Calcanhotto.
La velada comenzó de manera sorprendentemente agradable con la actuación de Adriana Calcanhotto –¿es que acaso puede molar una artista que no viste de cuero y lleva las nalgas, eso imagino, sin tatuar? ¡Recuerden que esta publicación se llama SÓLO ROCK!–. Calcanhotto consiguió embelesar a este plumilla con su personal mezcla de bossa, pop y folk, derramando con elegancia una voz de timbre dulce y maderoso que la brasileña es capaz de remansar o ahilar a voluntad, tañendo sabiamente la cuerda de la emoción. Sin recurrir en ningún momento al aspaviento, la cantante y guitarrista, jaleada por una nutrida parroquia brasileira, ofreció un recital que alternó clásicos del bossa nova con temas propios, permitiéndose alguna que otra frivolité –incluidas sendas versiones de Madonna, Manu Chao y el Dúo Dinámico, esta última la más convincente, pues se convirtió en una especie de canción protesta completamente creíble–. Calcanhotto demostró ser una consumada maestra en la distancia corta –más atmosférica que física, dadas las dimensiones del recinto–, dejándome, tras abandonar el escenario, guiñando los ojos y con una sensación de sonrisa en la tripa. Un entrante tan ligero como delicioso y que salga mi amada Marianne.
.Tardó quince minutos en hacerlo. La Faithfull apareció en el escenario vestida impecablemente de negro, pisando con sesentones tacón y tiento, y seguida de cerca por el gran Doug Pettibone. Cierto, a más de uno nos habría gustado ver a Marianne respaldada por una auténtica banda –la necesaria para dar vida como corresponde a los temas de su último y excelente “Easy come, easy go”–, del mismo modo que habríamos preferido escuchar al maestro Pettibone empuñando una Gretsch Duojet en lugar de la acústica –quien quiera disfrutar del pulso excelso del guitarrista puede acudir a los discos de Lucinda Williams–… Pero en fin, lo cierto es que ya estábamos avisados, y quien más quien menos había ajustado sus expectativas al socorrido formato “voz y guitarra” que tan de moda se ha puesto en estos tiempos de crisis imaginativa y raquitismo presupuestario.
Pettibone.
Así pues, con el único acompañamiento de la acústica de Pettibone, Marianne arrancó un poco insegura, como perdida en el enorme escenario –que sin duda no era el más apropiado al tono recogido de la propuesta–, e hizo temer que la velada, en lugar de íntima, acabara resultando más bien desangelada –la gran cantidad de asientos vacíos en la grada tampoco ayudaba–. Pero la flojera le duró a la Faithfull lo que tardaron en llegar sus grandes clásicos. Tras interpretar “Times Square”, “Down from Dover” y “The crane wife 3”, la británica atacó “Broken english” y la cosa comenzó a funcionar. También cayeron “Salvation” y “Crazy love”, esta última el excelente tema que para ella compuso Nick Cave, y a continuación la rubísima sesentona le hincó el diente a la parte más sustanciosa del set-list, veinte minutos mágicos en los que empalmó “The ballad of Lucy Jordan” –¿su mejor canción de siempre?–, “Sister morphine” y, cómo no, “As tears go by”. Mientras mi cerebro centrifugaba uno de los capítulos más jugosos de la Historia del Rock & Roll, la Faithfull tiró de estilo y supo imprimir a los temas más importantes de su cancionero esa ironía casi grotesca que tan buenos réditos artísticos le ha proporcionado en los últimos años: asfixiando en las narices su voz curada, retorciendo afónicamente el final de las sílabas, la Faithfull insufló nueva vida a sus temas de siempre, que, cantados por la elegante y resabiada sexagenaria, adquirieron nuevos significados, si cabe más potentes. Así es: las palabras “It is the evening of the day, I sit and watch the children play…” no dicen lo mismo entonadas con frialdad por una hermosísima jovencita con las hormonas en eclosión, que recitadas con retranca caricaturista por una ajada dama ya de vuelta de todo. La Faithfull es una excelente actriz, no hay duda, y cuando se interpreta a sí misma, enamora. Ya cerca del final, todavía hubo tiempo para otro momento memorable: “Sing me back home” –la preciosa balada carcelaria del gran Merle Haggard que la Faithfull canta en comandita con tito Keith en su último elepé–, resultó tan sarcástica como honestamente enternecedora, y supuso un estupendo colofón a la noche, que ya no daba para más. En el bis, algo innecesario, sonó “Strange Weather”, pero el corazoncito que sólo unos minutos antes la vieja rockera nos había mostrado desnudo, ya había sido abrigado en espera de mejor ocasión, los años nos vuelven sensibles al frío –y eso precisamente, frío, es lo que una buena parte del público, despistado por lo insólito del cartel, transmitía.
Una noche de emociones contadas, cantadas, y siempre más hondas que intensas. A estas alturas de la película la Faithfull es indiscutible, pero hay que reconocerle que está sabiendo cerrar el círculo de su carrera artística con estilo, orgullo e inteligencia. Y es que ya se sabe: el perfume más delicado, el más penetrante y memorable, es el que exhala el último pétalo al desprenderse de la flor marchita… Afortunados quienes lo aspiran. We love you, Marianne!