Así que cuando mis amigos erasmus me invitaron hace unas semanas a ir con ellos y la asociación de erasmus de Aviñón de excursión por Montpellier y alrededores no lo dudé ni un momento; un viaje interesante, con gente divertida y por cuatro duros, ¡qué más se puede pedir! No sería hasta el viaje mismo que descubriría que no es oro todo lo que reluce, y que no todas las asociaciones erasmus funcionan igual de bien.
A las 8 de la mañana nos esperaba en la puerta de la universidad un autobús que por el aspecto que tenía debía haber sobrevivido a ambas guerras mundiales. Pese a nuestros iniciales reparos, se puso en marcha y salimos hacia el Puente del Gard, un precioso puente-acueducto romano situado en un paraje natural espectacular (más información aquí).
El puente desde arriba
Llegamos, bajamos del autobús y el guía nos avisa: tenemos 20 minutos para verlo todo, así que ya podemos darnos prisa. "Los que quieran quedarse abajo que vigilen la hora, los que quieran subir al puente que vengan, sacamos la foto y nos vamos, que no hay tiempo". Como los japoneses: vienen, fotografían y se van. Ser turista es duro, oiga...
Pues dicho y hecho, subimos, sacamos las fotos y ya nos está gritando el guía que nos demos prisa que hay que irse.
Siguiente parada, la fábrica de golosinas Haribo, el sueño de cualquier grupo de jóvenes hambrientos. Llegamos a las puertas y... nos llevan directos a la tienda para que "compremos algo y volvamos al bus, que hay mucho camino todavía por delante". No entraremos a la fábrica porque la entrada no estaba incluida en el precio del viaje (de lo cual, dicho sea de paso, nadie nos avisó).
Volvemos al autobús de nuevo con la moral cada vez más tocada y dispuestos todos a seguir durmiendo un rato, y entonces el guía tiene una magnífica idea para animarnos; ¡hagamos un karaoke en el autobús durante toda la hora y media que nos llevará llegar a Montpellier! Dicho y hecho, allí sale un representante de cada país a cantarnos una canción típica de su lugar de origen. Yo, mientras tanto, aprovecho para dedicar unos minutos a la introspección. ¿Seguro que estoy en Francia con un grupo de estudiantes? ¿No habré caído en un agujero espacio-temporal que me ha metido en medio de un viaje de japoneses jubilados?
Mientras sigo dándole vueltas a estas dudas en mi cabeza, llegamos a Montpellier. O, mejor dicho, a un centro comercial a unos 20km de Montpellier en el que, esta vez sí, nos dejan pasar una hora y media, "por si queremos ir de tiendas". Empiezo a preguntarme si el guía cobra comisión sobre las ventas.
Después de comer el guía vuelve a juntar al rebaño para ir al Planetario a ver una película en 3D sobre la carrera espacial y un pequeño curso para reconocer los planetas en el cielo que, por supuesto, la mitad de los erasmus se duerme con ronquidos incluidos.
¡Con el asteroide del Principito en el Planetario!
Ya son las 4 y media de la tarde, momento en el que salimos hacia Montpellier, a donde llegamos a las 5. A la bajada del autobús nos espera el guía de nuevo con cara de "os vais a reir cuando os diga la hora de vuelta a casa". Le empiezo a coger manía al guía este de las narices, y con más razón aún cuando nos anuncia que tenemos dos horas para verlo todo y volver al punto de partida.
Contra todo pronóstico y a costa de un dolor de pies monumental, nos juntamos un grupo relativamente reducido que conseguimos ver una gran parte de la ciudad en ese par de horas. Eso sí, de nuevo a la japonesa, pasen, saquen la foto y a otra cosa mariposa. Pese a todo, pudimos disfrutar de una preciosa Montpellier iluminada por Navidad, con un acueducto del siglo XVII en medio de la ciudad, la plaza de la Comedia con su arquitectura clásica y el mercado de Navidad, gente por doquier y hasta un grupo de rock tocando ahí en medio, el jardín botánico, uno de mis sitios preferidos en la ciudad, la catedral de San Pedro con su espectacular pórtico y la Facultad de Medicina, la facultad más antigua del mundo que sigue en funcionamiento. También nos pasamos por la zona modernista, pero qué quieren, a mi me pareció bastante espantosa, sobre todo en comparación con el resto (más información aquí y aquí).
Lo único que puedo agradecer al guía es que a la vuelta no volvió a mencionar el karaoke, y menos mal, porque probablemente alguno de nosotros habría atentado contra su integridad física y entonces no habría conductor que nos llevara de vuelta a Aviñón y acabara con nuestro sufrimiento.
Una y no más, Santo Tomás.