Crónica Donosti 2011: La película de la vida

Publicado el 17 septiembre 2011 por Fimin

Llegar y besar el cielo. Regaderas aparte, es lo que nos ha brindado nuestra bienvenida donostiarra y más en particular, el árbol, perdón, la película de la vida de Terrence Malick. Hay quién la comparaba con "2001: odisea en el espacio," hay quien la llevaba a "Los pilares de la tierra" incluso pasando por el National Geographic. Tras experimentarla (es el mejor término que se me ocurre para describir un visionado traducido en experiencia) podríamos atestiguar todas estas comparaciones y añadir incluso más a un atronador torrente audiovisual cuyas imágenes están destinadas a perdurar eternamente en nuestra retina y más aún, en la historia del séptimo arte. A grandes preguntas, grandes respuestas.

Un marido que ha perdido a su mujer lo denominamos viudo, en consecuencia, una mujer que ha perdido a su marido, viuda. Un hijo que ha perdido a sus padres es huérfano, al igual que una niña cuyos padres fallecieron es huérfana. Sin embargo, ni el padre ni la madre que han perdido a su hijo tienen un término que defina sus situación, ni en castellano ni en ningun idioma del resto del universo. Tamaña tragedia resulta tan antinatural que no tiene denominación posible. Es a raíz de este conflicto donde comienza a florecer "El árbol de la vida," una sinfonía filosófico-cinematográfica intrínsicamente existencial que nos demuestra que en el cine de gran presupuesto también puede primar el carácter sensorial al narrativo, el sentir al contar, el percibir al ver.

Una película llamada hacer historia que en toda su grandeza trata de dar respuesta a cuestiones universales partiendo desde conflictos completamente personales como resulta la pérdida de un hijo. ¿Qué somos? ¿quiénes somos? ¿dónde vamos? ¿qué hacemos? Puede que a ratos tire del sermón eclesiástico, puede que a momentos se riga por las leyes de la naturaleza o que simple y llanamente parta del contradictorio carácter humano. ¿Divinidad, espiritualidad o ciencia? Una duda universal cuyo inabarcable carácter filosófico se traduce en las abrumadoras imágenes y la hipnótica banda sonora de un "árbol de la vida" que tiene el descaro de comparar paralelamente la vida y existencia de una familia, de la infancia y del matrimonio, con la  creación del universo y la evolución de la raza humana. Ridiculez o genialidad, el caso es que la monumental historia de la vida  (humana y no humana) mostrada por Terrence Malick también significa la evolución del cine contemporáneo a gran escala, y simplemente por ésto, ya es una gran noticia. El resto, ya es cosa de cada uno. En mi caso, me invade la más absoluta fascinación. ¿Palma de Oro? Es lo de menos.