7 de marzo de 2010, 9:30 horas, Polideportivo Municipal de Medina del Campo. Con los más blancos augurios porque las predicciones del tiempo habían estado toda la semana anticipando nieve y frío para la mañana. Allí nos dimos cita unos cuantos bicicleteros y nuestras maquinitas para disfrutar de lo que se terciara.
La mañana no invitaba al optimismo, por el camino en la autovía no paraba de caer agua, aunque en pequeña cantidad. Mientras preparábamos la bicis la eterna duda: ¿Me llevo el chubasquero o no? Yo fui de los que optamos por confiar en que no llovería demasiado y que la ropa podría protegernos lo suficiente como para no llegar muy empapados a la vuelta. Como siempre me equivoqué, pero eso ya lo contaré más adelante.
El caso es que salimos a las 9:30 con la esperanza de que pudiéramos disfrutar de una mañana de bici lo menos desagradable posible. La salida fue más tranquila que el año pasado, lo que nos permitió ir calentando las piernas. Poco a poco nos fuimos poniendo a velocidad de crucero, alcanzando una media que mantuvimos: 31,5 kms./hora. Nada mal para estar a principios de temporada...
Todo iba bien hasta que las gotas, que nunca dejaron de estar más o menos presentes, hicieron acto de presencia y de qué manera. Como la esperanza es lo último que se pierde mirábamos hacia el cielo esperando que aquello fuese algo pasajero. Seguíamos con nuestro pasito, el grupo ora se cortaba ora se volvía a unir, y los 31,5 de media seguían bien visibles en el cuentakilómetros. En algunos pueblos hasta algunos optimistas se atrevieron a salir a la puerta de la calle para animarnos. Claro, ellos no se mojaban como nosotros.
El caso es que al cabo de un rato quien más quien menos todos chorreábamos agua por todos los lados. A los 60 kilómetros de marcha uno se quejaba de que no sentía las manos, otro de que no sentía los pies, otro de que ni se sentía a sí mismo y el de adelante se ordeñaba los guantes desprendiendo un líquido transparente que no podía mojarle porque más agua porque era materialmente imposible. Yo, a todo esto, hacía chof chof con los pies en las zapatillas, veía cómo el agua me caía por todas partes y me alegraba infinito de llevar aquellas gafas que me protegían bastante aceptablemente los ojos.
Quizás lo mejor fue cuando, llevando más o menos 63 kilómetros, vimos un cartel que ponía "Medina 6". Entonces nos dimos cuenta de que los señores de la organización, con un criterio que supongo que ninguno osaremos discutir, habían decidido acortar el recorrido. La entrada en Medina, ya casi sin lluvia, fue de lo más tranquilizador y relajante. Después, frío mientras guardábamos la bici, la ducha, un picoteo que bien podía servir de almuerzo por lo abundante, y la vuelta a casa agradeciendo a la organización el buen trato, la consideración que tuvo acortando la marcha cuando poco sentido tenía continuar, la abundancia de duchas y vestuarios y las viandas.
Por cierto, ni yo me creía cómo quedó la bici. Con lo poco amigo que soy yo de llenarla de barro, agua y derivados...