Es la historia de cuatro atracadores y un policía -el "flic" del título original -que trabajan, cada uno en lo suyo, con pasión y entrega, con profesionalidad y atención máximas. Unos roban bancos y también droga a traficantes para luego vendérsela a los propios traficantes y el otro cumple con su cometido sin dejar que una sola sonrisa aflore a sus labios. Inevitablemente se cruzarán los caminos y la historia se complica moralmente, queda abierta pese al duro final, deja planteadas cuestiones que el espectador ha de resolver por su cuenta y según su visión de las cosas, como ocurre con el mejor cine y el mejor arte, que puede suscitar y provocar, pero no incluye en sus páginas ni en su pleno espacio todas las preguntas y todas las respuestas. Melville legó a la posteridad una obra maestra de la elipsis y el silencio pujante, grávido, contrito, áspero y relumbrante. Una escena final de pura antología, tanto por la elección de los encuadres como por la velocidad a la que se desarrolla. Una entrada en el fundido en negro con que se acaba toda película cuajada de ritmo y de tensión dramática. Una película, en definitiva, que está tocada por la gracia del genio y que se situó en lo más alto del cine negro de todos los tiempos y ahí permanece, incontestable y ejemplar cuando se habla de lo mejor que el género ha dado, de qué caminos se han abierto con las cintas negras y aún no se han explorado del todo. Una película que seguro que resistirá el paso del tiempo sin merma alguna.
Es la historia de cuatro atracadores y un policía -el "flic" del título original -que trabajan, cada uno en lo suyo, con pasión y entrega, con profesionalidad y atención máximas. Unos roban bancos y también droga a traficantes para luego vendérsela a los propios traficantes y el otro cumple con su cometido sin dejar que una sola sonrisa aflore a sus labios. Inevitablemente se cruzarán los caminos y la historia se complica moralmente, queda abierta pese al duro final, deja planteadas cuestiones que el espectador ha de resolver por su cuenta y según su visión de las cosas, como ocurre con el mejor cine y el mejor arte, que puede suscitar y provocar, pero no incluye en sus páginas ni en su pleno espacio todas las preguntas y todas las respuestas. Melville legó a la posteridad una obra maestra de la elipsis y el silencio pujante, grávido, contrito, áspero y relumbrante. Una escena final de pura antología, tanto por la elección de los encuadres como por la velocidad a la que se desarrolla. Una entrada en el fundido en negro con que se acaba toda película cuajada de ritmo y de tensión dramática. Una película, en definitiva, que está tocada por la gracia del genio y que se situó en lo más alto del cine negro de todos los tiempos y ahí permanece, incontestable y ejemplar cuando se habla de lo mejor que el género ha dado, de qué caminos se han abierto con las cintas negras y aún no se han explorado del todo. Una película que seguro que resistirá el paso del tiempo sin merma alguna.