El argumento no es complicado, y al parecer no refleja del todo el juego de rol. Del espacio exterior llegó una máquina cuyo propósito era convertir en mutantes a los seres humanos que, a su vez, terminaran con la Humanidad. Pero los hombres la derrotaron y enterraron. 10.000 años después, en el 2707, el mundo está dividido en cuatro corporaciones, al estilo de 1984 de Orwell, que mantienen una guerra sin sentido. La estética steampunk es la de las dos guerras mundiales. Ese conflicto libera la máquina y el fenómeno mutante. La Humanidad se une, pero se ve obligada a abandonar el planeta. Sin embargo, hay una orden religiosa que guarda las “Crónicas”, un libro que contiene la “profecía”: la llegada de un libertador. Pero eso no es todo, es preciso destruir la máquina. Para esto recluta a una docena de soldados para internarse en las profundidades de la Tierra y acabar con ella. Los mutantes son hombres a los que les han surgido pinzas de cangrejo en los brazos, y se les ha puesto cara de zombi.
El reclutamiento de los osados se parece al de la película Doce del patíbulo (1967), en el que cada miembro es todo un personaje; un sistema que luego ha sido repetido hasta la náusea. La película, por tanto, se basa en la misión del grupo de humanos para acabar con la máquina y salvar la Humanidad. Entre medias está el misterio de los mutantes, que en realidad son hombres cambiados por el influjo de la máquina.
El ritmo de la película es bueno. El uso del libro de las “Crónicas” es interesante. Los efectos especiales son dignos, pero no reseñables. El steampunk es correcto, aunque se queda corto. El escenario de la ciudad perdida bajo tierra es el adecuado. Los actores no están mal. Sale John Malkovic; en fin. Tras morir uno a uno, como mandan los cánones cinematográficos teenager, la pelea final es tiempo pressing catch. En fin, que es una buena peli para ver con los críos y unas palomitas, en una tarde muerta (si es que eso existe), pero nada más.