Este fin de semana asistimos a una carísima y multitudinaria obra de teatro: la reunión de la OTAN en Chicago. Los personajes querían escenificar un final digno para el conflicto de Afganistán que esta siendo una sangría, más en los tiempos de crisis que corren. Pero ante todo nos quieren transmitir el final digno y la sensación de que no se ha estado tirando el dinero ni vidas en ese puñado de rocas que a nadie importa en mitad de Asia central. Pero resulta que la guerra de Afganistán es la crónica de un fracaso anunciado, y anunciado en muchas ocasiones. Si el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, Afganistán es la piedra donde la humanidad lleva tropezando desde hace más de dos mil años. La tumba de los imperios, como la denominó Brzeznski, es un problema donde los americanos se embarcaron hace mas de treinta años. Llevados por la misma desconfianza que llevó a los soviéticos a invadirla. Estados Unidos lleva treinta años cosechando fracasos tras solo un puñado de triunfos. Y es que los americanos no tomaron nota de sus propias experiencias en Vietnam, tampoco tomaron nota del fracaso de Alejandro Magno, ni del Imperio Británico, ni de la misma Rusia zarista. Los soviéticos siempre practicaron una política de buena vecindad con la monarquía afgana del rey Zahir, que había buscado el apoyo de la URSS para recuperar las provincias del sur, que el imperio británico habían anexionado a la India. Pero en 1978, el ala mas radical del ejercito filo comunista dio un golpe de Estado y derrocó al Rey y a su PM Daoud e impuso a Taraki y Hafizullah Amin arrinconando a los moderados de Babrak Karmal. Este nuevo ala militar deseaba un comunismo de corte soviético en Afganistán y una rápida industrialización fruto de planes quinquenales similares a los stalinistas. Algo que el PCUS rechazaba porque no creía que un país de cabreros y atrasado pudiera llevar a cabo un programa semejante. La chispa que encendió el conflicto y que puso a ambos bandos en pie de guerra fue la revolución islámica en Irán. Perder Irán animó a Estados Unidos a apoyar más decididamente a la oposición a los comunistas afganos, los mujaidin. Clérigos radicales que estaban muy cerca de Teherán. Es una de esas rocambolescas políticas fruto de la Guerra Fría, donde los americanos apoyaron decididamente a quien había derrocado a su más cercano aliado en la zona y que años más tarde sería su enemigo. Como consecuencia, Kabul pidió ayuda a Moscú que mandó armas y asesores. La URSS no deseaba implicarse directamente y aconsejaron a los afganos la formación de un gobierno de unidad nacional que Amin rechazó. Es mas, inició una represión que empujo a la oposición a los brazos de Pakistán e Irán. Amin no se quedo ahí y empezó a aislar a los demás miembros de su gobierno y del ejercito que pudieran hacerle sombra, como Taraki, a quien elimió. Moscú reaccionó horrorizado aislando a Amin, que busco ayuda en Estados Unidos y expulsó al embajador soviético. A partir de aquí los hechos se precipitan. Los soviéticos no podían permitir que Irán expandiese su influencia en las repúblicas soviéticas del sur, de religión musulmana. Tampoco podía permitirse un cambio en las alianzas en la zona, como la que había sufrido recientemente el Egipto de Sadat. Mientras, en Afganistán, el plan de construcción acelerada de una sociedad comunista estaba exacerbando los ánimos del clero y los campesinos. Los nervios de Politburo estaban a flor de piel, si a esto añadimos el despliegue de Euromisiles que la OTAN estaba llevando a cabo en Europa occidental. Los euromisiles y la paranoia soviética acrecentaron la sensación del final de la distensión y Gromiko, Ustinov y Andropov temían la posibilidad de que los americanos instalasen misiles nucleares en Afganistán. Para evitar ambas posibilidades había que invadir Afganistán e instalar un régimen más moderado. Muchos en el Politburo veían la aventura como insensata, incluso el propio Brezhnev se opuso, pero el asesinato de Taraki inclinó al mandatario del lado de la intervención. El KGB asesinó a Amin mientras las tropas soviéticas invadían Afganistán e instalaban a Babrak Karmal en la presidencia quien inició una serie de reformas que lo enfrentó con los grupos islámicos que formaron la resistencia. Muchos creen que la intervención americana empieza aquí, pero ya había empezado. El presidente Carter dio la imagen de débil ante un conflicto silencioso que se libró como cuenta la pelicula "La Guerra de Charlie Wilson". Pero la intervención americana había comenzado con la revolución islámica de 1978, cuando el polaco, y por tanto anti soviético, Consejero de Seguridad Nacional Brzezinski creyó ver la mano de la URSS en aquella revolución islámica. Era un intento de asegurar el Golfo Pérsico y su petróleo, ante la creencia de la insuficiencia de reservas soviéticas. De ahí que la invasión de Afganistán fuese vista por la Casa Blanca como un paso más de este plan. Pero los soviéticos no deseaban crear un régimen comunista en Afganistán, de hecho pensaban que era imposible. Solo deseaban estabilizar las fronteras del sur de la URSS ante la inestabilidad que la revolución islámica de Irán había creado. Hoy distintos soldados, pero con la misma misión que los soviéticos: estabilizar un pais ingobernable, se enfrentan a este reto sin que nuestros dirigentes hayan tomado nota de los muchos fracasos del pasado. Y la administración americana errará porque se trata de una guerra asimétrica, de un enfrentamiento que para occidente es geopolítico, mientras que para los afganos es religioso. En mi opinión, invertir doce mil millones de dólares más en Afganistán es tirar el dinero. Deberían invertir ese dinero en aislar Afganistán como pais y estabilizar Pakistán. Dos mil trescientos años de historia han demostrado, en repetidas ocasiones que Afganistán es un caso perdido.