Las luces de los coches iluminan la interminable hilera de campamentos improvisados que yacen a los lados de la carretera de la desolada Thatta. La cantidad ingente de desplazados satura las arterias de esta pequeña localidad sumida esta noche en un ya dilatado apagón eléctrico que ha dejado sin luz a toda la localidad. La intensa lluvia, ha sembrado la alarma entre los centenares de personas que se postran en las calles sin ningún tipo de ayuda y esperanza. Las manifestaciones se suceden y la policía hace poco por mitigarlas. Unos niños atraviesan la carretera con varias ramas de árbol. Cinco segundos después, casi cincuenta personas colapsan una de las entradas de la ciudad mientras el sonido de los camiones a la fuga se mezcla con los gritos de una multitud enfurecida.
“No tenemos nada. El gobierno nos ha negado la ayuda y ni siquiera nos han facilitado tiendas de campaña”, explica la hindú Jasmine, con las manos clavadas hacia el firmamento. La luz de las motocicletas crean sombras chinescas que se proyectan entre la carretera ya abandonada. La noche ha caído, los desplazados empiezan a avivar las llamas.
A escasos kilómetros la situación de desamparo se cobija entre los muros del centenario cementerio de Makli, una de las necrópolis más grandes del mundo, tumba de más de 125.000 santos sufíes y ahora, refugio temporal de cientos de desplazados. Pese a que con el paso del tiempo las tumbas se han acostumbrado a convivir con hileras de tiendas de campaña, varias familias continúan en la intemperie y se refugian entre las leyendas olvidadas de Thatta.
“ Nos trasladamos al cementerio porque estaba ubicado en un lugar alto. Al igual que muchas familias, intentamos acogernos a las ayudas que estaba ofreciendo el gobierno, pero siempre nos las negaban por cualquier razón. Nos relegan a un segundo plano por pertenecer a una minoría étnica” cuenta Safira mientras el sol se empieza a poner y acaricia por última vez del día los restos de los santos sufíes, y del monzón…
El dolor de la pérdida se extiende de norte a sur del país… No importa en qué dirección cabalgue, la desolación ha cubierto sus pisadas. Casas destruidas, tierras anegadas, carreteras asfixiadas y el destino incierto de volver a dónde ya no queda nada. Si bien el agua anegó gran parte del sur paquistaní, en el norte las casas se convirtieron en frágiles castillos de naipes.
Hassam y su familia han permanecido inmutables en su casa en Charssada, ahora convertida en una mezcla de campo de batalla y desconcierto que se yergue entre estacas de madera y una pequeña alacena. Como muchos vecinos, mostró una férrea voluntad de quedarse entre las ruinas de su hogar conviviendo con las dificultades terribles, Antes de que el agua llegase trabajaba como electricista, ahora hace lo imposible para sobrevivir con su familia. Como la mayoría de los desplazados que vagan en los campamentos de refugiados, ha perdido casi todas sus pertenencias. Varias telas y maderas cruzadas disimulan la ausencia que ha dejado paso la destrucción de los muros y el tejado de la casa.
A escasos kilómetros, una escuela (ahora abandonada) sirve de refugio temporal para ochocientas familias desamparadas. Los pupitres forman barricadas mientras las pequeñas aulas acogen las pocas pertenencias que las familias afectadas han podido rescatar. Ante la aletargada respuesta del gobierno por hacer frente a esta crisis humanitaria las Onegés se afanan por esparcir improvisados parches temporales de ayuda. “Lo que realmente nos preocupa son las condiciones de insalubridad en la que viven los millones de familias desplazadas”, explica Iftikhar, el representante de la ONG humanitaria con base en Londres, Ummah Welfare Trust.
Sahiad se mantiene perdida en sus pensamientos mientras aprovecha los últimos vestigios del día. Como muchas mujeres, su pesadilla empezó a las 3 de la mañana. Momento en el que el agua llego para poner del revés toda su vida. A sus 65 años no tiene un lugar al que poder regresar, viuda, madre de un de par criaturas y sin su trabajo de dos mil rupias al día: “Sólo Dios nos puede ayudar. Tengo esperanza de que por fin el gobierno empiece a preocuparse por nosotros. He perdido todo. No tengo un lugar al que poder regresar”.
Las inundaciones han dejado una estela de destrucción a lo largo y ancho del país mientras la gran amenaza de enfermedades como el cólera recuerda a los millones de desplazados que la pesadilla no ha acabado aún. No obstante, Pakistán sigue respirando, pese a su condición de paciente comatoso en la UCI, sigue caminando, y poco a poco los habitantes regresan a lo que una vez llamaron sus hogares. La reconstrucción es necesaria… pero la sombra del invierno cada vez se torna en más alargada.
“Poco a poco con la ayuda de los vecinos estamos reconstruyendo nuestros hogares pero apenas tenemos medios para ello. Llevo varias semanas trabajando día y noche intentando reconstruir mi casa mientras mi familia duerme en un campamento de refugiados. Todavía me queda mucho trabajo pero gracias a los vecinos y a Alá puedo seguir hacia delante. Y estoy vivo. Aunque el invierno se acerca y estoy preocupado” ,explica Hasim, vecino de Charsadda.