Con apenas tres años de vida Sudán del Sur, el estado más joven del mundo, atraviesa una situación de guerra, hambre y caos. Tras superar una guerra de secesión que parecía eterna, una cruenta lucha por el poder entre tribus ha roto en pedazos los sueños de unión y prosperidad que alentó la independencia, en un país en el que la paz sigue siendo una gran desconocida para la mayoría de las generaciones. La nueva guerra civil ha sepultado la confianza en el proyecto político en el que se embarcaba el pueblo sursudanés, víctima de unos dirigentes irresponsables que han provocado que la nueva nación se resquebraje a golpe de fusil.
El arduo camino hacia la independencia
En el transcurs
Gracias a este acuerdo, una nueva Constitución sudanesa concedía al sur seis años de autonomía, al cabo de los cuales se celebraría un referéndum para que el pueblo sursudanés decidiese independizarse o seguir formando parte de un estado unitario. Junto a ello, Sudán aceptó un reparto más equitativo de los beneficios obtenidos del petróleo y representación sursudanesa en el gobierno central, de modo que en julio del mismo año John Garang juró el cargo como primer vicepresidente de la República de Sudán. Tres semanas más tarde, fallecería en un accidente de helicóptero. Su muerte hizo tambalear el clima de paz generado a raíz del alto al fuego firmado en enero, y los enfrentamientos entre las distintas facciones volvieron a ser notables durante semanas. No obstante, el camino hacia la paz parecía consolidarse: a finales de 2005, Sudán del Sur estaba gobernado de forma autónoma por antiguos rebeldes y Salva Kiir, relevo de Garang, ejercía tanto vicepresidente en Jartum como de Presidente de la región de Sudán del Sur. Pero la paz, si es que la hubo, fue frágil, muy frágil. Las tensiones iban creciendo a medida que se acercaba el referéndum y se concentraban en la región fronteriza de Abyei. Esta región, que actualmente se encuentra desmilitarizada, sigue siendo reivindicada tanto por la República de Sudán como por Sudán del Sur, debido a su extrema riqueza de petróleo. Ante los continuos choques entre fuerzas del sur y del norte, en 2008, el presidente sudanés Bashir, acordó con su homologo sureño acudir a un árbitro internacional que decidiese a quién pertenecería la región en disputa. Fue a mediados de 2009 cuando el Tribunal Internacional de La Haya concedió el campo petrolero de Heglig, el mayor de la zona, a la República de Sudán.
Y llegó 2011. Tras medio siglo de guerras y más de un millón de muertes después, el pueblo sur sudanés votó en masa a favor de la independencia. Prácticamente el 99% de los votantes aprobó la creación de la República de Sudán del Sur, con capital en Juba. El nuevo estado nacería el 9 de julio de 2011. Lo que era un sueño para los sursudaneses, pronto se tornaría en la más horrible de las pesadillas.
La independencia aviva las tensiones
El júbilo desbordaba las calles de las principales ciudades sursudanesas y su pueblo oteaba el horizonte con mayor esperanza de prosperidad y desarrollo. Una vez despojado del yugo del poder central de Jartum, que durante casi medio siglo de guerra mantuvo políticas de marginalización sobre la región sur –hasta 2005 no hubo en todo Sudán del Sur una sola carretera alquitranada-, la ilusión de autosuficiencia se abría camino: la secesión dejó en el nuevo estado el 75% de los campos petroleros que poseía la República de Sudán. Sin embargo, el optimismo generado aquel nueve de julio pronto se tornaría en incertidumbre. La proclamación de independencia no supuso, de ninguna manera, una resolución definitiva del longevo conflicto con la República de Sudán. De hecho, la secesión dejaría a dos estados fronterizos con la necesidad de entenderse para sacar provecho de su interdependencia económica, pero, lejos de ello, las tensiones se acrecentaron.
Hasta que eso suceda, la necesidad de buscar acuerdos sobre las las tasas del comercio petrolero es imperiosa. La inflexibilidad en las negociaciones de los dirigentes de ambos países llevó a Salva Kiir, Presidente de Sudán del Sur, a tomar una decisión tan drástica como autodestructiva: el cese de la producción de petróleo. Dicha medida, anunciada en enero de 2012, supuso la interrupción de un flujo de alrededor de 350.000 barriles de crudo al día. La crisis en la que quedó sumido el país tuvo daños irreparables. La decisión fue justificada por Kiir como una respuesta al presunto saqueo de petróleo por parte de Sudán en las prospecciones sursudanesas, además del inaceptable precio de circulación del crudo hacia Port Sudán. Lo cierto es que esta temeraria medida de presión tenía un trasfondo más complejo si cabe. El petróleo también estaba detrás de las reivindicaciones territoriales a uno y otro lado de la inestable frontera, que han provocado continuos ataques de grupos armados de ambos países en las regiones en disputa. Además de la ya mencionada Abyei, los sursudaneses reclaman las regiones sudanesas de Nilo Azul y de Kordofán del Sur. En mayo de 2012, cuando se avistaba el comienzo de una nueva guerra, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas instó a ambos países a retirar a sus fuerzas armadas de la frontera y reanudar las negociaciones, lo que pareció aminorar la tensión. Precisamente la mediación internacional ha resultado clave a la hora de gestionar la crisis diplomática. En este aspecto, la labor de la Unión Africana fue fundamental para que ambas partes se sentaran a negociar y Sudán del Sur reabriese la producción de petróleo en mayo de 2013. Desde entonces, la situación sigue siendo inestable y las denuncias mutuas de instigar la lucha rebelde en el país vecino constantes, si bien el conflicto interno que estalló en Sudán del Sur a finales de 2013 ha hecho desviar en cierto modo el foco de atención. Una nueva guerra civil iba a asolar el estado más joven del mundo.
La lucha fratricida por el poder
La torpe administració
Esta guerra no declarada comenzaría en la capital, Juba, pero pronto se instalaría en las regiones norteñas, donde se ubican las tropas nuer del ‘Ejército Blanco’ leales a Machar, y donde también se localizan las mayores explotaciones petroleras en el país. A la lucha entre facciones armadas se le suman matanzas genocidas de civiles que provocan que el temor y el caos recorran el país, y que la cifra de refugiados y exiliados no pare de crecer. La evolución del conflicto deja un escenario aún más complejo, de modo que afirmar que el conflicto es una lucha de nuers contra dinkas puede resultar simplista. Hay grandes excepciones. La más llamativa puede que sea el apoyo de la viuda de Garang, antiguo líder dinka del SPLM, y su hijo, al bando reformista de Machar. En Bentiu, al norte, se han dado casos de luchas entre nuers fieles a Machar contra nuers partidarios del gobierno de Kiir. En Equatoria, región en la que no predominan ni los nuers ni los dinka, las tribus minoritarias (Madi, Bari, Lotuko, Azande…) están implicándose en la guerra, de modo que deben elegir de que bando están y a menudo, eligen el nuer. Por tanto, estos casos demuestran que no siempre hay evidencias de lealtad ciega a una tribu determinada.
Fuera del campo de batalla, los esfuerzos por sentar a las partes para la negociación de un acuerdo de paz no han sido completamente en vano. Desde que el conflicto comenzara a finales de 2013 ya ha habido dos acuerdos de alto al fuego. El primero de ellos, en enero, fue violado por ambas partes unas horas después de su entrada en vigor. El segundo, firmado en Addis Abeba en mayo, recogía la formación futura de un gobierno transitorio de unidad que tuviera representación multiétnica. Sin embargo, este último apenas fue efectivo dos días, ya que al tercero de su entrada en vigor ambas partes volvieron a acusarse de violarlo iniciando combates. Sin un gobierno de transición y sin una comunidad internacional capaz de mediar con éxito entre las partes, el conflicto que arrasa Sudán del Sur no parece que vaya a encontrar una solución definitiva corto plazo.
No cabe duda de que la guerra está siendo especialmente devastadora en las regiones petroleras, y esto no es fruto de la casualidad. Quien se haga con las ciudades ricas en crudo, tendrá bajo control el recurso económico esencial por el que sobrevive el país. Tampoco es casualidad que haya varios países, entre ellos las superpotencias China y Estados Unidos, contemplando con preocupación el devenir del conflicto sursudanés. La mirada extranjera, sin embargo, es interesada. Esperan que se les presente la oportunidad de pescar en río revuelto y poder sacar partido de la principal –por no decir única- ventaja económica que Sudán del Sur podría ofrecer: la explotación del abundante petróleo.
En el próximo artículo de esta serie analizaremos tanto la dimensión internacional del conflicto como el desastre humanitario que ha acarreado.