Mi acercamiento al autor fue a raíz de una conversación con un gran amigo que me recriminó mi desconocimiento sobre los clásicos de la ciencia ficción, un tema que no me ha apetecido nunca demasiado, la vedad, y al que lamento no haberme acercado con mayor interés. Decía que a partir de una velada tras una cena bien regada, mi amigo me dio varios imputs necesarios para corregir mi ignorancia, algunos de ellos fueron Fahrenheit 451 y Crónicas Marcianas, de Ray Bradbury. Con el primero me entusiasmé, y con el segundo he caído a los pies de este autor.
Seguramente a estas alturas todo el mundo sabe qué son las Crónicas Marcianas, pero por si queda algún ignorante como yo comentar sencillamente que esta obra está formada de pequeños cuentos, la mayoría relacionados entre ellos, que relatan la colonización de Marte por parte de ciudadanos de los Estados Unidos. En estos breves relatos el autor aprovecha para hacer una crítica punzante y profunda de la idiosincrasia de la sociedad americana, como ya hiciera en Fahrenheit 451, sin importar demasiado la ciencia ficción. Es decir, que nadie espere encontrar en las letras de Bradbury condensadores de fluzo, reactores de protones, pistolas de quarks o naves con pulsadores de emergencia con la inscripción “Hyper espacio”. Nada de eso lo encontrará en Crónicas Marcianas, pero sí encontrará párrafos como éste, y que me pareció extraordinario:
“La madre era esbelta y suave, con una trenza de pelo de oro rizado en lo alto de la cabeza, como una tiara, y ojos morados, con reflejos de ámbar, del color de las aguas profundas del canal cuando la corriente se deslizaba a la sombra. Se le podían ver los pensamientos nadando como peces en los ojos; unos brillantes, otros sombríos, unos rápidos y fugaces, otros lentos y pacíficos; y a veces, como cuando miraba la Tierra, los ojos eran sólo color y nada más. Estaba sentada a proa, con una mano en el borde de la lancha y la otra sobre los oscuros pantalones azules; una línea de piel tostada por el sol le asomaba bajo la blusa, abierta como una flor blanca.”
Es uno de tantos, porque son muchos los pasajes que me parecieron extraordinarios de la novela, y que me situaron a años luz con mi prosa. También me gustaría en este breve artículo resaltar uno de los cuentos que más me sorprendió, uno en el que los marcianos reciben a los primeros colonizadores, los primeros terráqueos que llegan al planeta rojo a bordo de cohetes. En uno de estos cohetes llega una tripulación formada por un capitán americano y sus hombres, convencidos todos ellos de haber realizado una extraordinaria hazaña, de ser los émulos de Cristóbal Colón, y se presentan ante los marcianos esperando toda la pompa que el acontecimiento requiere. Pero los marcianos, bastante más pragmáticos que los terráqueos, se limitan a saludarlos y darles la razón, mientras van dirigiendo a todo el equipo expedicionario hasta un manicomio marciano. ¿Cómo se le pudo ocurrir un cuento así? ¿Cómo consiguió meter en una obra de ciencia ficción una cuña tan hiriente a los que creen en extraterrestres? Porque de eso se trata, los pobres marcianos tratan a los terráqueos como los terráqueos tratamos a los que se creen, afirman haber estado, vivido o sido abducidos por marcianos, como locos. ¡Y que me perdonen si es que acaso Bradbury no tiene razón!
Crónicas Marcianas me ha fascinado, es una novela que hace pensar, y no lo digo para repetir por enésima vez el tópico, hace pensar de verdad, meditar sobre las estupideces de nuestra sociedad, de nuestro afán por tener, por dominar, por conocer, por meternos donde nadie nos llamado haciendo alarde de la bandera del conocimiento o de la sed de aventura, las diferentes reacciones ante estas situaciones, la violencia, la admiración, el miedo o la curiosidad por las nuevas experiencias, de todo esto y más versa la novela. Un excelente compendio, cual catálogo de una ferretería industrial, de las personalidades y actitudes de nuestra sociedad, o por lo menos de la sociedad del autor, nacido en Waukegan, Illinois, un ya lejano 22 de agosto de 1920, y que publicó el compendio de relatos que forman esta novela en 1950.
Un consejo, leedla, y nadie os podrá intimidar en la próxima velada...
Resumen del libro (editorial)
Un clásico del siglo XX: la obra que consolidó a Bradbury como uno de los mejores escritores de la narrativa norteamericana. Esta colección de relatos recoge la crónica de la colonización de Marte por parte de una humanidad que huye de un mundo al borde de la destrucción. Los colonos llevan consigo sus deseos más íntimos y el sueño de reproducir en el Planeta Rojo una civilización de perritos calientes, cómodos sofás y limonada en el porche al atardecer. Pero su equipaje incluye también los miedos ancestrales, que se traducen en odio a lo diferente, y las enfermedades que diezmarán a los marcianos. Conforme a su concepción de lo que debe ser la ciencia ficción, Bradbury se traslada al futuro para iluminar el presente y explorar la naturaleza humana. Escritas en la década de los cuarenta, estas deslumbrantes e intensas historias constituyen un canto contra el racismo, la guerra y la censura, destilando nostalgia e idealismo.