Crónicas marinas (5): olas y casa.

Por Negrevernis

Mi casa es amarilla. Era amarilla, más bien, porque hace unos días hubo una revolución y Él aceptó mi propuesta: cambiaríamos el color de algunas paredes, sólo de algunas; verde pistacho, teja, tal vez en el pasillo otro color. Mi madre siempre sentencia que no le gustan las casas de colores, y hace ese gesto de desprecio tan suyo, ese "no estáis a mi altura: color blanco, blanco, blanco".

El verde pistacho se apoderó de una pared del salón, del bajo de la ventana, el teja hizo suyo una parte de la habitación y el fondo del pasillo adquirió en un momento, "porque no me cuesta nada, Negre", un tono indefinido que seguramente será otro en el futuro. Nada del blanco, blanco, blanco y del gesto hosco de mi madre: luz, color y novedad tras años en casa.

No sé porqué recuerdo ahora mi casa amarilla, y verde y teja, con las paredes blancas de esta casa, terraza anaranjada y azul de mar y de piscina. Pero sí hay blanco, blanco, blanco: el de las crestas de las leves olas a las que esta mañana se enfrentaba Niña Pequeña, armada con el coraje que da un biquini de rayas y manguitos rosas...