Publicado por José Javier Vidal
Me libero de la mochila –¡qué alivio cuando te quitas veinte kilos de la espalda! ¡Parece que vas a salir volando!-, hago mi “registro” en la “recepción” del refugio –una ventana abierta que hace las veces de mostrador- y pido una Coca-Cola bien fresquita. Eso lo primero. El refresco y un bocadillo me reponen. Hay gente por allí. Unos son excursionistas de paso y otros montañeros que también harán noche en el refugio. Charlo con unos y otros al tiempo que disfruto del soberbio paisaje: cresterías, picos, barrancos y un cielo azul. Ya algo repuesto, voy al dormitorio a dejar mis “cosas de dormir” –el saco, unas zapatillas, el gel y la pasta de dientes- y el material que no me va a hacer falta en la “exploración” de esa tarde. Porque voy a “explorar”, a estudiar sobre el terreno la ascensión y la ruta que pienso hacer el día siguiente.
Con la mochila mucho más ligera enfilo hacia el Hoyo Llambrión, una hondonada por encima del refugio y a los pies del pico del mismo nombre. Por allí pasa también el camino que me llevará a mi siguiente destino, el refugio de Vega de Urriellu. Al menos eso es lo que dicen los mapas y los guardas del refugio. Y tiene que ser verdad, pero por más que los busco, no encuentro ni la vía del ascensión al pico ni el paso hacia el Urriellu. Con lo que me topo es con una muralla de roca que me parece infranqueble. Aquello no pinta muy bien, pero decido no preocuparme. Vuelta al refugio, cena y a la litera. Mañana será otro día y se verán las cosas más claras. Seguro.
Llambrión
Otra vez el despertador suena a las siete. A las siete y media, el desayuno. En el pequeño comedor de madera varios montañeros conversan animadamente. A través de las ventanas se ve cómo la mañana se desliza por las cumbres cercanas y a un grupo de montañeros madrugadores dirigirse equipados hacia ellas. Conozco a un bilbaíno entrado en años pero aficionado recientemente a la montaña que tiene, más o menos, los mismos planes que yo para el día. Decidimos intentarlo juntos. La mochila, con todo el material dentro, vuelve a pesar. Repito el camino de la tarde anterior con la esperanza de encontrar esta vez el camino a la cumbre del Llambrión y el paso a Vega de Urriellu. Acompañado aumentan las posibilidades. Cuatro ojos ven más que dos y, además, uno se vuelve más audaz.
Hacemos la subida al hoyo a buen ritmo y charlando animadamente. En no mucho tiempo y con alguna trepadilla llegamos al nevero que, en pleno julio, cubre la hondonada. La tarde anterior estuve allí armado con mi GPS y mi mapa, pero ni aun así vi el “paso”. Esta mañana lo vuelvo a intentar con el bilbaíno, pero nada. Atravesamos el nevero, probamos por una empinada pendiente, luego por otra, hasta casi alcanzar las paredes de roca que se levantan frente a nosotros. No vemos ningún sendero o traza. Aunque todavía es de mañana, el tiempo pasa rápido y nos queda mucho, muchísimo camino por delante. Los Picos, sin luz, son una ratonera. Hay que evitar que la noche se nos eche encima.
Nos damos por vencidos y decidimos tomar un camino alternativo hacia Vega de Urriellu que viene en los mapas y que nos explicaron los guardas del refugio. Tenemos que volver sobre nuestros pasos. Con mucho tiento, descendemos por las mismas pendientes por las que hemos subido hace un rato. Están cubiertas de tierra suelta. A cada paso que se da, el suelo se desliza y amenaza con llevarnos con él hacia abajo. A mí, además, la mochila me desestabiliza. La situación ya me está cansando y decido cortar por lo sano. Me quito la mochila y la tiro ladera abajo. La mochila y todo lo que lleva por dentro y por fuera empieza a rodar y rodar por la pendiente y no para hasta llegar al nevero. Sin ese incómodo peso encima, desciendo más rápido y seguro. Llego a la mochila y compruebo que todo está entero y en su sitio. Después me daré cuenta de que por un número de “Filosofía Hoy” y otro de “El País Negocios” que llevaba en un bolsillo exterior se han perdido en la caída, pero eso ha sido todo. Puedo estar contento. Me echo el bulto otra vez a la espalda y sigo bajando con mi compañero de la jornada en dirección al sendero por el que vine ayer y que tendremos que seguir hasta llegar a una bifurcación donde tomaremos el ramal que, pasando por Cabaña Verónica y Horcados Rojos, lleva a Vega de Urriellu. Allí, en ese refugio que está a los pies del Naranjo de Bulnes (o Picu Urriellu), es donde pretendemos hacer noche.
En no mucho rato llegamos a la bifurcación. Casualmente coincidimos allí con los guardas del refugio, que nos confirman que por ahí va el camino. O por ahí debe ir, porque verse, no se ve ninguno. Lo más, alguna débil traza que se confunde con los pedregales grises y blancos que cubren las laderas. Al bilbaíno no le han convencido las explicaciones de los guardas y decide ir por otro camino. A mí el suyo tampoco me convence, así que, a partir de ese punto, cada uno tira por su lado. No pasa nada. Al fin y al cabo nos conocíamos sólo desde hacía unas horas y ninguno de los dos tiene obligación o compromiso alguno con el otro. Es mejor así. Él se aleja hacia el fondo del barranco que teníamos delante y yo me quedo evaluando la situación. En toda la historia del Hoyo del Llambrión he echado dos horas y media –mucho tiempo, demasiado-, unas inquietantes nubes bajas aparecen rodeando las cumbres y collados que llevan a Vega de Urriellu –niebla-, el camino no está nada claro y desconozco el terreno. En cambio, la vuelta a Espinama, al albergue, sí que la conozco. Sé que el sendero, aun con niebla, es evidente y fácil de seguir. Y, por muy lento que vaya, quedan por delante suficientes horas de luz. Tengo reservada –y pagada- la noche en el refugio, pero la decisión está clara. Renuncio a mis planes iniciales y opto por el Plan B: vuelvo a Espinama. Es lo más prudente.
Un poco desanimado por no haber hecho ni la cumbre ni la travesía previstas, bajo un sol que empieza a agobiar –las nubes ha tomado un camino distinto al mío- y aplastado por el peso de una mochila a la que le estoy cogiendo ojeriza, el sendero, pese a su hermosura, se me hace pesado y largo. Sin más contratiempos llego al albergue a media tarde. Una ducha, la cena y a ajustar cuentas con mi inseparable compañera, la que llevo a la espalda. Le pienso hacer un “lifting” que va a parecer otra.