Crónicas lusas: Nazaré

Por Orlando Tunnermann


En el distrito de Leiria llegan mis pasos hasta una villa que liga su nombre en perfecta trabazón a los milagros de Nuestra Señora de Nazaré.
Exuda tal nombre un cierto reflujo sacro, y ya creemos o intuimos un flujo histórico de profusas narraciones acerca de profetas y mesías, milagros inexplicables y dogmas teológicos.
Pero la mirada no nada entre salmos y evangelios... más bien cabalga sobre las argénteas olas del mar, que se me antoja revoltoso y zascandil, plateado y albo...
Encuentro en esta villa de pescadores, cuyos rumores de vida pretérita me remontan al año 1643, un bonito santuario que inmediatamente origina una sinápsis con mi idea primigenia de la santidad y lo sagrado.

Es blanco, como las huellas que voy dejando a mi paso por Óbidos, Elvas, Lisboa...

SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA DE NAZARÉ.
Una escalinata prominente nos eleva hasta el "sanctasanctórum", donde me asombra y alumbra el ánimo el magistral altar, tanto como las idílicas panorámicas desde las azoteas privilegiadas del mirador.
SANTUARIO NUESTRA SEÑORA DE NAZARÉ
El blanco se funde con el océano atlántico para vestirse de plata entre olas bravías y espuma de seda.
Azoteas, panorámicas, un sueño contemplado desde las alturas... es posible gracias al funicular, construido por un discípulo del afamado Eiffel.
Un apunte más, de carácter culinario en esta ocasión. Es típico deleitarse por aquí con una buena calderada: pescados variados con patata cocida. También el sempiterno bacalao (más de 300 variedades) y marisco.
Nazaré está plagado de tentadoras propuestas gastronómicas en su amplio bagage de restaurantes y marisquerías.