Crónicas de mi nuevo barrio rico (por Jarete... aunque Ana anda por aquí)

Publicado el 25 noviembre 2013 por Imperfectas


Y decían que era imposible que un perro manejara un ordenador… se creerán muy listos estos humanos… si esto es una tontería… si ellos supieran lo que somos capaces de hacer cuando no nos miran… El día que hable (cosa que me tiene prohibida el sindicato de perros por el bien de la seguridad perruna) van a flipar… Pienso soltar algo así como: “Gracias, sois muy majetes y os quiero mogollón, vivo estupendamente con vosotros y soy super feliz, pero… una cosa… ¿por qué vivimos en este barrio?”
No lo entiendo, de verdad que no lo entiendo, me supera… A ver, vale, yo soy un perro callejero, vengo de una perrera y he visto lo peor del mundo (humano y canino) pero lo de esta gente que vive a nuestro alrededor no tiene nombre… Es que no se parecen a nadie, ni a los vagabundos con los que he convivido, ni a los cuidadores de la perrera, y menos que a nadie, a los humanos que viven conmigo y a los que les visitan… Por supuesto, estoy generalizando, también hay gente maja, mis vecinos con sus tres niñas que me achuchan y se pelean por jugar conmigo, por ejemplo, gente que realmente merece la pena. Pero es que los que no me gustan destacan demasiado…
Yo soy un perro, ¿no?, creo que queda claro, aunque realmente soy tan apuesto, elegante y listo que parezco una reencarnación de algún genio que estuviera especialmente buenorro… bien, si soy perro tengo que caminar por la calle a cuatro patas y tener mis huequecitos para avanzar. Pues no señor, los humanos de este barrio se creen tan importantes que un perro no tiene derecho a compartir acera con ellos… Bueno, un perro que no sea el suyo, por supuesto, que aquí abundan… Mi amiga humana es distinta a ellos, lo que llamaría una humana normal, con sus cosas buenas y sus cosas malas (hay que ver las broncas que me mete cuando dejo escapar el pis, encima que lo hago siempre en la puerta del baño, casi casi como ellos) pero por la calle yo creo que hace lo correcto, me lleva, aunque yo me resista, junto a los árboles, no me deja ser feliz meando en dónde yo quiera, coches, paredes, incluso la pierna de algún indeseable (aunque por lo bajito murmura que debería dejarme, incluso achucharme para que les muerda) Pues ellos, nada, erre que erre, obstruyendo el paso, no se aparta ni un milímetro, la calle es suya… Por no hablar de cómo llevan esos artefactos humeantes de los que chupan de vez en cuando, casi casi a la altura de mis ojos, sin ninguna consideración. Esto a Ana le pone especialmente nerviosa, como los cristales que nos vamos encontrando rotos en el suelo un día tras otros (dice ella que los niños bien son los que más botellón hacen, aunque todavía no he entendido qué es eso del botellón, será porque solo tengo un año, para vosotros siete)
Como os contaba, en este barrio rico, todos, pero todos, tienen perros, y son tan pijos como sus dueños. Yo les odio, pero les odio a muerte. Qué queréis, aunque tenga solo un año, he vivido mucho y sé lo que es la lucha de clases, y a mí estos ricachones con sus correas caras, las mayoría con dos colores combinados, rojo y amarillo, no me entran. Pero si hasta he visto a personas “paseando” a canes dentro de un coche de bebé… ¡¡¡estamos locos o qué!!! Los perros tienen que correr, mear, cagar, chupar, oler, investigar. ¡Pero, por dios, dentro de un carro para que sus lindas patas no pisen el suelo sucio! es que me lo cuentan hace unos meses y no me lo creo… Cuando llegué, acostumbrado a pelearme, jugar y compartir con todos mis amigos de la perrera, intenté hacer lo mismo aquí con todo espécimen perruno que me iba encontrando y, ¿os podéis creer que yo, siempre el líder y el guapo de la pandilla, era rehusado una y otra vez? Los perritos mimados éstos me volvían la cara, elevando su trufa (hocico) al cielo. Ni siquiera me hablaban en nuestro lenguaje, por lo que yo no entendía nada. Hasta que un día me encontré con dos caniches chicas, con su pelito totalmente recortado y lacitos y una le dijo a la otra: “ni le mires, no ves que este perro no es de raza, se le nota a la legua que es un pobre paria” A partir de ahí, decidí pasar al contraataque, perro que veo, perro que me quiero comer… Nunca les hago nada, soy un luchador de clases pero antiviolencia, ya pasé por la etapa de pelearme con otros perros macarras en la calle, las cicatrices en mis orejas lo demuestran, pero es una parte de mi breve vida de la que no me siento muy orgulloso, así que dejémoslo de lado. No les muerdo, pero les acojono cosa fina, se mueren de miedo ante mis ladridos y mis tirones de correa (lo siento por Ana, que a veces vuelve con la espalda fatal, pero es que no puedo resistirme, un perro callejero como yo nunca, nunca, podrá llevarse bien con estos perros de casta) Y lo peor no son ellos, son sus dueños. En ocasiones disimulo y hago como que me quiero acercar a olerlos y jugar, pero sus ricachones dueños los apartan como si yo tuviera piojos o les fuera a robar. Ahí sí que Ana y yo nos ponemos de acuerdo y ella me achucha para que me acerque, dice que más que nada para jorobar al estirado del dueño. Y cuanto más me acerco, más se retiran ellos, cualquier día alguno acaba atropellado por no dejarme oler a su perrito vestido de Chanel o Louis Vuiton (que me han dicho mis dueños que son tiendas carísimas y que seguro que los ridículos jerseys, gorritas y demás que llevan son de ahí).
¿Sabéis una forma fácil de reconocer un barrio rico desde el punto de vista canino? Las calles son amplísimas, da gusto pasearse (aunque, como ya digo, siempre hay algún humano superior que decide caminar por donde tú vas y no se apartan) no suele haber demasiadas cacas, están más bien limpias las aceras… Pero volver a visitarlo un sábado o un domingo. Las cacas abundan, los problemas que os he contado antes se intensifican, todo se hace más complicado… Es el día libre de la chacha que saca al perro y un/a señor/a de pro no se agacha a recoger cacas de nadie, aunque sean de su perro. A Paula, la niña de la familia, una vez una señora le recriminó que recogiera las mías, le dijo que me enseñase a hacerlo en un árbol y que las dejara ahí… Todo esto con una cara de asco porque mi dueñita estaba cogiendo los excrementos con la bolsa…
A Paula le pasa lo que a mí, ella lleva años aquí y es incapaz de adaptarse y es que los niños son otros que vienen destacando… Como yo, ella no soporta esos lazos, los cogería y me los comería enteritos… Yo soy un perro muy humano y visto que con el resto de los de mi especie no puedo estar, me he dedicado en cuerpo y alma a las personas. Me subo, les beso, juego con ellos… Los niños son mi especialidad. Pero los de aquí, desde luego, van a ser tontos del culo de mayores porque ya lo son ahora. Se asustan, lloran, se esconden detrás de sus papás, se les caen los calcetines, los lazos les resbalan por el pelo… En fin, que no quieren nada conmigo, y eso que como digo, en todas las casas se supone que ahí perros, deberían estar acostumbrados, debe ser que los perritos pijos no interactúan con los niños pijos. Deben de estar en la cocina con las criadas, esas señoras que a veces son tan simpáticas y a veces parece que se les ha pegado el gesto de sus dueños y que van a heredar las tierras de la familia a la que cuidan…
Luego están los que llevan suelto a su perro sí o sí, sea la hora que hora, la zona que sea, y ellos se dedican a hablar por el móvil. Muchas veces nos encontramos con ellos por la calle y Ana no sabe si están abandonados o qué. Yo sí lo sé porque lo he vivido y sé que estos flojos no aguantarían ni un día de vida callejera. El dueño se suele encontrar a kilómetros de él, hablando con el móvil. Se me acercan, aunque les ladre, me provocan, y claro, ellos van sueltos, así que al final, la que paga el pato es Ana, que me tiene que sacar cómo puede de allí, para que no termine haciendo una locura (que uno es antiviolencia pero si le provocan…) Y el dueño ni se entera. Eso sí, si te ven o se dan cuentan, le echan la bronca a la pobrecita de mi amiga por no saber educar a su perro. Menos mal que ella tiene un carácter endemoniado y los tiene bien puestos, que les deja firmes y temblando, como yo a sus perros. Ahora que lo pienso, mira que le hago sufrir en la calle, menos mal que luego lo compenso no separándome de ella y a lametazo limpio…
En fin, que yo vivo muy bien porque soy de fácil adaptación, he pasado ya por tanto que el amor que me dan estos locos y los que vienen de vez en cuando, me hacen ser el perro más feliz del universo, pero estos canes ricos no saben que uno se ha bregado en la calle y cualquier día formo una revolución y empiezo a adoctrinarles para que se conviertan en perros de provecho y no en muñequitos tontos.
Os dejo, que acaban de llegar y no me pueden descubrir así, debo seguir fingiendo que no me entero de la misa la media. Todo sea por las caricias y las comidas gratis…