Crónica de un viaje a Irán: Isfahán. (Parte III)

Publicado el 15 febrero 2015 por La Cloaca @nohaycloacas

Publicado por Nacho S

Estaba anocheciendo y nuestro autobús seguía firme su camino hacia Isfahán. Nos habían dado ya los pastelitos y el zumito pertinentes pero el azúcar no era suficiente para quitarnos el cansancio que llevábamos acumulado de todo el día. Finalmente llegamos a una terminal situada en las afueras de la gran urbe.

Al llegar a la calle nos rodearon algunos hombres ofreciéndonos su coche como taxi. Esta vez elegimos a un anciano que no veía tres en un burro y que nos metió en un coche viejísimo con la tapicería destrozada. Sonreía con lo que le quedaba de dentadura y decía que sabía francés pero no inglés, aún así nos hicimos entender y le comunicamos que nos acercara a algún sitio barato en el centro. El tráfico por supuesto era denso y caótico y a nuestro amigo le pitaban incluso más de lo que es normal allí, pero él se lo tomaba con humor. Y por supuesto nosotros también.

Deseosos de dejar las mochilas y dar una vuelta para despejarnos nos quedamos en el infame ‘hotel’ donde nos dejó nuestro veterano taxista, nos duchamos y salimos a dar una vuelta. Intentamos averiguar dónde estábamos hablando con la gente y conseguir un mapa pero fue imposible. Como dato curioso, por decirlo así, es casi imposible hacerse con un mapa medianamente decente de cualquier ciudad en Irán y aparte las calles no están casi nunca rotuladas, por lo que resulta bastante difícil situarse, y más en una ciudad de casi dos millones de habitantes. Nuestra guía en ese sentido tampoco era de mucha ayuda ya que el nivel de detalle de los planos era mínimo y solían abarcar grandes áreas donde sólo estaban dibujadas las avenidas más grandes.

Al final dimos un paseo y encontramos el centro con algo de intuición, llegando hasta el puente Si-o-Seh. El río estaba seco pero aún así la vista del puente iluminado por la noche era preciosa.

El ambiente nocturno de Isfahán es considerablemente mayor que el de otras ciudades iraníes. Había multitud de familias paseando, tomando algún helado o sentados en algún establecimiento de comida rápida. Había mucho bullicio y se apreciaba una mayor atención en la forma de vestir y en el maquillaje. Tras tantear algunos hostales comprobamos que los más baratos (y cutres) tenían por alguna razón la entrada vetada a gente de fuera aunque finalmente pudimos negociar con uno para instalarnos allí a partir del día siguiente. Era hora de irse a la cama.

Al levantarnos cogimos fuerza con el desayuno que nos ofrecieron en el hotel. El típico desayuno era a base de nan-e sangak (pan plano iraní), mermeladas, queso de untar y té para beber. Cogimos las mochilas e hicimos la mudanza a nuestro nuevo hostal con muchas ganas de disfrutar el pedazo de día que hacía. Lo cierto es que todos los días fueron soleados y más o menos calurosos (sobre todo más que menos). No nos cayó ni una gota de agua durante las dos semanas.

Tras dejar las cosas nos dimos cuenta que inconscientemente habíamos elegido un hostal justo a escasos minutos de la espectacular plaza del Imam, también conocida como plaza de Naghsh-i Jahan. Era una auténtica maravilla. En un extremo la mezquita del Imam, a nuestra espalda el palacio Alí Ghapu y enfrente la mezquita del jeque Lotfollah. En medio la fuente, los jardines y el gran bazar rodeándolo todo.

Fue en el gran bazar donde conocimos a Nuria e Iván. Estaban dando una vuelta con unos jóvenes de Qom que se habían recorrido un montón de horas de coche sólo para volver a verlos, en un claro ejemplo de lo que es la entrega y el afecto iraní. Intercambiamos unas palabras rápidas prometiendo vernos al día siguiente a la misma hora allí.

Nosotros seguimos dando una vuelta, hablando con toda la gente que se nos acercaba curiosa y educada a preguntarnos cosas. La camiseta de fútbol de la selección nacional de Irán daba mucho juego y era todo un honor para ellos que me la hubiese comprado y la paseara.

Intentamos encontrar un sitio para comer que no fuese comida rápida y encontramos una especie de comedor-restaurante bastante destartalado donde vimos que se ofertaban guisos. Tenían una televisión donde estaban echando ‘Braveheart’ (doblada en farsi), coincidiendo con el referéndum escocés. Allí conocimos a Joaquín, otro improvisado amigo viajero cuyo camino se cruzó con el nuestro. Era un asturiano que se había cansado de sus compañeros de viaje y se había decidido a hacer el resto por su cuenta. Nos sentamos a comer el tradicional chelo kebab; también nos pusieron una pasta de queso aromatizada para untar y de beber yo pedí doogh. El chelo kebab no es gran cosa: es un plato de arroz con una tira de carne de ternera y con tomate natural a la parrilla. El arroz siempre venía en grandes cantidades y sin ningún condimento y lo que se solía hacer era echarle mantequilla si había.

Visitamos el palacio de Alí Ghapu, el palacio Chehel Sotun y el palacio Hasht Behesht, luego unos vendedores de alfombras del bazar nos engatusaron para entrar en su tienda con la excusa de tomar un té. Fueron muy educados y nos enseñaron decenas de alfombras, cada una con su historia, su procedencia y su material. Algunos de estos comerciantes sabían hablar castellano que habían aprendido por su cuenta. Ya dentro había unos alpinistas checos que nos contaron que venían de estar por el Kurdistán entre las montañas, donde les habían tratado fenomenalmente los lugareños.

Mientras anochecía nos dirigimos los tres hacia una mezquita de barrio muy chula que había al norte del centro. Al llegar nos descalzamos y nos sentamos sobre las alfombras que recubrían el suelo. Los fieles fueron llegando poco a poco y empezaron a ponerse alrededor nuestra. Una figura religiosa apareció, y con el clásico sistema de altavoces y reverberación que tanto gustan se pusieron todos a orar. Nosotros contemplábamos en silencio todo aquello desde dentro. Era realmente relajante oír el sonido de la voz cantando en árabe los fragmentos del Corán mientras los fieles respondían a coro algunas partes. Tras aquello se nos acercaron y nos invitaron a tomar el té con todos ellos, lo que aceptamos gustosamente. Fueron realmente amables y muy agradables, siempre interesándose y haciendo un gran esfuerzo por comunicarse en inglés.

Ya de noche volvimos a la plaza del Imam dando un paseo. Estaba abarrotada de familias que disfrutaban la buena temperatura sentadas en el césped comiendo y bebiendo el té mientras los niños jugaban al fútbol o vóley. Era un ambiente muy sano y familiar que no propiciaba que echara de menos beberme una cerveza, en contra de mis temores previos al viaje. Volvimos a la tienda de alfombras, donde asistimos al grandioso espectáculo que es ver a un asturiano de pura cepa como Joaquín regateando con el joven persa sobre el precio de una de ellas. El proceso duró más de 20 minutos y fue un auténtico descojone. Al final ambas partes cedieron y un apretón de manos simbolizó la llegada final a un acuerdo económico. Todos contentos.

Tras pasear por la plaza y charlar con varias familias nos volvimos a nuestro pequeño hostal, donde la persona encargada de la recepción dormía en una cama allí mismo que ocupaba casi toda la entrada. Nos abrió la puerta y nos acostamos “disfrutando” de la gélida temperatura de la habitación mientras por la ventana se seguía oyendo el ir y venir de las gentes de Isfahán. Al día siguiente había que terminar de empaparse de aquella magnífica ciudad.

Por la mañana fuimos a la catedral Vank, cristiana armenia, que se encontraba al otro lado del río. Había un considerable número de turistas nacionales y nos sorprendió gratamente que se conservara tan bien gracias a los fondos que el ministerio de cultura iraní destinaba al patrimonio histórico. También había un pequeño museo histórico en un edificio anexo.

A la salida cogimos un taxi hacia la otra punta de la ciudad, para dirigirnos hacia la zona de la mezquita del viernes, la mezquita de Alí y demás. El taxista era un cachondo y fue la primera persona que nos criticó abiertamente el régimen. Nos contó que lo que más le fastidiaba era que no estuviesen permitidos los sitios para bailar con música occidental (como la que nos ponía en el coche). Se ponía eufórico y gritaba mirándome : ‘I just wanna dance!’ Era un auténtico fiestero en potencia. También nos dijo que fermentaba alcohol en secreto en casa y que tenía varias amantes. Menudo pájaro.

Con los cálurosos rayos de sol del mediodía incidiéndonos en el cogote vimos la mezquita de Alí y el mausoleo que tiene a su lado. Allí dentro un hombre rezaba impasible ante el féretro mientras en una de las paredes percibí entre los dibujos el de un hombre sin rostro que no podía ser otro que Mahoma. Un grupo organizado de belgas lo comentaba también.

Anduvimos por una inmensa plaza que nos llevó a un bazar; pasamos por las clásicas tiendecillas de dulces tradicionales, especias y demás hasta aparecer ante la imponente mezquita del viernes.

Uno de los Iwans estaba flanqueado por los rostros de Jomeini y Jamenei, antiguo y actual líder religioso del país respectivamente. Estábamos solos salvo por algunos fieles que se encontraban dentro desperdigados tras las columnas y alfombras. Nos descalzamos y entramos. Un hombre cantaba excepcionalmente de forma tradicional.

A la vuelta negociamos un taxi tras comprar las enésimas botellitas de agua mineral. Tuvimos bastante cuidado con lo que respecta a beber agua de grifos como los que había de agua helada en las calles, sobre todo cerca de las mezquitas, pero bien es cierto que los últimos días nos saltamos esa autoimposición y no pasó nada anómalo en nuestros intestinos.

Llegamos a la plaza del Imam para reunirnos con Nuria e Iván. Allí estábamos todos puntuales, delante del palacio de Ali Qapu dispuestos a charlar con nuestros paisanos. Estuvimos toda la tarde hasta entrada la noche juntos, compartiendo historias y anécdotas. Ellos habían llegado antes que nosotros a Irán en el Land Rover desde el que habían salido de Barcelona hacía más de un año. El todoterreno era su casa, donde dormían y donde llevaban todo lo necesario así como los recuerdos que habían ido reuniendo. Durante todo ese tiempo se habían dedicado a conocer en profundidad los distintos lugares por los que habían ido pasado. Todo ello lo narran en una página donde recogen su historia, testimonios y las magníficas imágenes que toma Iván con su cámara. Recomiendo echar un vistazo: http://www.fotosenruta.com/.

Tanto a Javi como a mí nos causaron una grandísima impresión. Tanto por la magnitud del viaje que llevaban haciendo como por lo buena gente y grandes personas que nos parecieron. El tiempo volaba charlando sobre nuestras aventuras y las suyas, sobre la gastronomía y las gentes que habían conocido en los Balcanes, en Grecia, en Turquía y por el Cáucaso, sobre los paisajes y los contratiempos, sobre todo un poco a fin de cuentas. La hospitalidad y entrega de los iraníes había sido vivida por ellos en múltiples ocasiones y también copó gran parte de la conversación debido a todas las veces que habían sido ayudados desinteresadamente, visitados, invitados a comer, dormir o tomar el té e incluso invitados a la isla de Kish a pasar unos días.

Visitamos la mezquita del Imam con ellos, donde en la puerta dos chicas jóvenes azafatas de Iran Air y un chico todo hay que decirlo, exageradamente afeminado, nos pararon para charlar. Comento lo afeminado del muchacho no por otra cosa sino por esa rotundidad con la que se asevera que en Irán ahorcan a todas las personas homosexuales. Mismamente Nuria e Iván también habían conocido el caso de otras personas así preguntándose lo mismo. Similar pregunta nos hicimos con el caso del adulterio al escuchar las historias de amantes que más de un local nos contaba. Es un tema que no conseguimos esclarecer.

Las chicas, Negar y Sarah, nos llevaron a tomar el té y a charlar dentro de las posibilidades que ofrecía su nivel de inglés. Fueron muy buenas y educadas a pesar de la dificultad de la conversación. Al final no consintieron en dejarnos pagar y se despidieron sorprendentemente dándonos la mano, algo inesperado y que nos hizo vacilar a más de uno antes de estrecharla. Se llevaron nuestros contactos móvil. Negar a día de hoy aún me escribe.

La tarde voló muy rápida. Joaquín se nos unió después para cenar en una terracita donde ponían una especie de pizzas. Después de noche volvimos a disfrutar por última vez del ambientazo de la plaza sentados en los jardines rodeado de familias mientras comíamos pipas. Tras más charla y buenos momentos nuestro camarada asturiano se fue dejándonos su contacto para quedar más adelante por el país y nosotros caminamos hacia nuestros hostal con Nuria e Iván. Allí en la puerta nos despedimos de ellos echándonos unas fotos y sorprendiendo a más de un transeúnte al despedir a Nuria con dos besos y un abrazo. No me fui sin antes decirles que los admiraba muchísimo no sólo por su viaje o ellos mismos como personas, sino por lo buena pareja que hacían. Tenían algo auténtico de verdad.

El hombre del hostal se levantó de la cama en la entrada y pasamos a nuestra habitación iglú. Dormimos y al día siguiente partimos hacia Yazd.