Revista Cultura y Ocio

Crónica de una “Expedición” personal a los Picos de Europa (parte IV) : Vega de Urriellu

Por La Cloaca @nohaycloacas

Publicado por José Javier Vidal

Ya he cenado y me pongo a hacerle el lifting a la mochila. La puñetera me está amargando el viaje, aunque la culpa no es suya, si no mía. Es un error común entre montañeros novatos y no tan novatos: llevar más cosas de la cuenta. Los “por si”: “por si” llueve, “por si” hace frío, “por si” tengo que rapelar, “por si” me encuentro con nieve, “por si”, “por si…”Y con tanto “por si”, la mochila me aplasta y me está robando el placer de los senderos, las ascensiones y los descensos. La abro y saco el material: alguna ropa de repuesto, la botella de agua, el botiquín, el saco de dormir, la cuerda para rapelar, cordinos, mosquetones, arnés, el casco, el piolet, los crampones y hasta latas de conserva para la cena…Pienso que de rapelar ya nada –renuncio al Llambrión- y que mejor cenar de menú en el refugio, aunque cueste dinero –en la montaña, como en la vida, no se puede ser tan tacaño, tu espalda lo sufre-, así que dejaré parte del material en el albergue.

A la mañana siguiente, otra vez el despertador a las siete, desayuno y a andar. A pie llego a Fuente De. Tengo decidido hacer “trampa”. Cogeré el teleférico para salvar los 750 metros de desnivel entre el valle y el mirador de El Cable. Allí empieza el camino que lleva al Tesorero, el pico que quiero ascender hoy, y a Horcados Rojos, el collado de paso a Vega de Urriellu, mi destino de la jornada.

Después de hacer cola –larga pero rápida- subo a la cabina. Está repleta de gente. Comienza la ascensión, ganamos altura colgados del cable y algunos guasones hacen los chistes habituales –es la tercera o cuarta vez que me monto en este teleférico- sobre accidentes, averías y caídas. Todos nos reímos. En poco más de tres minutos la cabina llega a la estación superior. La atravieso rápidamente y salgo al exterior. Terminan el cable de metal y la tracción mecánica y empieza el sendero de tierra y piedra y los pasos sucediéndose unos a otros.

Montañismo en grupo

Grupo de montañeros

Con la fuerzas íntegras y una mochila pesada pero menos, mucho menos, tomo con ganas el camino, a un paso vivo y animado, contento por recuperar un paisaje que ya conozco y que sigue cautivándome como el primer día. Hay mucha gente. En el Norte la afición a la montaña es grande y los senderos, los collados y las cumbres suelen estar muy frecuentados. Como hoy. Algún excursionista solitario, parejas, familias y grupos transitan por el camino. Lo respeto, pero no comparto el “montañismo en grupo”. Para mí, la montaña es, precisamente, silencio, reflexión, búsqueda de uno mismo, soledad…Me gusta también, qué duda cabe, compartir la experiencia de la montaña con un buen amigo, quizá dos, pero tres…ya son multitud.

Tesorero

Tesorero

Voy adelantando a todos los demás caminantes. La verdad es que en las subidas soy bueno. En los descensos, todo lo contrario: una pena. Pero de esto hablaré en su momento. Ahora toca disfrutar, otra vez, con las paredes de roca gris y negra, el cielo limpio y azul, los picos que se perfilan en el horizonte. Entre ellos, la silueta inconfundible del Tesorero, mi primer objetivo de hoy. En una hora y media llego al collado de Horcados Rojos. Mi propósito en la montaña no es batir marcas, en absoluto, pero ha sido un buen tiempo. Estoy en forma y eso siempre alegra. Te sientes vivo. Con esa satisfacción pregunto a un grupo de montañeros por el camino al Tesorero. Y resulta que no sólo me lo indican sino que me invitan a que los acompañe. Ellos también van a subirlo. Son un grupo de veteranos y veteranas, hombres y mujeres entrados en los cincuenta, pero bien acostumbrados a andar por la montaña. Por supuesto, acepto encantado. El grupo me “adopta” sobre la marcha y, tras un pequeño descanso y algún trago de agua, comenzamos la ascensión. El que hace de “guía”, Toño, abre el camino. Hace años que no ha subido el Tesorero, cuenta, pero conoce la zona y, sobre todo, tiene “sentido” de la montaña.

La pirámide del Tesorero parece cercana pero no es más que uno de esos efectos visuales engañosos frecuentes en la montaña. Hasta la cumbre queda todavía un rato. Flanqueamos con cuidado unas laderas de tierra suelta siguiendo un senderillo apenas visible y llegamos a la base del pico. Aquí empieza el dominio de la piedra. A algunos no les apetece subir y prefieren quedarse allí, esperando a los que sí queremos hacer cumbre. El grupo se divide. Los que vamos a continuar nos quitamos las mochilas para ir más ligeros y seguros. Tenemos que empezar con una trepada por un canal hendido en la roca. A partir de allí, andamos de roca en roca, con algo de piedra y tierra suelta, pero se sube bien. Toño va buscando los pasos más accesibles. Tenemos que hacer alguna trepada más –manos y pies tocando la piedra, sintiéndola, el cuerpo y el espíritu ascendiendo con cada impulso hacia arriba- y llegamos a la cumbre. Allí es preciso esperar algunos momentos porque hay cola. Es pequeña y la afición en la región mucha, así que la cima, que, como clásica que es, tiene buzón y todo, está llena de gente. Cuando nos toca, subimos a la cumbre y nos hacemos unas fotos. El paisaje, admirable. Reconozco el Llambrión, la Torre de Horcados Rojos, Peña Santa, Torrecerredo, Cabrones (no es un error, un pico se llama así) y el monolito natural símbolo mismo de los Picos: el Naranjo de Bulnes. Y, por fin, la satisfacción de conseguir una cumbre nueva. Por una razón u otra, las últimas que había intentado, en Gredos y también en los Picos, me habían sido esquivas. Hacía tiempo que no saboreaba esta sensación de logro, de plenitud, de encontrarme a mí mismo, que disfruto allí, donde ya no se puede subir más, cuando todo está a tus pies. Aunque sólo fuera por ese momento, el viaje a los Picos ha merecido la Pena.

Contento por la cumbre, emprendo con mis nuevos amigos el regreso. Quienquiera que haya subido a cualquier sitio, aunque sea a una silla, sabe que los descensos son más complicados que los ascensos. Esto vale especialmente para los destrepes. A mí me producen mucho respeto. Por las chimeneas por las que hemos subido antes, ahora hay que descolgarse, dando la cara a la montaña, agarrándose primero con las manos a buenas presas y, después, tanteando con el pie donde apoyarlo. Aunque uno de éstos falle, no hay caída. Esa es la clave. Ya lo sabía, pero uno de los compañeros, Javi, al verme titubear, me lo ha recordado. Y ha sido mano de santo.

En poco tiempo, estamos de vuelta en la base del Tesorero. Allí nos despedimos. Mis fugaces amigos van a subir otras cumbres y yo tengo que seguir mi camino. Me dirijo a Horcados Rojos. En unos minutos llego a ese balcón natural que es el collado. Hay mucha gente asomado a él. Desde allí se tiene una visión completa, magnífica, de todo el macizo central de los Picos de Europa, con la silueta inconfundible del Naranjo dominando de manera rotunda el paisaje.

Naranjo de Bulnes desde Horcados Rojos

Naranjo desde Horcados Rojos

Un excursionista se me acerca y me pregunta por el camino que salva el collado. Se lo indico y nos preguntamos adónde vamos. Él también se dirige al refugio de Vega de Urriellu, como yo. Una afortunada coincidencia que, sin pensárnoslo un minuto, decidimos aprovechar. Iremos juntos. Nos metemos en materia y le entramos al collado. Horcados Rojos y yo somos ya viejos conocidos. Es un descuelgue de cornisas y escalones de piedra indicado y asegurado por un cable. Mi técnica para descenderlo es ponerme el cable debajo del brazo y no soltarlo hasta llegar al final del collado. No es la más elegante, lo admito, pero a mí me sirve. Y a Nemesio, mi acompañante, también.

Una vez abajo, lo que queda es fácil. El camino hasta el refugio lo conozco. Es evidente y no presenta ninguna complicación. En menos de dos horas estaremos en Vega de Urriellu, a los pies del mismo Naranjo. El sendero discurre entre paredes y cresteríos a un lado y jous al otro. Estos, los jous, son hondonadas –dolinas, según los geólogos- que, por sus dimensiones y profundidad, imponen. Sin cruzarnos casi con nadie, sólo con algunos rebecos, y entretenidos en una animada charla llegamos al refugio. Yo paso la noche allí pero Nemesio sigue ruta. Nos tomamos un refresco juntos y nos despedimos. Ahora toca registrarme, organizar todo lo necesario para la noche y para la jornada de mañana y, después, a cenar y a dormir.

Vega de Urriellu


Crónica de una “Expedición” personal a los Picos de Europa (parte IV) : Vega de Urriellu


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