Cuadernos cátaros (II): Montsegur, Puivert y Sant Hilaire

Por Esperanza Redondo Morales @esperedondo

Montsegur rodeado de nubes.

Miércoles, 24 de agosto de 2011. Dejamos Andorra por Pas de la Casa para empezar, ya en serio, nuestro auténtico viaje por el país cátaro. Nuestra primera parada es el castillo de Montsegur, que está solo a unos 100 kilómetros de nuestro hotel andorrano; pero el día ha amanecido bastante nublado y además el último tramo es de carreteras de montaña muy estrechas y con bastantes curvas, así que tardamos algo menos de dos horas en llegar hasta allí. Sin embargo enseguida descubrimos que queda muy propio ver el castillo este día, porque se encuentra rodeado de nubes y apenas podemos divisarlo desde abajo.
Ya nos han advertido que la subida a Montsegur es de las más complicadas, una media hora larga a buen ritmo, y en este caso se junta que con la niebla no se ve demasiado bien, así que nos armamos de valor y comenzamos a dirigirnos hacia allí. En primer lugar paramos en el camp dels Cremats, el lugar en el que una estela de piedra nos recuerda que el 16 de marzo de 1244 murieron en la hoguera más de 200 cátaros, en un suceso que se considera el fin de esta religión. Y es que el castillo de Montsegur era la sede de la iglesia cátara, además de ejercer una función defensiva (de ahí su nombre: Montségur = Monte Seguro); y la historia de los cátaros hizo que también sea considerado un símbolo de la libertad y de la lucha por las ideas.

Torre del homenaje.

Cuando llevamos unos veinte minutos de subida, llegamos a la taquilla donde nos dan un folleto con información en español sobre el castillo, y además nos dicen que con la misma entrada podemos visitar también el museo de Montsegur, que expone todo tipo de objetos procedentes de las excavaciones realizadas en el castillo. Ya no hay marcha atrás, aunque al menos hemos llegado temprano y no nos cruzamos con gente que baja, ya que el camino es el mismo para todos. Y por fin, después de otros quince minutos por un camino de pedruscos, algunos escalones (si es que se pueden llamar así) resbaladizos, unas cuantas paradas para coger aire y de paso observar las espectaculares vistas, dentro de lo que la niebla nos permite, me parece increíble pero llegamos a la entrada principal, junto a la escalera de madera que a través de un arco da acceso al patio del castillo. Su planta es irregular, y su muralla tan ancha que en algunos puntos alcanza los 4 metros de espesor; toda una fortaleza, como vemos. Junto a la entrada secundaria, más o menos enfrente de la principal, se encuentra el acceso al primitivo pueblo cátaro, una zona en la que todavía hoy se siguen realizando excavaciones arqueológicas y se pueden ver los restos del pueblo.

Momento del rescate.

El castillo está medio en ruinas y de hecho lo poco que se conserva de él son los muros y parte de la torre del homenaje, por la que dicen que cuando llega el solsticio de verano entran los rayos del sol y atraviesan la torre de parte a parte. Mientras estamos dando una vuelta por el patio, observándolo todo, viendo esta torre del homenaje e intentando imaginarnos cómo viviría la gente allí dentro, y sobre todo admirándonos de cómo habrían podido resistir allí casi un año entero de asedio, vemos que aparece por allí un guía, se coloca en mitad del patio y la gente se empieza a sentar a su alrededor; a pesar de que la charla es únicamente en francés, decidimos quedarnos a escuchar por si acaso nos podemos enterar de algo. Y estamos allí intentando enterarnos de la historia de los cátaros y de este castillo, cuando de repente aparece en el patio un señor con cara de preocupación, que se acerca al guía, y así nos enteramos de que a alguien le había dado un telele subiendo, y nuestra visita al castillo acaba con un rescate en helicóptero.
Después de tantas emociones, ponemos de nuevo rumbo a la falda de la montaña, no sin antes admirar de nuevo las maravillosas vistas desde lo más alto del castillo, aprovechando que el día se ha despejado aunque solo sea un poco.

Montsegur desde el castillo.


25 kilómetros nos separan de nuestra siguiente parada, el castillo de Puivert, en la localidad del mismo nombre. Después de haber subido los algo más de 1.200 metros hasta Montsegur, Puivert nos parece como un pequeño paseo, ya que no solo está en una montaña que tiene justo la mitad de altura, sino que además el aparcamiento está justo a los pies del castillo, con lo cual la subida es mínima aunque también es cierto que la carretera que llega hasta allí es un poco mala porque está sin asfaltar y es bastante estrecha. El castillo de Puivert es el que mejor conservado se encuentra de todos los que se pueden visitar en el país cátaro; no sé si porque pertenece a un particular y no al estado francés, pero el caso es que está perfecto.

Patio de armas de Puivert.

En la taquilla nos dan las entradas y un folleto, que únicamente está disponible en francés y es bastante escueto; para acceder al castillo debemos cruzar una barandilla de madera, bajo la cual antiguamente se encontraba el foso; al final de la barandilla hay una torre cuadrada con un arco, que atravesamos para acceder directamente al patio de armas. A nuestra izquierda tenemos un cartel en el que se nos indica (en francés y en occitano) cuál es el orden recomendado para hacer la visita. En él aparece el plano del castillo y junto a cada sitio hay un número, que podemos ir siguiendo ordenadamente para no perdernos nada; otra opción, como siempre, es visitarlo a nuestro aire sin hacer caso a los números. En el centro del patio se encuentra la torre del homenaje, que impresiona bastante con sus 35 metros de altura y 15 de lado; tiene cuatro plantas y podemos visitar todas ellas, aunque la planta baja sólo puede verse desde fuera. Para acceder al resto de plantas nos dirigimos hacia la parte trasera del patio: en la segunda se encuentra la sala de los guardas, en la que vemos diversas armaduras y escudos; en la tercera hay una capilla, con techos abovedados como si estuviéramos en una iglesia de verdad, además de unos tapices; y en la última vemos el salón de los músicos, donde tenían lugar los encuentros de trovadores, y que está decorado con figuras que representan a ocho músicos tocando diferentes instrumentos de la época en la que se construyó el castillo. También es posible subir a la azotea, y por supuesto ni que decir tiene que las vistas desde allí son espectaculares; aunque si vamos un día de mucho viento habrá que tener cuidado, porque aquí no hay barandillas ni nada, y en cualquier momento parece que vas a acabar cayéndote por allí...
Después de ver la torre del homenaje regresamos al patio de armas, en el que hay varias estancias que se han recreado como en la época de construcción del castillo: una celda que tiene el esqueleto de un prisionero que está custodiado por un guardia; un antiguo laboratorio, con recipientes de cristal y diversos materiales que se utilizaban para realizar experimentos o procesos químicos; y por último una estancia en la que han puesto una tienda de recuerdos donde además podremos tomarnos un café si nos apetece. En la tienda tienen desde libros y discos hasta llaveros y gorras con el símbolo de los cátaros, películas, plumas para escribir... Y precisamente viendo uno de los DVD que tenían puestos en la tele, fue como nos enteramos de que es el castillo de Puivert el que aparece en una de las escenas finales de la película La novena puerta, aunque no llegamos a ver por allí a Lucas Corso...
Como ya se va acercando la hora de comer, decidimos seguir nuestro camino hasta Saint Hilaire, el siguiente sitio en el que tenemos previsto hacer una parada. En la calle principal del pueblo, aparcamos y comemos en un parque que hay mismo; y después nos disponemos a visitar el último lugar cátaro del día de hoy, la abadía de Saint Hilaire. El acceso a la abadía se realiza por la iglesia; junto a ella se encuentra el claustro, y en uno de sus pasillos veremos la taquilla, que también es tienda de recuerdos. Allí nos atiende una chica muy simpática que habla un español casi perfecto, y además de presentarnos al gato de la abadía y darnos las entradas, nos da también un folleto informativo, una hoja con información extra sobre el sarcófago de San Saturnino, y por último una tarjeta con la que nos explica que si vamos a la dirección indicada, correspondiente a la tienda que aparece en ella, nos darán a probar gratuitamente una copa del famoso blanquette de Limoux.

Claustro de Saint Hilaire.

Comenzamos la visita a la abadía por el claustro, que tiene una forma irregular no demasiado habitual. Sus cuatro galerías están decoradas con artesonado, y sus columnas dobles llevan motivos vegetales y animales, muy curiosos. En el centro hay una pila de piedra y, como no podía ser de otra manera, en una de las esquinas hay un ciprés enorme. Las cuatro galerías salen una de cada lado del perímetro del claustro: la galería norte es la que da acceso a la iglesia; la galería este nos lleva a la sala capitular y a los aposentos del abad; la galería sur da a los refectorios; y por último la galería oeste es la que nos conduce a las bodegas. Además de visitar la iglesia (de estilo románico, del siglo XX, y cuyo objeto más famoso es el sarcófago de San Saturnino), la sala capitular (el lugar en el que los monjes se reunían con el abad para tratar los asuntos relativos al monasterio), los aposentos del abad (que son muy curiosos porque los techos de sus salas están decorados con pinturas, algunas de ellas con motivos eróticos), los refectorios (uno para monjes y otro para huéspedes) y las bodegas (a las que se accede por el exterior de la abadía y en las que ya en 1531 los monjes elaboraron el blanquette por primera vez), dejamos Saint Hilaire y nos dirigimos hacia Carcassonne, ciudad en la que pasaremos unos cuantos días alojados en el hotel Des Trois Couronnes. Llegamos allí ya a última hora, así que tenemos el tiempo justo para darnos una vuelta por la ciudad medieval (el hotel está bastante cerca), cenar y descansar hasta el día siguiente.