No he podido evitar bajar hasta la primera entrada publicada de este cuaderno, en la que aludía a la fascinante discoteca que ha llenado de música tantas horas aquí en casa durante casi cuarenta días, si no cuento los cuatro o cinco que dormí fuera de Perugia. Desde mi primera mañana de lunes fui anotando en mi cuaderno de papel títulos, nombres y fechas, con más o menos detalles, algunos de los cuales mencioné aquel viernes primero de octubre en mi primer apunte. Ahora: João Gilberto, Live at Umbria Jazz. En el Teatro Morlacchi, por donde tan cerca he pasado tantos días, julio de 1996. Carl Maria von Weber, Concerti per clarinetto. Andrew Marriner, al clarinete. Academy of St. Martin-in-the-Fields. Dirigidos por Neville Marriner. Otra vez João Gilberto, pero en el Carnegie Hall de Nueva York, en octubre de 1964. Sábado 16, qué disco genial: Galleria del Corso, de Gianni Coscia (acordeón) y Renato Sellani (piano), de 2003. Lo he escuchado varias veces y lo he puesto ahora nuevamente mientras escribo. Tengo que salir el miércoles temprano hacia Roma. Pondré las llaves sobre la mesa antes de cerrar y me gustaría dejar sonando este disco en directo que comienza con una pieza que se titula «Non dimenticar le mie parole», del milanés Giovanni D’Anzi, y sigue con una espléndida versión de la conocida «Las hojas muertas», de J. Kosma, que cierran con unos acordes de «Bella Ciao» recibidos con aplausos. George Benson, guitarra. Un disco de 1984, con Herbie Hancock, Ron Carter, Billy Cobham y otros. Sorprendente: Il canto de malavita.La musica della mafia. Anniata Media, 2003. Miércoles 27, los tres discos de Norma, de Bellini. Con Montserrat Caballé, Fiorenza Cossotto, Plácido Domingo, Ruggero Raimondi… Londres, Philarmonic Orchestra. Direttore: Carlo Felice Cillario, 1994. Ni noticia de este guitarrista brasileño que murió en Roma en 2017: Irio de Paula, Ainda Sozinho, 2004. Podría seguir. Cierro con la composición fotográfica de uno de los elepés que he tenido a los pies de mi mesa durante estos días, My Favourite Songs —the last great concert—, de Chet Baker, grabado en directo en un concierto en Hannover en agosto de 1988, y una grabación más moderna de The Italian Sessions que sí he podido escuchar en mi reproductor Sony que suena muy bien. Lo que más destaca de la música que hay es la cantidad de guitarra, clásica, moderna o flamenca, y la enciclopedia sonora que representa toda esta música brasileña —he escuchado cosas que me parecen inéditas, como Marisa Monte, Jacob do Bandolim, el Trio Madeira Brasil, Pedro Amorim o Raphael Rabello, «el mejor guitarrista de Brasil», de mi quinta, muerto a los treinta y dos años… Gracias a estar aquí los he conocido a todos; gracias a estar en la casa de un experto en música brasileña, que tiene también libros sobre ello, un guitarrista, además, de siete cuerdas, del que me llevo de regalo un disco en el que toca acompañando a Selma Hernandes, Encontros (Enthropya, 2005), otro descubrimiento. Estimulante.