Es ya tradicional en mí un sentimiento algo extraño que me acosa en vacaciones, consistente en no distinguir muy bien si vivo una ficción o una realidad.
Ya sé que los budistas consideran que todo lo que nos rodea es una ilusión, Maya, como suelen explicar, y que los científicos mas avanzados, sobre todo después de que la física cuántica haya realizado descubrimientos sorprendentes, está reconstruyendo el concepto de 'realidad', al menos tal y como lo veníamos entendiendo a raíz de los postulados de la física newtoniana.
Pero no me refiero a eso. Lo mío es más pedestre, más al alcance de cualquier mortal y consiste en preguntar en qué consiste este descanso, este paréntesis, si es tal o un simple, puro y duro alejamiento de lo real, un aparcar los problemas que, indefectiblemente, van a volver en septiembre, como sucede todos los años vividos, pero en especial desde que la llamada crisis -nombre que se queda corto, visto lo visto- decidió convertirse en el protagonista de nuestras existencias.
Pues creo que para muchos vacacionar es simplemente tapar con un velo opaco un problema real que, sin embargo, sigue creciendo debajo de la nueva envoltura. 'No me hables de eso' , 'Ya comentaremos a la vuelta' y frases por el estilo. ¿Podemos permitirnos decir algo semejante cuando la realidad nos golpea con toda fuerza? ¿Acaso las noches de hoy tienen el mismo grado de descanso que las que vivíamos hace unos años cuando todo era un falso 'España va bien'? ¿Acaso no nos anestesiaron con un modelo económico/productivo basado en el gasto financiado con el ahorro de otros que ahora reclaman la devolución de sus préstamos? No. Dormir artificialmente mirando hacia otro lado no es una buena receta. Ni para la política, ni la economía, ni la ciencia, ni eso tan serio como es el arte del vivir.
En Almería, en los breves días que allí estuve, los hoteleros de porte mediano en tamaño con los que charlé, me decían que si bien no decayó el número de visitantes, incluso apreciaban un leve aumento, el consumo reflejaba una caída más que sensible. Volé a Milán, atravesé una zona tan magnífica como maravillosa y charlé con empresarios italianos de un nivel muy considerable. En esta visita me hablaron de los cientos, miles de empresas pequeñas y medianas que habían cerrado y que eso era un destrozo de la esencia del modelo económico italiano. Pero para mí, por muchas cosas materiales que nos ha robado la crisis, por muchos dineros que hallamos dejado de ganar, de consumos sin efectuar, de retraernos a la fuerza o por decisión propia de muchas actividades que realizamos antaño o de ejecutarlas con mucho menos nivel de gasto, a pesar de todo eso, de los cierres de empresas, de los destrozos causados por el desempleo, y de más cosas del estilo que ni siquiera quiero escribir, lo cierto y verdad que, con ser graves, no es lo peor de esta época de nuestras vidas.
Lo peor es que nos han robado la tranquilidad. Las estadísticas están ahí para quien quiera verlas. Es tal la desconfianza en la salida de nuestro 'modelo' que nos asola la intranquilidad. Pretendemos expresar el mayor grado de optimismo, de confianza en que las cosas van a mejorar, pero en el fondo de nosotros mismos no nos podemos engañar demasiado tiempo. La sociedad siente miedo. Y no me parece excesiva la palabra. Algunos preferirían que escribiera intranquilidad. Pues sí, pero es más profundo el sentimiento y si no es miedo se le parece mucho. Paseas por el campo, navegas, lees, escuchas música, charlas. Todo eso está bien, pero al recuperar tu soledad vuelve el sentimiento. ¿Qué pasará cuando terminen estos días? Y, seamos sinceros, a la gente no le preocupa demasiado la corrupción política, ni aun sabiendo la tregua que se ha concedido y que finalizará en septiembre. Le indigna, le asquea, le irrita, pero lo que realmente les inquieta es su propio futuro y como mucho el de su familia más inmediata. Al pensionista, su pensión, al funcionario su nómina, al empresario su empresa, al trabajador su puesto de trabajo.
Y envueltos en este clima resulta que los grandes organismos económicos internacionales nos aconsejan reducir los salarios. Y todos se rasgan vestiduras. Pero, seamos sinceros: los salarios ya se han reducido en términos reales y nominales como consecuencia del euro y de la política procíclica de este gobierno limitado a ejecutar órdenes emanadas de quienes ahora nos recomiendan mas reducción salarial. Lo peor es que la gente no sabe si eso será bueno o malo para el conjunto de la economía, pero se mira a sí misma y se dice. Pero, ¿todavía menos sueldo? Si ya no llego, ¿qué voy a hacer si me lo bajan más? No se trata solo de los efectos demoledores sobre el consumo en una crisis de demanda como la que han provocado con sus medidas. Esa noticia en vacaciones ha provocado una aceleración de la intranquilidad con la que iniciamos este periplo.
No se puede vivir así, instalados en el miedo, en la intranquilidad, en el no saber que va a pasar, en el mirar a tu alrededor y sentir la incertidumbre en su grado máximo. Ese vivir no es lo que llamaría una sociedad verdaderamente humana del siglo XXI.
Fuente: Mario Conde.
C. Marco