Día 1 de confinamiento Covid-19
A media mañana descubro un vecindario que ni siquiera sabía que existía. Hablan entre ellos, me asomo y me ven. Creo que es la primera vez que los veo. Saludo y, sin querer, me veo envuelto en la conversación. Hablan del coronavirus.
Ya no pasan coches, sólo algún afortunado que pasea tres perros. Siento que tiene bula, pero no lo envidio por su privilegio. No está aliviado de su carga, ni de su obligación, me digo. Creo que hasta lo compadezco.
Siento y oigo el viento en la terraza, como no puedo trasladar su sonido os dejo la foto del momento.
El principal desasosiego que trae este primer día es la distancia, que ahora se ha hecho tremenda, imposible para con mi madre. No es capaz de entender qué es lo que pasa y yo no puedo explicárselo. No es por la distancia física es por la tremenda dificultad que tiene explicar cosas ininteligibles para una persona de noventa años. Hay galaxias de por medio. Este no es su mundo y todo lo que se le pida de más está de sobra. Intentamos solventar una pequeña crisis doméstica por teléfono y no hay manera. Es sorprendente cómo las cosas que carecen de importancia adquieren una dimensión imposible. Me abruma la impotencia. Ahora entiendo como el coronavirus afecta a la maldita distancia entre personas.
Hace apenas unos días todo podía esperar, ahora vivo un presente incierto.