Se me queda la expresión congelada por la estupefacción cuando trato de imaginar Cascais convertida en enclave prehistórico habitado, o tierra de batallas cruentas, reconquistadas en el año 1153 por Enrique I.
Designada como villa en 1364 por Pedro I, sería en este lugar donde se erigiría el primer faro de Portugal (1537), si bien el actual es muy posterior (1810).
Hogaño predominan la fatuidad y el boato propios de las clases sociales más privilegiadas, entregadas a placeres hedonistas y de expectativas entre inocuas y baladíes que no buscan mayor meta que solazarse mientras discurre en calma el tiempo…
Cascais es una bahía en el océano atlántico de vestiduras repulidas y semblante sin mácula.
Es magnífica la playa de dunas de Guincho. Acariciadas por el viento, conforman un típico paisaje estival para los sibaritas del reposo y los deportes acuáticos.
Yo, más proclive a la seducción paisajística de naturaleza calcárea, me quedo con el elemento embellecedor del litoral rocoso, que cohabita con las dunas y la profusa vegetación frente a la playa rabiosa.
Ruge, se manifiesta y solivianta enhiesta; la playa me regala olas de más de tres metros de altura, asperjando mi rostro de sal y espuma y fragancias marinas.
PLAYA DE CASCAIS
Cobra espectacularidad este clamor marítimo en la impactante boca del infierno, con esas olas tremendas que parecen un ejército de almas iracundas que batallaran contra los elementos para desterrar a Cascais de su enclave natural.
En esta turística parada portuguesa abundan los hoteles lujosos, el turista de playa por antonomasia y los restaurantes, que sirven copiosidad de pescados diversos y suculentos.
Es bonita toda el área circundante al paseo marítimo, flanqueado de palmeras, con el busto del monarca Pedro I presidiendo la playa.
Al fondo la ciudadela, la fortaleza amurallada de Cascais, actual posada con alguna tienda y restaurante dentro.
Retomando temas culinarios, recomiendo el restaurante O Batel (Travessa das flores 4). Es delicioso el bacalao al horno.
Para callejear, la Praça 5 de Outubro, donde nos da la bienvenida Pedro I. El precioso edificio colindante es el Ayuntamiento. Ya puestos a hollar la ciudad y “roer” las suelas de los zapatos, se puede uno perder por la céntrica Beco Torto y aledañas.