Cuadernos cátaros (III): Carcassonne

Por Esperanza Redondo Morales @esperedondo

Vistas desde el hotel.

De jueves 24 a sábado 26 de agosto de 2011. Después de haber descansado y sobre todo de haber podido disfrutar de las estupendas vistas que tenemos de la ciudad medieval de Carcassonne desde la azotea del hotel, donde está la piscina, nos disponemos a explorar la zona. Nosotros estamos en la ciudad moderna, también conocida como Bastida, que está en la parte baja de Carcassonne; a esta zona le dedicamos menos tiempo porque lo que nos interesa es la ciudad medieval, pero sí podemos ver al menos un par de cosas destacables: por supuesto el puente viejo, que es el que da acceso al recinto amurallado; la catedral gótica de Saint Michelle y la plaza Carnot, donde organizan un mercado de flores y fruta; y el canal du Midi, donde podemos tomar los barcos que hacen excursiones por el río.
Para llegar a la ciudad medieval (también conocida como Cité), que se encuentra bastante cerca de donde tenemos nuestro alojamiento, solo tenemos que cruzar este puente viejo sobre el río Aude y después seguir las indicaciones hacia el centro histórico, que desde 1997 es Patrimonio Mundial de la Humanidad y por supuesto tiene una increíble historia que abarca desde los romanos a los visigodos, sarracenos y francos, además de multitud de enfrentamientos políticos, guerras y la famosa cruzada contra los albigenses, que también dejaron su huella en la ciudad. El camino hasta las murallas es muy bonito, cruzando el río y después subiendo un tramo por callecitas estrechas y llenas no solo de viviendas sino de restaurantes, cafés y tiendas de artesanía de todo tipo. Nos da el tiempo justo para buscar un sitio donde cenar, dar una pequeña vuelta por la ciudad y volver al hotel a dormir; pero ya nos damos cuenta de que Carcassonne tiene mucho encanto.

Murallas de la ciudad medieval.

A la mañana siguiente, la del viernes, volvemos a recorrer el camino hacia la muralla, esta vez de día y pudiendo observar muchos más detalles de los que hemos visto la noche anterior. La entrada a la ciudad se hace por la puerta Narbonesa, en la que hay una escultura de la dama de Carcas, el símbolo de la ciudad y de la que se dice que la defendió de los ataques de Carlomagno. Muy cerca de la entrada está la oficina de turismo, así que nos dirigimos allí para pedir un mapa y organizarnos el recorrido por la ciudad. Además nos dicen que aproximadamente en una hora hay visita guiada, en español, al castillo, así que mientras hacemos tiempo hasta que abren, vamos a ver la basílica de San Nazario y San Celso. Es un edificio de estilo gótico y está construido sobre una iglesia anterior, de la época carolingia. La basílica es muy bonita tanto por dentro como por fuera, pero lo más llamativo son sus vidrieras, que incluyen escenas de la vida de Jesucristo y otras sobre San Pedro, San Pablo y los dos santos que le dan nombre.

Vidrieras de la basílica.

Después de pasar un rato en la basílica ya sí nos dirigimos al castillo para sacar las entradas de la visita guiada; en la propia taquilla nos enteramos de que también se puede ver el castillo por libre, pero como no hay demasiada diferencia de precio y además el recorrido guiado es un poco más amplio, decidimos que merece la pena que la visita sea con guía. El punto de encuentro es en el patio del castillo, así que no tiene pérdida aunque hay que estar allí puntualmente o la visita empezará sin ti. Tenemos la suerte de no ser un grupo demasiado numeroso, así que el recorrido es bastante más productivo que si lo hubiéramos hecho con un grupo demasiado grande; nuestro guía es un chico de lo más simpático, que nos hace la visita muy muy amena y divertida. Nos pasamos con él algo más de una hora, en la que recorremos varias de las torres del castillo, algunas salas, un museo lapidario con sarcófagos y balas de cañón, entre otras cosas, salas que no están accesibles con la visita por libre... Después del recorrido con el guía seguimos visitando el recinto, esta vez por nuestra cuenta, para ver más detenidamente algunas zonas que nos hemos dejado pendientes: la barbacana de entrada, que hemos visto fugazmente al acceder, el patio de armas, el resto de las torres...

Recorriendo el castillo.

La planta del castillo tiene forma rectangular, y todo su perímetro se encuentra rematado con torres defensivas que, unidas a otros elementos como el foso, la barbacana de la que hablaba antes, y los puentes levadizos, están destinadas básicamente a proteger la ciudad medieval de los ataques que sufrió en la antigüedad.
Se va acercando la hora de comer, así que nos dedicamos a callejear buscando un sitio que esté más o menos despejado; Carcassonne es una de las ciudades más visitadas de Francia, y eso en pleno mes de agosto se nota bastante. Decidimos entrar en un restaurante muy cuco, bastante apañado de precio y con un patio cubierto de parras, así que nos sentamos en una de las mesas que tienen allí; y por fin podemos probar el blanquette, que no tuvimos ocasión de hacerlo el día que visitamos la abadía de Saint Hilaire.
En los ratos en los que hemos estado callejeando por la ciudad, hemos visto prácticamente en todas partes unos carteles anunciando un torneo medieval, una de las atracciones estrella. Hay dos torneos al día y como nos apetece pasear un poco después de la comida, compramos entradas para el último torneo del día; mientras llega la hora nos dedicamos a pasear para hacer tiempo, a ver tiendas para comprar algún recuerdo (localizamos una tienda en la que hacen unos jabones artesanales estupendos)... Opciones hay, y es que Carcassonne es una ciudad perfecta para callejear, perderse y descubrir todo tipo de rincones. A última hora nos dirigimos a las murallas, donde tendrá lugar el torneo; la muralla de la ciudad es doble, y el torneo se organiza justo en el espacio que hay entre las dos hileras de muro. Está todo decorado de forma muy resultona, con gradas de asientos de madera y toldos de tela con escudos medievales pintados. Los organizadores nos dan la bienvenida en francés, inglés y español, pero a partir de ahí todo se desarrolla en francés, con lo cual a mí se me escapan ocho de cada diez palabras, más o menos. Aun así, la cosa está bastante entretenida.

Uno de los caballeros.

El torneo me recuerda un poco a las fiestas medievales de Teruel, en las que he estado en varias ocasiones, aunque allí lo hacen en la plaza de toros y claro, queda mucho más aparente en una muralla medieval como la de Carcassonne. Hay un rato de luchas entre los caballeros (tanto a caballo como a pie), un concurso de habilidad, y por supuesto un premio para el ganador, además de contar allí con la presencia de los "reyes". Después del torneo tenemos que exprimir al máximo las últimas horas que pasaremos en la ciudad, porque al día siguiente pondremos rumbo a nuestro siguiente destino, así que aprovechamos para callejear un rato más, buscar el sitio de nuestra última cena y, ya de noche, volver de nuevo caminando hasta el hotel y dejarlo todo listo para continuar nuestro viaje. Al día siguiente, ya sábado, madrugamos y nos despedimos de una ciudad que, a pesar de estar totalmente orientada al turismo y dispuesta casi como si en realidad fuera un parque temático, nos ha dejado muy buen sabor de boca. No nos ha dado tiempo a visitar ninguno de sus museos, como el de la escuela, el de la caballería y el de los instrumentos de tortura; pero siempre está bien dejarse algunas cosas pendientes, así hay excusa para volver.

La Bastida y la Cité, desde el castillo.