Mañana, algunos de nosotros, en nuestro caso así será, entramos en esta fase extraña de un poco más, pero ni mucho menos. Se abre un horizonte plagado de incertidumbre, tanto en aquellos que nos podemos asomar un tanto más allá, como en todos aquellos que todavía deben quedarse un paso atrás.
Nunca más que hoy es posible que esa sea una de las cosas más complejas, el seguir siendo conscientes de la necesidad de mantener una disciplina que nos obliga a doblegarnos a una realidad que no nos gusta. Pero que sigue existiendo y que está aquí.
Porque es verdad que la ciudad se siente diferente. Ya no hay gente esquiva y que aparta huraña la mirada, ahora nos buscamos y nos saludamos hasta con cierto cariño, aunque no sepas quienes son. Es el placer de reencontrar cosas que se añoraban.
Me parece que las personas se han, nos hemos, vuelto más cálidas, como si se hubiera producido una vuelta a la humanización de ciertas conductas que se habían perdido. El saludo no forzado, la distancia no impostada, el interés no disimulado, el querer hacer sin trasfondo.
Mañana no sé con qué voy a encontrarme. Tengo previsto volver, puntualmente, a mi centro de trabajo habitual dos meses atrás. Me voy a reencontrar con personas a las que sólo he visto a través de una pantalla, tal vez incluso más de los que solía hacerlo cuando compartíamos espacio. Vamos a celebrar varias reuniones, porque, además de necesarias, que lo son, nos apetece vernos, aunque sea a dos metros de distancia y acorazados, sanitariamente hablando, pero desnudos de sentimientos sociales. Ya que nos enfrentaremos, por vez primera, a lo que seguramente será una constante en los próximos meses.