El avituallamiento llegó hacia el kilómetro 70, cuando volvimos a Tordesillas. Allí, además de recoger la bolsa con viandas de la que dimos cumplida cuenta y de ver cómo el cable de mi cambio salía casi íntegro cuando intentamos tensarlo, se nos unió otro ciclista que tenía molestias en una rodilla y había preferido no forzar. Hasta entonces, y por increíble que parezca, el viento no había ayudado ni un ápice a la marcha de los corredores. Desde entonces, y hasta Nava del Rey, les esperaba más de lo mismo aunque afortunadamente con un terreno bastante más llano.
El resto del camino transcurrió sin incidentes dignos de consideración hasta el cambio del viento en Nava. Los últimos 20 kilómetros más o menos fue absolutamente favorable haciéndonos recordar aquel increíble tramo libre del primer año, donde las malas lenguas cuentan que los primeros sacaron una media de 47 y pico. La marcha del grupo se aceleró todo lo que permitía el coche de cabeza y las exigencias de pasar agrupados por las poblaciones principales.
Si no ocurre nada extraño al año que viene vuelvo, y espero darme la vuelta por los Montes Torozos.