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“Con frecuencia oigo música en medio del ruido”, afirmó George Gershwin, explicando los orígenes de “Raphsody in Blue” (…) Es bien conocido que la partitura comienza con un lánguido trino en el clarinete, lo que da paso a una escala ascendente igualmente lánguida, que a continuación se convierte en un glissando superelegante y en absoluto estentóreo.
Tras haber llegado al Si bemol más agudo, el clarinete entona luego despreocupadamente una melodía ligeramente sincopada, apoyándose de modo perceptible en el séptimo grado descendido de la escala. La melodía baja bailando por la misma escalera por la que había subido contorneándose la escala inicial, acabando en el Fa con que comenzó la obra: una típica simetría gershwiniana (…) Cuando sonó el último acorde llegó el delirio.
En el público congregado en el Aeolian May había celebridades clásicas (…) y se mostraron prácticamente unánimes a la hora de aclamar a Gershwin como la nueva esperanza blanca, por así decirlo, de la música estadounidense. Y cuando Gershwin viajó a Europa cuatro años después, conoció a más admiradores de alto nivel: Stravinsky, Ravel, Prokofiev, Weill, Schoenberg y Berg. Ningún compositor estadounidense había conquistado jamás semejante atención internacional”.
Estas líneas pertenecen a “El ruido eterno”, de Alex Ross, que no es sólo una historia de la música durante el siglo XX sino un logrado y magnífico intento de escuchar el siglo XX a través de su música. Publicado por Seix Barral en una edición de papel casi bíblico, “El ruido eterno” es uno de los mejores libros que se han publicado este año. Sólo le encuentro un defecto.
“El ruido eterno” se puede leer, tocar y oler, pero no se puede escuchar y aunque tiene una excelente página web con ejemplos sonoros, es incompatible leer el libro ante la pantalla del ordenador y no tener la sensación de ser un opositor. La obra de Ross parece perfecta para un libro electrónico repleto de música. De momento, yo he rescatado del olvido mis cds de música clásica y he vuelto a escuchar a Charlie Parker y a Duke Ellington, a Kurt Weill y a Debussy, mientras las frases certeras de Ross me confirman que es imposible entender el siglo XX sin escuchar su música. Difícil pedir más a un viejo libro de tinta y papel.
20/11/09