Hace unas semanas, tuvimos que acudir a una revisión más a la que habían citado a nuestro pequeño Emilio y salimos de ésta sabiendo que a mi hijo tendrían que operarle de fimosis, aunque intentarían esperar lo más posible, ya que tan solo contaba con 16 meses de edad. Esta es la historia de cómo llegamos a esta situación. Esta es la crónica de una fimosis anunciada.
A los 13 meses de edad corregida, es decir, cuando Emilio cumplía ya los 14 meses, le tocaba revisión en neonatos, una de tantas por ser prematuro. En esta consulta, tras comprobar que el niño avanzaba a buen ritmo en crecimiento y en desarrollo de habilidades, etc., le comenté a la neonatóloga que me parecía notarle a mi hijo demasiado cerrado el prepucio. La pregunta era evidente: “¿El niño se queja al hacer pis?”, “¿Sale bien el pis, lo ha comprobado?”, “¿Ha notado si se le irrita?”. La respuesta a todo fue la misma: “No”. Mientras tanto, la doctora examinaba a Emilio delante de la mirada atenta de su padre y mía. “Si es cierto que lo tiene más cerrado de lo que debería. Para asegurarnos, solicitaremos cita con el cirujano, simplemente para sacarnos de dudas, no os preocupéis”. Y eso hicimos. No nos preocupamos… demasiado.
¿Por qué íbamos a hacerlo? Durante los meses anteriores a esta consulta, cada vez que habíamos hablado del tema con alguna otra madre que ya tenía niños más mayores, nos había dicho que a sus respectivos hijos también les habían visto de pequeños que lo tenían muy cerrado y que para evitar la operación de fimosis les habían recetado una crema con la que ir bajando poquito a poco el prepucio en las horas de aseo, tras lo cual no había sido necesario operar. ¡Qué tranquilidad! Estábamos seguros de que a nosotros también nos darían esa crema y no habría problema ninguno.
¿Por qué íbamos a preocuparnos más de lo necesario? A nuestro sobrino le tuvieron que operar con 2 añitos porque la situación ya fue demasiado extrema, el niño no paraba de quejarse al hacer pis, se agarraba el pañal desesperado y tuvieron que ir a por él a la guardería, llevárselo a Urgencias y, para su bien, porque no daba tiempo a esperar a la operación, darle el “tirón” hacia abajo, y dejar salir el glande, el dolor y el llanto de mi sobrino hacia fuera. Su primo Emilio no tenía que llegar a esa situación si desde antes estábamos controlándolo de alguna manera, o si el cirujano decidía que se operaba ahora, o si nos daba una solución distinta a la intervención quirúrgica.
¿Por qué iba a preocuparnos la operación de fimosis? En las revisiones anteriores con su pediatra de la Seguridad Social, nos había dicho en varias ocasiones, al examinarle, “Bueno, no baja mucho, ya bajará, hacédselo todos los días en el baño, ya irá bajando”. Muchas madres estarán preguntándose sorprendidas al leer esto: ¿Pero es que os indicaron que le bajarais el prepucio al niño durante el baño diario, antes de los 15 meses?, o también ¿Pero es que os lo indicaron antes de los 12 meses? Y sin embargo habrá otras que no se lo preguntarán porque a ellas también se lo aconsejaron. La respuesta es: sí, así fue. Nos lo indicaron desde la primera vez que lo vieron. Nos lo indicó su pediatra de la Seguridad Social, y también al que vemos por lo privado, y los neonatólogos no nos aconsejaron lo contrario. Pero hay formas y formas.
El primero que lo vio tras salir de la Unidad de Neonatos del Hospital, fue su pediatra privado. Un hombre afable, sencillo y muy divertido con los niños que trató a Emilio con suma delicadeza y nos aconsejó, reiterando varias veces las palabras “sin forzar”, bajar un poquito la piel del pene de nuestro hijo, lo justo para poder limpiar la gotita de pis que pueda quedarse ahí, añadiendo que lo hiciéramos siempre dentro del agua a la hora del baño. Nos hizo una demostración y de esa forma lo estuve haciendo durante los primeros meses.
Cuando mi hijo tuvo la primera revisión con su pediatra de la Seguridad Social, también lo examinó por completo, fue igualmente agradable y nos aconsejó lo mismo. La diferencia estuvo en la demostración: éste bajó bastante más e hizo hincapié en que nosotros en casa no forzáramos tanto como él. Así lo hicimos. Me quedé con la demostración del otro pediatra, haciéndolo lo justo para limpiarle y se acabó.
Hasta los 6 meses de edad del niño, siempre bajó de la misma forma y por lo tanto no veíamos que hubiera ningún problema. Sin embargo, en la revisión que toca en esa etapa, con su pediatra de la Seguridad Social, Emilio chilló de dolor, el pene de mi hijo sangró al examinarlo, se forzó demasiado al retirar el prepucio y a mí se me puso una cara que mi marido tuvo que agarrarme del brazo para que no me comiera al pediatra con los ojos. Éste no le dio importancia, explicó que era normal, me instó a ponerle el pañal enseguida y que continuara bajándoselo como siempre en el baño.
Pasado el susto nos tranquilizó pensar que cuando a nuestro sobrino le dieron el tirón en aquel día en urgencias, le vino mejor. Nos calmó el ver que desde dicha consulta, la pielecita bajaba más que antes sin apenas hacer nada. Dejamos de pensar en ello y a dejarlo como una anécdota porque el niño no se quejó después ni vimos nada raro o alarmante en los meses siguientes. Sin embargo, en la revisión de los 9 meses el pediatra notó que había empezado a cerrarse de nuevo. En la del año, más aún. En casa lo había podido comprobar, pero el otro pediatra, el de lo privado, y los neonatólogos en las respectivas consultas, no le daban importancia porque aún era pequeño y la piel todavía tiene tiempo para estirarse, abrirse, volver a cerrarse, etc. Hasta que llegó la revisión citada más arriba. Hasta que llegó la visita al cirujano que he comentado en el primer párrafo.
Entramos tranquilos. Pensando que sabíamos lo que nos iba a decir: “No hay problema, esta cerradito pero con una crema todo estará solucionado y no habrá por qué operar”. También estábamos preparados para que nos dijera que sí que había que operar y que mejor ahora que no con 3 o 4 años, que el niño lo puede pasar peor porque sabe lo que le están haciendo, etc. Pero no nos dijo nada de eso.
Entramos tranquilos. Le explicamos al cirujano, de no más de 40 años, lo que nos había dicho la neonatóloga y respondimos de nuevo que “No”, a las tres preguntas de rigor para saber si un bebé tiene fimosis. Entonces lo examinó. Dictaminó sentencia: “Lo tiene demasiado cerrado para su edad”. Nos aclaró nuestras dudas: “No, esto ya no se arregla con cremas de corticoides. Tampoco sigan intentando bajarle el prepucio en el baño, sólo lo empeorarán”. Levantó la cabeza para obtener la última prueba: “¿Alguna vez, algún pediatra, en alguna consulta, le ha dado un tirón, o ha forzado demasiado?” Asentimos. “¿Sangró?”. Asentimos de nuevo mientras se me acumulaba la rabia en la garganta. Y soltó la bomba: “Eso es lo que ha provocado que esté así de cerrado. Al hacerse una herida el prepucio tiende a todo lo contrario, a cerrarse cada vez más para cubrirse y puede llegar a este punto. Por eso no paramos de repetir a los pediatras en cada reciclaje, y cada vez que podemos que no lo hagan, que no se gana nada, que pueden provocar cosas así”. Y mi marido vio como me asomaban las lágrimas de impotencia mientras vestía al niño y él le preguntaba si estaba seguro, y si podía añadirlo en el informe. Así lo hizo.
Nos indicó que, efectivamente, al niño habrá que operarle, pero que intentarán retrasarlo lo más posible, al menos hasta que deje el pañal, que será cuando vuelva a verlo si no se le infecta antes ni le pasa nada. Lo recomendable es esperar a los 3 o 4 años. Por nuestra parte, que no le bajemos nada, lo justo para limpiarle la gotita de pis, y absolutamente nada más, pues empeoraría. Y, por supuesto, vigilarle, que no tenga bultitos, que no se infecte, que no se queje el niño, que orine sin problemas… y si alguna vez lo vemos irritado, lavados de manzanilla 3 veces al día. Si hay algún problema, tendría que verle de nuevo. Salimos de la consulta indignados, preocupados, tristes, y algo agobiados. No porque tuvieran que operarle, si no porque podía haberse evitado. Ahora entiendo que todo este sentimiento de impotencia se incrementó porque no era la primera “metedura de pata” del pediatra y esto ya había colmado el vaso, lo que desembocó en que nada más salir del hospital nos fuéramos a nuestro centro de salud a ponerle una queja y a cambiarnos de doctor. Ahora sé que mi hijo quizá iba a tener fimosis de todas formas pero que siguiendo las instrucciones de una buena praxis guiada por el especialista adecuado, podría evitarse una operación temprana. Ahora pienso que por mucha información que tengamos los padres en nuestras manos, nuestros hijos también están en las de los médicos que les tratan y que si podemos decir “Para” a un profesional cuando vemos algo innecesario que le está provocando dolor al niño, deberíamos decirlo, esperar la explicación consiguiente y, si nos da argumentos convincentes, dejar que continúe. Ahora sólo espero que mi hijo siga bien hasta la siguiente revisión con el cirujano y podamos retrasar al menos hasta la edad recomendada, la operación de fimosis.
Autor Nuria Sánchez
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