido premio nacional de danza (sólo Dios sabe porqué), y que presume tan descaradamente de ello en toda oportunidad que tiene (programa de la función incluído); sin mencionar que su compañía está bajo, y cito literalmente el programa, “Un proyecto que cuenta con el apoyo del ayuntamiento, que consiste en respaldar a nuevos creadores…”; pues dicho esto, como que no hay mucho más que decir acerca de esta garrapata, de este parásito infecto que se dedica a sangrar al estado (y a todos) para hacer su “arte”, mientras, por encima, tiene el descaro de criticarlo todo; ya que el hombre es incapaz de entender el concepto de “gratitud”, al menos estaría bien que comprendiese el de “coherencia”.

Aunque estoy segurísimo de que el tipo se cree supertalentoso, no hay más que ver su megalomanía insufrible en la que su nombre sale en todos los sitios, que cosa más repelente. Y lo gracioso es que también considerará que hace algo extraordinario o que tiene algo que contar… bueno, pronto hablaremos de ello.

Aunque hay que reconocer al señor Muraday que es una persona astuta, de un maquiavelismo brillante; no sólo ha conseguido tomarle el pelo a todas las instituciones públicas para que apoyen sus ridículos e insulsos proyectos; sino que encima, ha conseguido burlarse y humillar publicamente a actores famosos. Es que el hombre en el fondo no es tonto, él es muy consciente de que su nombre de por sí, no vende, que a nadie le interesa ni iría a verle, eso tiene que ver tanto con su falta de talento como por su escasa fama, aunque ambas cosas en este caso están totalmente relacionadas; pues bien, como es perfectamente consciente de su nula relevancia, siempre se aprovecha (una vez más da muestras de ser un magnífico parásito) de actores conocidos. En la temporada anterior fue Marta Etura; en esta es Ernesto Alterio, que queda reducido a ser un figurante de su propia obra, porque entendámonos bien, aquí sólo hay un único y auténtico protagonista: Chevi Muraday que para eso es el de la idea original, director y coreógrafo (y escribo estas tres últimas palabras con una sonrisa muy irónica y de mucho excepticismo).  Sólo hay que ver el cartel, por supuesto aparece Alterio en primer plano (al resto que los zurzan), pero rápidamente aparece el otro chupando cámara como si no hubiera mañana. Menuda garrapata.

Y es que me revuelve el estómago ese tipo pérfido, carente de ética y de cualquier sentido de la moralidad; pero como él mismo dice justo antes de su espectáculo, hoy no estamos aquí para hablar de eso, así que pasemos a la crítica propiamente dicha de lo que se puede ver en la nave 2 del Matadero.

El principio, pues lo ya comentado, el tipo, haciendo gala de un narcisismo insufrible, se dedica a dar la bienvenida al lugar como la auténtica loca que es, contando barbaridades que no se cree ni él.

Algo después comienza la función, y lo hizo sorprendentemente bien, parecía incluso que podría ser algo bueno (al principio el montaje resulta interesante e incluso agradable estéticamente)… pero esa impresión sólo dura los primeros minutos, pues pronto se llega a la cruel y terrible conclusión de que Muraday puede que sea capaz de hacer un número musical o alguna danza de unos cuantos minutos (maximísimo, y siendo muy, pero que muy generoso, un cuarto de hora o media hora como mucho), pero en ningún caso, un espectáculo completo.

¿Por qué? pues por una evidente falta de talento, no sólo porque sea absolutamente incapaz de mantener la antención del espectador, sino que lo aburre, e incluso irrita obligándole a consultar el reloj una y otra vez.

Por supuesto, no hay historia (y si la hay, le es absolutamente imposible transmitirla), con lo cual, el tema es una sucesión de números musicales que van empeorando más y más, hasta culminar en los insufribles monólogos que otorga a los actores más conocidos y relevantes (al resto que los zurzan, bastante tienen con estar a su sombra); aunque no os equivoquéis, el siempre está haciendo algo para llamar la atención y siempre encuentra la manera de ser el total y absoluto protagonista, o de sacar foco a los demás y centrar la atención en si mismo, pero que cosa más repulsiva por Dios; aunque debemos de agradecer que, al menos, él no sea uno de los desnudos gratuítos que nos obliga a contemplar, ¿tiene sentido?, pues claro que no, pero eso es mucho pedirle a esta representación tan pretendidamente estética como carente de fondo.

Y es que estoy seguro de que él está superconvencido de que tiene algo que contar y que ha creado una obra maestra que evoca sentimientos, emociones… y va siendo mucha hora de que alguien le desengañe. No sé si como bailarín valdrá gran cosa, como creador, es una auténtica nulidad.

Así pues, te ves obligado a soportar (puesto que reconozco que yo no me he salido de ningún sitio en toda mi vida, por desagradable que me resultara) como la función se arrastra cual caracol, y los segundos no se suceden; todo lo cual se pasa en coreografías repetitivas que sólo funcionan durante escasos segundos (la imaginación no es el fuerte de Muraday, de hecho, yo, y sin haberlo analizado profundamente, he observado que su “estilo” se basa en no más de cinco movimientos, con ligeras variaciones que se repiten una y otra vez para el agotamiento del público… lo dicho, pueden valer para un número musical aislado -dependiendo de lo que se busque-, pero en ningún caso para un espectáculo entero); y eso ya sólo contando lo más virtuoso de la función, porque los momentos conjuntos son todo un ejemplo de patetismo y desastre vergonzoso: los actores son incapaces de hacer una coreografía conjunta sólo con los brazos encima de una mesa, y todos van a cada cual más descoordinado que el anterior, muy especiamente Alterio, al cual, en una humillación y anulación completa, Muraday mantiene lo más alejado de toda actividad de danza, no vaya a ser que se note demasiado que no es capaz, o lo que sería mucho peor, que el hecho de hacerlo mal impidiera que la gente se fije en quien tiene que fijarse: Chevi Muraday.

En definitiva, nos encontramos ante un aspirante a espectáculo que en algunos escasos momentos tiene el mérito de una cuidada estética (segurísimamente más debida a la casualidad que al talento de Muraday, y en cualquier caso, su mérito real y final recae totalmente sobre los técnicos del Matadero), pero lamentablemente esta única y momentánea virtud es incapaz de sostener que el resto no diga nada, que no exprese ninguna cosa, que te deje totalmente frío, vacío, o en el mejor de los casos, tal cual habías llegado; al final, se trata de un intento de espectacularidad vacua y sin profundidad, puramente pretenciosa, a la algura de la mentalidad egocéntrica que la compuso, quizás, su mejor definición, pues, especialmente en los casos no geniales, las creaciones definen demasiado bien a su autor.

Ello también se debe a la muy mala dirección de Muraday, ya no sólo por las mencionadas defectuosas coreografías, o el hecho de ser incapaz de que su obra sea absolutamente ineficiente a la hora de mantener la atención del espectador durante más de cinco minutos seguidos; sino incluso por cosas más básicas y que denotan hasta que punto es sólo un aficionado, un ejemplo de ello es que la música siempre tapa a las voces, e incluso cuando no la hay, a menos que estén usando uno de los micrófonos, cuesta escucharles (¡y estamos en una nave pequeña!); ello se debe, desde luego, a una pésima dirección de escena y aún peor dirección de actores.

Tal vez a muchos de vosotros os suenen todas estas palabras que comento en la crítica, y de algo increíblemente reciente que también estuvo en esta nave, ¿recordáis?, efectivamente, me estoy refiriendo a “Los nadadores nocturnos”, y es que a la hora de la verdad, la nueva creación de Chevi Muraday es muy parecida a la obra anteriormente mencionada, sólo que inflada de presupuesto y con algunas caras conocidas… aunque pronto comentaré que no es en absoluto lo único que parecen tener en común (a parte de la malísima calidad de ambas propuestas).

Y es que es mucha casualidad que en ambas se viera a múltiples invitados, que según pude averiguar, muchos de ellos son de la RESAD (Real escuela superior de arte dramático), ¿está acaso este centro intentando competir en los escenarios con el de Rota tras el éxito en los premios Max de este última el año pasado? (también era lo único interesante que se podía decir de aquella producción), no sabría decir, pero sí hay algo que es demasiado evidente, los invitados no saben comportarse en un teatro, y parece que estén en el concierto de un triunfito, sólo hay que ver los nada disimulados aullidos del final, que producen en el resto del público vergüenza ajena (bueno, de los que siguen en la sala, porque la mayoría ya ha salido en desabandada total). La verdad es que uno empieza a preguntarse si no sería el único que no era amiguete de alguien del la producción o que tuviera alguna deuda que pagar con ellos, puesto que, entre lo vacío que estaba el lugar, y los aullidos de las últimas filas… la cosa es cuanto menos sospechosa.

Sólo queda hablar de los actores (ya que el resto de los puestos laborales de esta obra han sido asumidos integra, y muy defectuosamente, por ese megalómano llamado Chevi Muraday), partiendo de que podamos decir que alguien actua en esta obra (cosa que yo diría que no pasa). Me gustaría hablar de reparto coral, pero la verdad es que sólo hay un protagonista que ya he mencionado; también me gustaría hablar de los actores menos conocidos, pero el señor Muraday no se digna a permitir que tengan un segundo de gloria, no vaya a ser que nos demos cuenta de que tienen mucho más talento que él; por lo cual, tendré que hablar de los actores algo más conocidos, a los que sí les concede unos monólogos.

Ernesto Alterio, que es capaz de disimular su acento nativo en el cine, no lo consigue en el teatro, y no está para nada preparado para este medio, apenas se le oye y no consigue salir adelante ni imponer su presencia (mucha culpa de ello, también hay que reconocerlo, la tiene la dirección).

Maru Valdivieso es una eficaz figurante en una obra que no la merece (bueno, ni a ella ni a nadie).

Y finalmente, la otra cosa que este producto tiene en común con “Los nadadores nocturnos”, es ese elemento llamado Alberto Velasco. Ya me sonaba en la anterior obra, y al fin caí de que. Ciertamente, creo haberlo visto en una de las fiestas del Orgullo, representando a media tarde en la plaza del Rey, algo así como un intento de espectáculo de danza contemporánea propio (supuestamente) que despertaba la absoluta indiferencia o, como máximo, la hilaridad de los presentes (aún recuerdo a alguien gritando en broma “¡otra!, ¡otra!, ¡arte, artista!”, mientras sus amigos le obligaban a callar, no fuera a ser que Velasco se lo tomara en serio y volviera a salir a la escena), pero la falta de talento no parece ser un impedimento para acabar encima de los escenarios, el mejor ejemplo de ello es el creador, director, coreógrafo… de la obra de esta crítica.

En cualquier caso, Velasco sólo sabe hacer una cosa, mover y remover sus asquerosas carnes bamboleantes, mientras el público siente entre asco y vergüenza ajena; soy absolutamente incapaz de entender su obsesión de mostrar con descarado exhibicionismo un cuerpo tan apartado de cualquier canon estético de cualquier época, pero como ya digo, toda la vergüenza propia que el no tiene, la obtiene ajena el público por partida doble.

Y todo lo anterior daría exactamente igual si aún fuera apto para la actuación o para el baile; pero para lo primero es totalmente incompetente, es insoportablemente gay, es evidente que no sabe actuar y sólo sabe hacer de si mismo (siempre los mismos gestos afeminados, una y otra vez, una y otra vez…); y por supuesto, tampoco es apto para la danza… en definitiva no puede hacer ninguna cosa que merezca la pena ver sobre un escenario, yo no me explico que pinta ahí y como no se da cuenta de ello; pero mucho me temo que, algún día terminará por entenderlo, y ese día será realmente terrible para él, le compadezco.

En definitiva, la opción teatral que ofrece la nave 2 del Matadero, realmente hace honor al nombre del lugar donde está siendo representada, pues es una matanza cruel y sin corazón, no sé si de las neuronas del espectador, del dinero público, del talento… etc; ahora entiendo porque Chevi Muraday está aquí, es todo un matarife de la cultura.

Para finalizar, no quiero dejar de alabar esa iniciativa que está teniendo el Español (muy digna de un teatro que pretenda llamarse público) de elaborar todo tipo de actividades sobre la obra, pues ahora, aparte de los tradicionales encuentros (que deberían hacerse más días), también se hacen seminarios y demás actividades sumamente interesantes (aunque lo serían realmente si estuvieran en concordancia con la calidad de lo representado en el escenario) que podrían convertir a este tradicional templo del arte dramático en todo un epicentro cultural; de momento, aún queda mucho para llegar a eso, pero no van por mal camino….