La crónica de este Sant Jordi tiene que empezar con un email que recibí el día 17. Había presentado un cuento a la XIII edición del certamen ‘La veu dels somnis’ (‘La voz de los sueños’), convocado por Acció Cívica Calderina, entidad cultural de Caldes de Montbui. Un certamen modesto, de ámbito comarcal. Me decidí a participar con un cuento que titulé ‘La nena del roure’ (‘La niña del roble’), una fábula sobre la terrible e irracional ambición humana, que nos lleva a destruir lo que nos da la vida: la naturaleza.
El caso es que en ese email la organización me invitaba a asistir al acto de entrega de premios, que sería el sábado, 23 de abril, a las 19 horas. Diada de Sant Jordi, fiesta del libro en Catalunya. A esa hora debía estar en la feria de los libreros de Gràcia, firmando mis novelas con los amigos de Sons of Gutenberg, así que respondí que si era necesario que asistiera podía buscar a alguien que acudiera en mi representación. Como me respondieron que sí, que enviara a alguien, deduje (espabilado que es uno) que mi cuento había sido premiado.
El reconocimiento lo recogió mi amiga calderina Raquel Puig, periodista de la emisora municipal (aquí podéis escuchar la entrevista que me hizo el miércoles en el magazine El Transcalderí) y, sobre todo, persona comprometida y activa donde las haya, compañera de lucha, por ejemplo, en la defensa de la escuela pública. Moltes gràcies, Raquel.
Mientras tanto, en Gràcia la plaça de la Vila estaba muy animada… hasta que empezó a llover. Mi gozo en un pozo. Pero volveré a ello más tarde.
El año pasado me enteré, gracias a la escritora calderina Marta Sternecker, de que, como autor, podía solicitar al ayuntamiento una parada en la feria que organiza por Sant Jordi. Así que presenté la instancia y el sábado por la mañana allí estaba, ofreciendo mis libros a mis vecinos de Caldes.
El día amaneció espléndido. Menos mal. La previsión anunciaba lluvias a partir de mediodía, pero quizás en Caldes no llegaran a afectarme y luego en Barcelona decían que el tiempo aguantaría hasta bien entrada la tarde (no tan entrada en realidad, snif).
La verdad es que los libros lucían hermosos sobre la mesa. Qué va a decir papá, ¿no? Con esas ilustraciones de cubierta de Fran Recacha todo es más fácil. Allí estaban: El viaje de Pau, Con la vida a cuestas, Memorias de Lázaro Hunter: los caminos del genio y El pequeño pescador. Mis chicos.
Hasta las 11 la cosa fue muy tranquila. Normal. La gente no se lanza a la calle en avalancha a comprar libros. Pero pronto el ambiente empezó a animarse.
Primera sorpresa. Mi primo Javi aparece “de la nada”. “¿Qué haces aquí?”. “He venido a verte”. Todo un detallazo, desplazarse expresamente desde Badalona para compartir un rato de charla y, por supuesto, completar la biblioteca Recacha. Es uno de los incondicionales, como lo era su padre, mi tío José, a quien no dejaré de echar de menos.
Un rato después llegan mis padres. Para entonces ya he inaugurado las ventas. Algunas eran más o menos previstas, pero me encanta cuando la gente se para a hojear, te pregunta, sin conocerte de nada, y acaba quedándose un ejemplar. Hubo varios casos. También de quien venía “a tiro hecho”. “Queremos el libro que está ambientado en Pineta”. “Entonces es El viaje de Pau. ¿Cómo es que lo conocéis?”. “Te seguimos en Twitter”. “Ah… (flipo) ¿Y quiénes sois?”. Sonrisas. “La familia Poch Pineda”. Vaaaale. Pues sí, nos seguimos en Twitter. Para que luego haya quien reniegue de las redes sociales. Sin ellas, mis obras no habrían rebasado el ámbito familiar. De hecho, probablemente no las habría escrito.
La jornada calderina llegaba a su fin, con amenazantes nubarrones grises cubriendo el cielo sin piedad.
Me dejaré a alguien, a los desconocidos y a los conocidos de vista de quienes no recuerdo el nombre, pero quiero dejar constancia de mi agradecimiento a todos los que se llevaron algún libro, como las dos Raquel, Jennifer, Eva y Abraham, Javi y Mireia, la madre de Xavi, y Marta, la escritora, autora de la Saga Oyrun, que va ya por el tercer volumen. El año pasado le compré el primero para la biblioteca de la escuela Ser y Estar de Badalona, donde trabajo.
Recogemos. Nos comemos una de las deliciosas hamburguesas de La Magnòlia d’Ucler y antes de salir hacia Barcelona ya está descargando la tormenta. Una lástima para quienes continúan ofreciendo libros y rosas en el Parc de l’Estació.
Esperaba con ganas la tarde en Gràcia. El año pasado fue genial gracias a la implicación de Adrià Rodríguez, el librero de Consumició Obligatòria, entonces, y Sons of Gutenberg (además), ahora. Sinónimo de emprendedor y cerebro hiperactivo. Iba a repetir compañía con Jordi Fernández, alias Cuervo Malasartes, autor de Max, una historia de los 80, con quien las risas estaban garantizadas.
Allí estaba. Él y unos cuantos autores más. Parecía una barra en la que en lugar de cervezas se ofrecían libros. Además, música en directo, actividades incluso para los más pequeños, rosas, y Adrià ejerciendo de maestro de ceremonias. El menú era inmejorable, pero, claro, no contábamos con el ingrediente indeseado: la lluvia. Al principio poca cosa, pero cuando empezó el chaparrón aquello ya no tenía remedio. Qué mala suerte.
Aun así, vendí algunos libros (gracias, Juli) y, sobre todo, recibí la visita de una lectora fiel, Rosa, uno de esos apoyos incondicionales tan necesarios para quien se lía la manta a la cabeza en un mundo tan loco como el editorial. Mi agradecimiento infinito para ella y tantos otros/as que estáis siempre ahí.
El sorpresón del día fue encontrarme allí con Anabel, una de mis mejores amigas y apoyo fundamental durante la escritura de mi primera novela, a quien hacía siglos que no veía y que había venido a verme acompañada de su flamante marido, el genial monologuista Quique Macías (no hay de qué). Sólo por eso valió la pena bajar a Barcelona.
No hubo tantas risas ni anécdotas como el año pasado, pero Sant Jordi siempre será el día más especial del año para quien tiene libros que ofrecer.
Sin embargo, lo mejor del fin de semana aún estaba por llegar. Que la gente quiera leer tus libros y que premien tus cuentos es fantástico, pero aún lo es más que aprecien tu trabajo desde la otra orilla del “charco”, hasta el punto de proponerte participar en un proyecto educativo. Y eso es lo que me pasó ayer.
Si hace unos días me desahogaba a raíz del absurdo veto de la Feria del Libro de Madrid a los autores independientes, hoy celebro que el hecho de que mis libros no lleven un ISBN editorial me permita ser tomado como ejemplo para un proyecto en el que trabajarán los alumnos de cuarto del instituto de una pequeña población de la Patagonia argentina.
Teresita, profesora del centro, contactó conmigo hace un par de años para interesarse por El viaje de Pau. Desde entonces hemos chateado en un par de ocasiones, y ayer me propuso convertirme en protagonista de un proyecto que trabajará con sus alumnos, referido a la escritura.
Os aseguro que cosas como ésta valen más que cualquier feria del libro. Cuando tenga más detalles le dedicaré un post, por supuesto.
Y ya está. Hasta aquí la crónica de mi tercer Sant Jordi consecutivo como escritor. Un par de fotos para cerrar, de mis libros en el quiosco librería Arturo y la librería Joc de Paraules, dos de los establecimientos de Caldes de Montbui donde se pueden adquirir. También en la Ginesta, donde esta misma semana dejaré ejemplares de Memorias de Lázaro Hunter.
Una cosa más: comprad y regalad libros, todo el año.😉