Crónica viajera desde el paraíso (II)

Publicado el 20 agosto 2014 por Benjamín Recacha García @brecacha

El bonito pueblo de Plan, en el valle de Chistau.   Foto: Benjamín Recacha

Plan es un pequeño pueblo del Pirineo Aragonés, ubicado en el Valle de Chistau, que en 1985 se hizo popular en toda España por organizar una caravana de mujeres con el objetivo de que la ya escasa población no menguara más. El éxito fue rotundo. La iniciativa, inspirada en el western ‘Caravana de mujeres’ (1951), llevó hasta el lugar a periodistas de medio mundo y a tres autocares con 200 mujeres de todo el país, algunas de las cuales acabarían casándose con solteros del lugar. Fueron las pioneras de otras aventureras que a lo largo de la década fueron llegando para formar nuevas familias.

Los chicos de Plan fueron precursores en una práctica que se popularizó posteriormente en bastantes pueblos rurales afectados por el despoblamiento, y se convirtieron en protagonistas de una canción del trío satírico maño Puturrú de Fuá, que contribuyó con ello a inmortalizar la “gesta”.

Por entonces yo ya veraneaba en el cercano Valle de Pineta y recuerdo que la caravana de mujeres de Plan era el tema estrella en toda la comarca. A partir de entonces la visita a Plan era cita obligada cada mes de agosto, llevados por la curiosidad de saber cómo les iría a las parejas formadas gracias a la iniciativa.

Pero Plan es mucho más que un recuerdo pintoresco. Es un bonito pueblo pirenaico donde se come muy bien, en Casa Ruché, por ejemplo. Comida casera, con ingredientes de la tierra, y a un precio inmejorable. Es puerta de entrada al Parque Natural Posets-Maladeta, que entre otros méritos cuenta con el de albergar la cima más alta del Pirineo, el Pico Aneto (3.404 metros); y posee otras muchas riquezas naturales y paisajísticas, como el ibón o laguna al que da nombre, el ibón de Plan, conocido también como basa la Mora, que según las creencias populares está encantada. No sé si es cierto, pero lo que sí sé seguro es que el lugar es mágico.

Subiendo hacia el ibón de Plan la vista de Saravillo es espectacular.   Foto: Benjamín Recacha

Lo he descubierto este verano. Hace algunos años hicimos un intento por llegar, pero aparcamos demasiado lejos para el tiempo del que disponíamos y acabamos desistiendo. Sí, se puede llegar en coche muy cerca del lago. Hay que tomar la pista de tierra y grava que sale desde Saravillo, pequeña población célebre en la región por su excelente queso artesanal (el de cabra está delicioso), y unos 13 kilómetros y mil metros de desnivel después habremos llegado al inicio del sendero que hay que recorrer a pie. En teoría, para acceder en vehículo a la pista hay que pagar 3 euros que van destinados a su mantenimiento, pero sospecho que sólo los turistas pardillos cumplimos con la norma. En cualquier caso, la “inversión” merece la pena porque el espectáculo sensorial que nos regala la excursión es una maravilla.

El macizo de Posets y la Maladeta. Foto: Benjamín Recacha Las impresionantes peñas que “protegen” al ibón de Plan. Foto: Benjamín Recacha

Al final de la ruta motorizada nos recibe una panorámica espectacular del macizo Posets-Maladeta, a la izquierda, y las peñas de las Once, Mediodía y la Una, a la derecha, dando refugio al ibón.

Pedriza camino del ibón de Plan. Elegimos el camino difícil.   Foto: Benjamín Recacha

Es el momento de tomar la primera decisión importante del día: ¿cogemos la senda que desciende entre el bosque o seguimos por la que parece la continuación de la pista por donde hemos subido? Optamos por la segunda opción… y pronto nos arrepentiremos, ya que el “camino” se adentra en un pedregal que aunque parece atajar en realidad se convierte en una especie de trampa para un grupo tan poco montañero. Las (todavía) cortas piernas de Albert tienen que ir con mucho cuidado para avanzar sin caer por el barranco, y mi señora esposa acaba llevándose un buen moratón de recuerdo al caer de culo tras pisar en la roca equivocada. Eso sí, las vistas son impresionantes.

Los preciosos lirios azules.   Foto: Benjamín Recacha

Afortunadamente, en un ratito conseguimos enlazar con el sendero fácil, el que discurre plácidamente por bosque y praderas. Albert insiste en que quiere seguir escalando, pero la promesa de que pronto nos encontraremos con las vacas (cuyo mugir, acompañado de los inconfundibles cencerros, se escucha continuamente) lo convence de que el nuevo camino es mejor. “Papa, ¿cuándo veremos las vacas?” se convierte en la banda sonora de la marcha, cada vez con más insistencia y una frustración creciente, ya que los “bichos” se resisten a aparecer. Lo que sí aparecen son los preciosos lirios azules, endémicos del Pirineo, que iluminan incluso la vista más rancia. Hacía tiempo que no los disfrutaba en pleno esplendor. Los recuerdo sobre todo en el valle de la Larri, en Pineta, hasta el punto que lo rebautizamos como valle de los lirios. Este verano, además de en el ibón de Plan, los encontramos de camino a la cascada del Cinca, protagonista de la próxima crónica viajera.

El precioso ibón de Plan.   Foto: Benjamín Recacha

Finalmente, tras un agradable paseo de unos veinte minutos llegamos a la orilla de la laguna. El espectáculo es maravilloso. Sin duda, uno de los rincones más bonitos del Pirineo. Las fotos no engañan, pero tampoco hacen justicia a la belleza imposible del paraje. Evidentemente, Pau y compañía también quieren dejar constancia de su visita.

‘El viaje de Pau’ en el ibón de Plan.   Foto: Benjamín Recacha

Nos comemos los bocatas sentados en la hierba. Alimentamos el estómago, pero también la mente, agradecida por tantos inputs positivos.

Podría ser la carátula de nuestro próximo disco…   Foto: Lucía Pastor

Albert se va a ver los renacuajos y a tirar piedras al lago, una de sus aficiones favoritas cuando encuentra cualquier acumulación de agua en la montaña. Me pide que lo acompañe y decido probar también el lanzamiento de piedras, aunque yo intento que reboten. De pequeño me enseñó mi padre a hacerlo y descubro que se me sigue dando bastante bien. Albert intenta imitarme y, como le pasa siempre que no le sale algo a la primera, se enfada. Pero pronto dominará la técnica, es un niño muy listo.

Posando en familia bajo la mirada de las vacas.   Foto: autodisparador de una vieja cámara digital Sony

Decidimos recorrer la orilla, en busca de las vacas, que nos han dicho que están al otro lado, y para continuar disfrutando del paisaje. En un momento nos plantamos allí, Albert el primero, impaciente por tocar a los enormes rumiantes. “Que no, hijo, que las vacas no se dejan tocar”. Desde que nos divisan, un par no nos quitan los ojos de encima. Hay muchos ternerillos, y ya se sabe que las madres suelen ser bastante recelosas hacia los extraños. Pero a Albert no le impresiona el tamaño de los animales y hay que pararle los pies. “Ahí ya estás bien, no te acerques más”. No acaba de convencerse, pero sus padres no vamos a arriesgarnos a que se lleve un testarazo vacuno. Así que nos hacemos unas fotos, admiramos las enormes moles rocosas que presiden este trocito de paraíso e iniciamos la vuelta, felices de habernos dejado cautivar por la magia de la basa la Mora.

De vuelta tras disfrutar de la belleza del lugar.   Foto: Benjamín Recacha