(Qué manía tengo de volver de vacaciones/fines de semana con pérdidas. Hoy toca una de las duras. Mañana será otro día)
Como si de una broma pesada del destino se tratase, el pasado Jueves Santo, Gabriel García Márquez se nos marchaba a la edad de 87 años. Y digo broma pesada porque así acababa la “crónica de una muerte anunciada” que dejaba de ser el título de una de sus más célebres novelas, para ser absoluta y dolorosamente literal.
Todavía puede decirse que hace unos días, el Nobel de literatura mandaba a los periodistas a hacer algo de provecho, al conocer la cobertura que los medios estaban haciendo de su hospitalización, a principios de abril: “Están locos, ¿qué hacen allá afuera? Que se vayan a trabajar, a hacer algo de provecho“. No sabemos si los periodistas le obedecieron, pero sí que sabemos que unos días después García Márquez salió del hospital, aunque lamentablemente lo hiciera para irse para siempre. Probablemente, uno de los puntos y finales más duros de la literatura y el periodismo. Uno de esos finales que uno no desea que lleguen, pero que inevitablemente, como en las últimas páginas de Cien años de Soledad o El amor en los tiempos del cólera, acaban por venir.
Allá donde, sin embargo, esté Gabriel García Márquez en este momento, seguro que le han llegado la cantidad de muestras de cariño y la cobertura de muchos de los periodistas para los que él siempre será un referente.
Gracias, Maestro.